Capítulo 4.

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18 de diciembre

Jessica

- Trata de no tomar decisiones precipitadas cuando conozcas a Sofía esta noche, ¿vale? Es probable que a primera vista pienses que no es tu tipo, pero, créeme, es muy graciosa. Y además educada, Jess. Por ejemplo, el otro día me cedió su silla en una reunión. ¿A cuántos mujeres capaces de hacer algo así conoces?

Sarah me da esta charla de rodillas en el suelo mientras saca todas las copas de vino llenas de polvo que encuentra al fondo del armario de la cocina de nuestro diminuto apartamento compartido.

Me estrujo las meninges en busca de una respuesta y, siendo sincera, no tengo mucho donde escoger.

- Esta mañana la chica del piso de abajo ha apartado su bicicleta para dejarme salir a la calle. ¿Eso cuenta?

-¿Te refieres a la mismo chica que abre nuestro correo y deja restos de kebab frío en el suelo del portal todos los fines de semana?

Me río por lo bajo mientras sumerjo las copas de vino en agua caliente y jabonosa. Esta noche damos nuestra tradicional fiesta de Navidad, la que celebramos todos los años desde que nos mudamos a Delancey Street. Aunque nos autoengañamos diciendo que, ahora que ya hemos salido de la universidad, la de este año será mucho más sofisticada, básicamente consistirá en que varios estudiantes y unos cuantos compañeros de trabajo a los que todavía no conocemos muy bien invadan nuestro piso para beber vino barato, debatir sobre cosas que en realidad no entendemos del todo y, en mi caso, por lo que parece, enrollarse con una chica llamada Sofía, que es mi mujer perfecta, según ha decidido Sarah. Ya hemos pasado por esto antes. Mi mejor amiga se tiene por una celestina y ya me emparejó en un par de ocasiones cuando todavía estábamos en la universidad. La primera vez, Margarita, o puede que fuera Marta, apareció vestida con unos shorts de deporte en pleno invierno y se pasó toda la cena tratando de impedirme elegir cualquier plato cuyo aporte calórico requiriera más de una hora de gimnasio para quemarse. Soy una chica de postre; para mí lo único inconveniente que el menú ofrecía era Margarita. O Marta. Como fuera.

En defensa de Sarah, debo decir que se parecía un poco a Brad Pitt si entornabas los párpados y la mirabas con el rabillo del ojo en una habitación oscura. Y reconozco que lo hice. A ver, no suelo acostarme con un chica en la primera cita, pero sentí que tenía que darle una oportunidad en nombre de Sarah.

Su segunda opción, Fraser, solo resultó ser una pelín mejor; al menos recuerdo su nombre. Era, con mucho, la escocés más escocés que había conocido en mi vida, hasta el punto de que entendí únicamente alrededor del cincuenta por ciento de lo que me dijo. No creo que mencionara las gaitas en concreto, aunque no me habría sorprendido que llevara una debajo de la chaqueta. Su pajarita de tartán me pareció desconcertante. Sin embargo, nada de todo esto me habría importado; lo que realmente fue su perdición tuvo lugar al final de la cita: me acompañó hasta nuestro piso de Delancey Street y entonces me besó como lo haría quien efectúa una maniobra de reanimación cardiopulmonar.

Una reanimación cardiopulmonar con una cantidad de saliva del todo improcedente. En cuanto entré en casa, me fui corriendo al cuarto de baño y mi reflejo me confirmó que tenía la misma pinta que si me hubiera besuqueado con una gran danés. Bajo la lluvia.

Tampoco es que yo tenga un historial impresionante en lo que a elegirme pareja se refiere. A excepción de Carina, una novia que tuve durante mucho tiempo cuando aún vivía en Birmingham, es como si por alguna razón fuera incapaz de dar en el clavo. Tres citas, cuatro citas, a veces incluso cinco antes del fiasco inevitable. Empiezo a preguntarme si ser la mejor amiga de una persona tan deslumbrante como Sarah no será una espada de doble filo; ella hace que los hombres y las mujeres se creen expectativas poco realistas respecto a las mujeres. Si no la adorara, lo más probable sería que quisiera sacarle los ojos.

AMOR A PRIMERA VISTA (Capmirez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora