Capítulo VIII: Frío y Confundido

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Se preguntaba vagamente mientras fumaba en el balcón, en qué momento se había convertido en una decisión difícil intimar con su esposa. Sonaba incluso bizarro.

Era irónico que hasta hace una semana era él quien  había casi rogado atención de Alice. Ella era un témpano de hielo rechazándolo cada vez que podía. Un día era dolor de cabeza, al otro que apestaba a alcohol o simplemente el cansancio.

Y justamente esa noche Kazuto había llegado a su hogar, aflojaba su corbata y lanzó sobre el sofá su bolso. Le llamó la atención el imperturbable silencio y la oscuridad. Solamente había una tenue luz saliendo de la habitación que compartía con su esposa.

Creyó en un primer momento que no había nadie; pero cuando atravesó el umbral, Alice se encontrada sentada en una de las orillas de la cama, solamente la luz de una mesita de noche la alumbraba. Llevaba puesto un ligero camisón de tela negra, sedosa y transparente que le llegaba a un poco más arriba de la mitad de su muslo y un escote pronunciado dejaba ver mucha, mucha piel pálida.

Estaría mintiendo si negara lo hermosa que Alice se veía. Tenía el cabello suelto y sus ojos azules se fijaron lujuriosos en él. Se quedó sin palabras, mirándola atentamente mientras ella cruzaba coquetamente sus piernas. Algo dentro de él quiso encenderse, aunque lentamente.

Pero seguía respirando… «Claro que respiro»

Ese pensamiento fue por cierta mujer que le arrebataba el aliento haciendo mucho menos.

— ¿Qué ocurre?

Preguntó rascando su nuca y sonriendo inocentemente.

— ¿Qué parece? Claro que es lo que piensas.

Alice sacaba toda la sensualidad que tenía, inclinándose para mostrar más de ese ya pronunciado escote.

—No sé qué crees que yo esté pensando, pero estoy demasiado cansado. ¿Te parece si lo hablamos después de bañarme?

Contuvo el aliento cuando Alice enrojeció y bufó el aire desde su boca.

—Puedo bañarte yo.

Finalmente habló con algo de irritación, pero también suavizando luego esa tensa expresión.

—C-claro.

Una vez en el baño, ella lo lavó, lo acarició y besó algunas veces. Kazuto respondía, aunque algo le faltaba, algo no había y por más que se lo preguntase, no lograba encontrar qué.

—Estás raro hoy.

— ¿Yo? Creo que tú eres la extraña. ¿Quién eres y qué hiciste con mi esposa?

Alice carcajeó un poco y él sonrió de medio lado, hacía mucho tiempo que no era él quién la hiciera sonreír.

—Soy yo después de todo. Quiero que lo intentemos.

— ¿Intentar? ¿Algo había acabado y no me enteré?

Quiso jugar, pero Alice se puso seria y habló casi con solemnidad.

—Un bebé, Kazuto.

Era cierto, ella le había dicho su intención de tener un bebé.

Pero aquella idea, la simple idea de un hijo, alborotaba su mente. No se sentía listo para ser padre.

— ¿Dejaste de cuidarte?

—Claro, no podemos ser padres si estoy con algún método anticonceptivo.

—No me dijiste. Solamente me dijiste la idea. No estoy seguro si sea un buen momento.

— ¿A qué te refieres?

¿Llegaste Tarde?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora