Capítulo 5.

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19 de diciembre

Sara

Joder, qué guapa es cuando está dormida.

Tengo la garganta como si me hubiera tragado una palada de arena y creo que es posible que Sarah me haya roto la nariz del cabezazo que me dio en la cama anoche, pero ahora mismo le perdono cualquier cosa, porque tiene el pelo escarlata desparramado sobre los hombros y las almohadas, como si estuviera suspendida en el agua. Se parece a la Sirenita. Aunque soy consciente de que ese pensamiento hace que parezca una pervertida.

Salgo de la cama y me pongo lo primero que encuentro: la bata de Sarah. El estampado es de piñas, pero no tengo ni idea de adónde ha ido a parar mi ropa y necesito tomarme algo para el dolor de cabeza. Dado el estado de los rezagados de anoche, no me sorprendería encontrarme tirados por el suelo del salón todavía a un par de ellos, e imagino que las piñas los ofenderán menos que mi culo desnudo. Pero ¡qué corta es, mierda! Da igual, seré rápida.

- Agua - carraspea Sarah, y estira una mano hacia mí mientras rodeo la cama.

- Ya, lo sé -murmuro.

Mantiene los ojos cerrados cuando le levanto el brazo y vuelvo a ponérselo con mucho cuidado debajo del edredón. Emite un ruido que podría significar «Gracias» o tal vez «Ayúdame, por el amor de Dios». Le doy un beso en la frente.

- Vuelvo enseguida - susurro, pero ella ya ha vuelto a sumirse en la neblina del sueño.

No la culpo. Yo tengo intención de volver a colarme ahí dentro y hacer lo mismo en menos de cinco minutos. Después de mirarla de nuevo durante un largo instante, salgo en silencio de la habitación y cierro la puerta sin hacer ruido.

- Si necesitas paracetamol, está en el armario de la izquierda.

Me quedo inmóvil un segundo y luego intento tragar saliva mientras abro la puerta del armario y rebusco hasta dar con la cajita azul.

- Me has leído la mente - digo al volverme hacia Jessica.

Me fuerzo a esbozar una sonrisa relajada, porque en realidad esto es incómodo de cojones. Ya la he visto antes; antes de anoche, quiero decir. Fue solo una vez, fugazmente, en persona, pero desde entonces ha aparecido otras veces en mi mente: sueños lúcidos, aleatorios y perturbadores, de madrugada, tras los que me despierto sobresaltada, exageradamente mojada. No sé si se acuerda de mí. Madre mía, espero que no. Sobre todo ahora que estoy plantada delante de ella con una ridícula bata de piñas que apenas me tapa las nalgas.

Esta mañana lleva la melena rubia recogida en la coronilla en un moño despeinado y tiene pinta de necesitar un analgésico tanto como yo, así que le ofrezco la caja.

Sarah me ha dado la lata tanto con su mejor amiga que ya me había construido una Jessica virtual en la cabeza, pero me había equivocado por completo. Como Sarah es tan despampanante, me había imaginado sin cuestionármelo demasiado que habría elegido a una amiga igual de colorida, como si fueran un par de loros exóticos en su jaula. Pero Jessica no es un loro. Es más bien un... No sé, un petirrojo, tal vez. Transmite una especie de paz contenida, una tranquila y discreta sensación de encontrarse bien consigo misma, que hace que resulte fácil estar a su lado.

- Gracias.

Acepta los comprimidos y se pone un par en la mano.

Le sirvo un vaso de agua y ella lo levanta hacia mí, un sombrío «brindis» antes de tragarse los paracetamoles.

- Ten - me dice, y cuenta cuántos quedan en la caja antes de pasármela-. A Sarah le gusta tomarse...

- Tres - la interrumpo, y Jessica asiente.

AMOR A PRIMERA VISTA (Capmirez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora