Capítulo X: Confesiones y Maldiciones

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Asuna ya no tenía en cuenta las veces que había quedado de esa manera, inmóvil y asombrada. La joven frente a ella mantenía una sonrisa tranquila y amable. Suguha había llegado ese mismo día desde el extranjero, para reincorporarse a su trabajo; iba en camino a ver a su hermano cuando vio a la rubia entrar sin siquiera golpear la puerta a la oficina de Kazuto y apenas dos minutos después, su propio hermano había salido veloz y evidentemente enojado, dejando a Alice atrás.

Aunque ella suspiró y evitó saludar en ese preciso momento a Kazuto, era incluso incómodo aceptar que era algo normal entre ellos, por más que ellos trataran de aparentar.

Era por ese motivo que ver aquel intercambio entre las dos mujeres le causó gracia. Alice nunca había sido de su agrado y Suguha, no lo ocultaba.

—Entonces, Asuna, ¿eres la nueva relacionadora?

—Sí, empecé hace poco.

—Soy la subdirectora, Kazuto es mi hermano.

Y aunque el último detalle Asuna ya lo había intuido, no dejó de sentirse extraño.

Un breve silencio siguió a esa breve conversación y era increíblemente incómodo. La expresión de la joven de cabello negro no era difícil de adivinar para Asuna, parecía cercana y también divertida con lo que había alcanzado a ver y oír. Entonces, ¿por qué se sentía tan expuesta? Y aunque la respuesta era clara para Asuna, ella no podía ni debía aceptar que todo se resumía a su jefe.

—Perdón, es un gusto, Señorita Suguha.

— ¡Oh no! Por favor detente ahí mismo — Suguha levantó sus manos como si repeliera algo inexistente delante de ella — solamente dime Sugu, nada de formalidades.

Ella cruzó las manos en su espalda después de ese exagerado movimiento y le sonrió ampliamente. Era como si esa sonrisa hubiese deshecho ese incómodo sentimiento en el estómago de Asuna, la que finalmente le devolvió una bella sonrisa sincera.

—Muy bien, Sugu.

En ese momento era algo complicado de entender para Asuna, pero Sugu, se terminaría convirtiendo en una de esas grandes amigas.

Cuando regresó a su oficina, frente al computador trató de procesar tanta información obtenida en tan solo medio día y, de todo lo vivido, era esa mirada oscura y apagada la que se quedó en su mente.

Divagó en su fría mirada, ¿qué lo tenía así? Tal vez siempre era así y ella estaba imaginando cosas donde no habían. Lo cierto era que verlo de esa manera, la hacía sentir con un peso enorme en el pecho. Ella trataba de evocar algún recuerdo de esa misma sensación, pero no había ninguna antes de que Kazuto apareciera en su vida.

— ¡Maldición!

No, no lo maldecía a él, ni a ella misma. Era al maldito momento en que lo había conocido.

Apoyó su frente en el escritorio y se quedó así algunos segundos.

Ella había llegado tarde, eso lo sabía. Dio un gran suspiro, algo dramático, cuando escuchó una voz suave conocida.

—Vaya, debe ser serio.

Enderezó su rostro completamente sonrojado para ver al rubio mirándola sonriente y relajado. Ella en cambio contuvo su respiración y abrió sus bellos ojos castaños mientras boqueaba sin decir realmente nada. Tenía su frente marcada con el relieve de la mesa donde la apoyó y enrojecida graciosamente.

Y aunque no pudiera más de su vergüenza, Eugeo la miraba con extrema ternura y algo divertido también. Para él, ella era una caja de sorpresas desde que la miró por primera vez y era, para su propio suplicio, demasiado hermosa.

¿Llegaste Tarde?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora