Capítulo 19.

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3 de enero

Jessica

—Estoy muy nerviosa —murmuro, y me aliso el cuello del abrigo de lana mientras caminamos de la mano por la acera. Llevo puesto un broche. Ya lo sé, ¿quién lleva broches? Nadie menor de treinta años y que esté en su sano juicio. Pero estoy desesperada por causar una buena impresión—. ¿Es excesivo?

Acaricio la pequeña margarita de bisutería y levanto la mirada hacia Kate, quien se limita a reírse.

—No seas ridícula. Es mi madre, Jessica, no la reina.

No puedo evitarlo. Todo parecía mucho más sencillo en Tailandia; nos conocimos en un momento en que nuestras respectivas existencias se reducían a los elementos básicos que pudiéramos cargar en una mochila.

Aquí, entre la parafernalia de nuestra vida cotidiana, nuestras diferencias parecen más marcadas. Vuelvo a mostrarme socialmente torpe, hoy el doble que de costumbre, y Kate tiene mucho más mundo de lo que imaginaba.

—Ya estamos aquí —dice, y me guía hacia una puerta de color negro nacarado en una elegante hilera de casas adosadas—. Quieta de una vez, que estás bien así.

Intento tragar saliva mientras aguardamos a que abran la puerta. Espero que a la madre de Kate le guste el ramo de rosas blancas que le he comprado de camino… Ostras, ¿y si es alérgica?

No, Kateme lo habría dicho. Doy unos golpecitos con el pie en el suelo, nerviosa, y por fin la puerta se abre.

—Kate, cariño.

Puede que Lucille Upton no pertenezca del todo a la realeza, pero no cabe duda de que la espalda recta y el pelo blanco y perfectamente peinado le confieren un aire majestuoso.

Va vestida de negro de la cabeza a los pies, un contraste evidente con la lustrosa gargantilla de perlas que le rodea el cuello.

—Mamá, esta es Jess —dice Kate cuando rompen su abrazo, y me pone una mano en la parte baja de la espalda para animarme a dar un paso al frente.

Será más tarde cuando me dé cuenta de que debería haber inferido algo más del hecho de que me presentara como Jess y no como Jessica.

Esbozo mi mejor sonrisa y le entrego las flores, que Lucille acepta con una elegante inclinación del mentón. No se parece en nada a Kate, y desde luego no rezuma ni una pizca de la calidez natural de su hija.

Las sigo hasta el inmaculado vestíbulo, sintiéndome incómoda mientras colgamos los abrigos. Hago a Lucille un cumplido referente a lo bonita que es su casa, y luego empiezo a inquietarme, porque con eso he gastado todo mi repertorio de charla trivial.

Nos sirve el té en su salón formal, y me siento, a mi pesar, como si estuvieran entrevistándome para un trabajo que no tengo ni la más mínima posibilidad de conseguir; como si fuera la sustituta de los sábados optando a un puesto de gerente.

—¿A qué se dedica tu padre, Jess?

—Se ha jubilado hace poco —digo, sin querer tocar el tema de sus problemas de salud—. Era dueño de una empresa de limpieza, y ahora la dirige mi hermano, Daryl. —No estoy segura, pero creo que Lucille se ha estremecido—. Mi madre también trabaja allí, lleva la contabilidad.

La expresión de la cara de la madre de Kate es más transparente que el agua: piensa que somos un puñado de limpiadores paletos. Me llevo la mano al colgante y acaricio el contorno de la piedra púrpura con la yema de un dedo en busca de confianza.

Mis padres crearon su empresa hace más de veinticinco años y ahora dan trabajo a más de cincuenta personas, pero no me apetece justificar a mi familia.

Cuanto más me mira Lucille por encima del hombro, menos ganas tengo de impresionarla. Se excusa y sale de la habitación durante un instante, y no me extrañaría que hubiera ido a esconder la cubertería buena por si me la llevo en el bolso.

La tapa del piano de cola que hay junto al ventanal está cubierta de fotografías, y no puedo por menos de fijarme (seguro que porque la han colocado en primera línea) en la enorme imagen de Kate y una rubia; llevan puesto el equipo de esquí, están bronceadas y ríen ante la cámara.

Lo entiendo como lo que es: un guante que la madre de Kate me arroja en silencio. Hablamos de su familia cuando estuvimos en Tailandia, una de nuestras muchas conversaciones hasta las tantas de la madrugada en la cabaña. En consecuencia, es probable que sepa mucho más de lo que a Lucille le gustaría pensar que sé.

Sé que el padre de Kate era un sinvergüenza, haragán y, de vez en cuando y a puerta cerrada, tendente a mostrar su habilidad con los puños a su rica esposa. Se me rompió un poco el corazón cuando Kate me contó lo mucho que ha tratado de proteger a su madre y lo unidas que han estado en los años transcurridos desde la separación de sus padres; ella pasaba mucho más tiempo con ella que su hermano mayor, y como resultado Lucille y ella son inseparables.

Me impresionó, y sigue impresionándome, que fuera el mayor apoyo de su madre, e ingenuamente esperaba que fuera una mujer afectuosa y, bueno, maternal.

Pensé que se alegraría de ver a Kate con alguien que la hace feliz, pero, si acaso, parece hostil a mi intromisión. Tal vez me coja cariño con el tiempo. Pienso.

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Tan mi ex suegra JAJAJAJJA


Pidoperdón por no actualizar, aveces olvido que soy escritora JAJAJAJJA

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AMOR A PRIMERA VISTA (Capmirez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora