Capítulo XIII: Al borde por un Beso

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Asuna vio salir de su oficina a Kazuto y el aire le pareció sentirse más pesado en cuanto la puerta se cerró y lo dejó de ver. Dio un largo suspiro mientras se apoyaba sobre su escritorio, llevó una mano a su pecho, con una sonrisa melancólica sutilmente dibujada en su rostro.

«Quizá si te hubiera conocido antes»

Aunque no tenía caso pensarlo, Asuna lo tenía demasiado claro.

Pero era todo de él, sus ojos, su sonrisa, el tono de su voz, la forma en la que ella se sentía cuando estaba cerca. Ella lo supo en ese mismo momento, había sido a primera vista por más que ella quisiera negárselo.

— ¡Ah! ¡Vamos, Asuna!

Palmeó sus mejillas enrojecidas, giró su cuerpo tomando todos los contratos sobre su sitio de trabajo, disponiéndose a terminar todo ese día. Esa sería distracción suficiente para no seguir dando vueltas a su jefe en su cabeza.

Pero antes de seguir, un ruido vergonzoso rugió desde su estómago, pasaban de las dos de la tarde y había obviado el desayuno.

—Alguien tiene mucha hambre.

Asuna se puso roja hasta sus orejas dando un respingo y, lentamente movió su rostro a la chica de voz algo chillona.

Era Sugu, hermana de su jefe.

—Vamos, yo muero de hambre también.

La pelinegra entró como si nada ignorando el rojo del rostro de Asuna y jaló de su brazo llevándola a la cafetería. Asuna se relajó pronto al notar esa ligereza con la que la joven de ojos oscuros actuaba, era tan natural y abierta, que para ella era imposible molestarse con el simple hecho que haya pasado sin tocar si quiera su puerta.

La había conocido hace días, pero para Sugu, era como si la conociera desde siempre. Según ella misma, había declarado que podía leer las intenciones de las personas apenas cruzaba palabras. Esa afirmación había sacado carcajadas a Asuna, es que la chica lo había afirmado con orgullo y completamente segura que así era.

Asuna no creía mucho en esas cosas, era más bien escéptica en todo lo que no podía ver o lo que parecía solo superstición, pero quizá algo de razón había en Sugu, pues con ella había sentido fluir inmediatamente una buena energía, si es que así podía llamar a esa sensación de llevarse bien; en cambio con la rubia esposa de su jefe, había sido completamente lo contrario, aunque también podía atribuirlo a que ella sabía, aunque lo negara, que algo más sentía por su jefe.

Comieron entre charlas y risas, pronto se les sumó Eugeo. Aquel rubio con el que había sentido una conexión parecida a la que había tenido con Sugu, era igual de agradable y gracioso.

— ¿Mi hermano no se quedó en casa?

—Ya sabes cómo es.

Eugeo respondió encogiéndose de hombros, casi resignado.

—No entiendo por qué es tan amargado y obsesivo por su trabajo.

—Vamos, no seas tan injusta, él ha levantado esta empresa a lo que es hoy... pero lo amargado te lo concedo.

Ambos carcajearon y Asuna se limitó a solo mostrar una pequeña sonrisa. Lo cierto es que cada vez que oía de él, no podía evitar ese escalofrío que sentía revolverle el estómago. Era como una vibración que se esparcía culpable por toda ella cuando no podía evitar pensar en él de otra manera que no fuera como hombre.

«Es casado, Asuna, ¡Casado!»

Debía repetírselo demasiadas veces para quizás, en algún momento, llegar a creérselo.

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