La habitación de Miguel parece haber sido azotada por un terremoto. Los restos de un espejo roto yacen sobre el suelo, cerca de una pared un televisor hecho pedazos decora el piso, una respiración agitada y acompañada de sollozos se escucha en la esquina que está cerca de la puerta. Es Miguel sentado en la fría baldosa, su cuerpo no deja de temblar de la ira y la impotencia, sus manos empuñan la gruesa cortina de su ventana, la cual momentos antes, lleno de dolor, había arrancado de su lugar.
Ahora definitivamente ha quedado solo. La mujer que en las noches cuando era niño y tenía miedo lo abrazaba y se quedaba a dormir con él, está muerta. La mujer con la que tan solo esta mañana había acordado ir el fin de semana a la playa. La mujer que le brindaba su amor incondicional se ha ido para siempre.
"Hace un momento hubo una explosión en la avenida Taflau. Estalló el auto que conducía María Ramírez. La señora murió." Fue lo que dijo la presentadora de la trágica noticia, y son las palabras que atraviesan el corazón de Miguel como si fueran una daga en llamas. El dolor lo quiebra por completo. Desea estar en una pesadilla, que su último año haya sido solo una horrible y dolorosa pesadilla.
—¡Cones! —Llega a la mente de Falcone como una flecha indicando a los culpables—. Claro, fueron esos malditos. ¡Fueron ellos! —grita con mucho odio mientras toma fuerzas y se levanta.
Busca las llaves de su auto y conduce con destino a la Estación de Policía. Se pasa varios semáforos en rojo y ocasiona que carros frenen de repente para evitar chocar con él. Algunos de esos vehículos chocaron con postes y señales de tránsito.
***
Media hora después llega al centro de la ciudad donde se encuentra la estación. Entra y ve al comandante Juan Garcés, portando su espléndido uniforme. Es un hombre de cuarenta y seis años con cabello corto y de aproximadamente 1.70 metros. Es delgado, de tez clara, rostro serio y fileño, y sus luceros verdes están protegidos por unos lentes.
—Vengo a colocar una denuncia —habla intentando impedir que salgan sus lágrimas—. Sé quién mató a mis padres —continúa iracundo y pequeñas gotas logran salir de sus ojos y corren por sus mejillas. Todos los oficiales lo miran, algunos con lastima y pesar, otros con asombro, y unos con indiferencia, ajenos a su dolor.
—Lamento lo que le pasó a su madre —dice Juan con su voz gruesa, acercándose a Miguel—. Alguien que le traiga un vaso con agua.
Segundos después un oficial llega con un poco de agua.
—Por favor acompáñeme a mi oficina —pide Garcés haciendo un gesto para que lo siga.
Falcone toma el vaso de agua y sigue a Garcés.
Al entrar a la oficina ambos se sientan sobre unos sillones negros de cuero. El cuarto es bastante amplio y sobre una de las paredes hay varias medallas y diplomas, en otra hay fotografías de sus logros. Y en su escritorio está un portarretrato donde junto con su esposa abrazan a un joven de algunos quince años y una pequeña de unos cinco años. La luz de la luna entra con facilidad gracias a la gran ventana de vidrios transparentes.
—Joven Falcone, en realidad siento mucho la pérdida de su madre, ella era...
—¡No necesito que lo sienta, necesito que se haga justicia! —exclama con rabia.
Por un instante un silencio se apodera de la oficina. Juan baja la mirada, cierra sus ojos y dos segundos después mira con seriedad a Miguel.
—¿Qué es eso de que sabe quién mató a sus padres? —pregunta con su gruesa voz.
—Sé quiénes son los responsables. Es un grupo que se hace llamar Cones. Ellos son los que en realidad gobiernan esta ciudad por medio de las pandillas.
ESTÁS LEYENDO
Black Hunter: El nacer de Los Justicieros
ActionMiguel, impulsado por la ira y el dolor, buscará justicia y venganza por las pérdidas que ha sufrido. Tomará una decisión que le cambiará su vida por completo, y que lo convertirá en pionero de una nueva época. Una donde algunos ciudadanos, cansados...