El Juramento

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"Entonces pronunció Fëanor un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos hicieron el mismo voto, y rojas como la sangre brillaron las espadas al resplandor de las antorchas."

J.R.R. Tolkien, El Silmarillion, cap. 9


El brillo de las estrellas era lo único que iluminaba el mundo ahora que los árboles habían muerto. Aún no había Sol ni Luna, y la oscuridad, con el corazón lleno de tristeza, pesaba sobre los hombros de los elfos. 

Maedhros seguía sin poder ver a su padre a los ojos. Huía de su mirada y no cruzaba palabra con él. Si sus ojos llegaban a encontrarse, Maitimo sólo podía ver decepción en los ojos de Fëanor. 

Después de haber peleado contra la gran oscuridad de Melkor y Ungoliant, Maedhros había corrido a sostener la cabeza de su abuelo en su último suspiro. Fëanor lo había encontrado arrodillado en el charco de sangre, con la cabeza recargada en el pecho perforado de Finwë, llorando como una tormenta de verano. Las puntas de sus largos cabellos de fuego arrastraban en la sangre de su abuelo y las estrellas se reflejaban en las lágrimas que corrían por sus pálidas mejillas. 

Fëanor lo empujó con fuerza hacia un lado para ocupar su lugar. Abrazó el cuerpo de su padre sin dejar de llorar. Justo cuando venían llegando sus otros seis hijos, se percató de la presencia de Maedhros junto a él. Con los ojos inundados y las cejas encontrándose encima de la nariz, volteó a ver a su hijo mayor. - Nelyafinwë, ¡Era tu responsabilidad! ¡Tenías que proteger la fortaleza, tu legado, y sobre todo a la familia! Esto es culpa mía por pensar que tenías el temple necesario para una tarea tan sencilla. ¿Dónde estabas cuando Morgoth atravesó el cuerpo de tu abuelo?

 ¿Dónde estabas cuando Morgoth atravesó el cuerpo de tu abuelo?

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Fëanor no quiso escuchar la historia completa. Nunca se enteró de la batalla en solitario que había tenido que enfrentar su hijo. El dolor y la anbición lo cegaron por completo, lo llenaron de odio y locura. 

Hacía varios días que habían abandonado Formenos y se habían trasladado a Tirion. Habían sido días ajetreados, en los que Fëanor se había dedicado a confrontar a los Valar, cuestionar sus actos y decisiones y levantar murmullos entre los demás elfos. 

Maglor (el segundo hijo de Fëanor) se alejó de la plaza principal y caminó hacia la entrada de la ciudad. Tenía que caminar con un faro, pues todo estaba internado en la obscuridad. Las estrellas se veían brillantes en el cielo, pero no eran suficiente para alumbrar la tierra. Llegó a las escaleras de cristal de la entrada de la ciudad y se detuvo. En el último escalón brillaban dos faros titilantes que le permitieron ver a dos elfos sentados juntos. Uno tenía largos cabellos negros y el otro, rojizos. Eran su hermano mayor y su primo Fingon. 

Su agudo oído de elfo captó ligeros sollozos

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Su agudo oído de elfo captó ligeros sollozos. Le pesaba en el corazón recordar la escena de su hermano sentado en un charco de sangre, con los ojos hinchados de tanto llorar mientras su padre le gritaba que todo era su culpa. Maedhros no le había dicho nada a sus hermanos, pero Maglor se sentía culpable.  Vio a Fingon pasando su brazo sobre los hombros de Maedhros en un intento de consolarlo. Después, escuchó un gran alboroto en la plaza. 

Fingon y Maedhros se levantaron alarmados. Maglor alzó su farol intentando ver más allá, sin mucho éxito. Su primo y hermano lo alcanzaron en la cima de la escalera. Por un segundo vio a Maedhros, que se apresuró a limpiarse las lágrimas con la manga de la camisa antes de echar a correr hacia los gritos. 

Cuando llegaron a la plaza, encontraron a Fëanor parado a mitad de una escalera, rodeado por cientos de elfos. Un poco más arriba, los Valar observaban todo sin decir palabra. Fëanor agitaba el puño en alto, con la espada desenvainada en la otra mano. Fingolfin y Finarfin estaban junto a él intentando hablarle, pero él no les prestaba atención. Seguía gritando con la voz grave y potente que tenía. 

- ¡Los Valar nos han engañado! ¡Nos han traído de este lado del mar para controlarnos, para esclavizarnos! ¡O peor aún! ¡Para convertirnos en esclavizadores de los segundos nacidos! Debemos huir hermanos, debemos buscar nuestro propio destino más allá de Valinor. Regresemos a la Tierra Media, la tierra que nos vio nacer y donde nuestro padre Eru Ilúvatar nos colocó desde un principio. Síganme a mi, ¡sigan a su nuevo rey!

Los elfos gritaban a favor de la rebelión contra los Valar. Algunos sostenían antorchas y otros levantaban sus espadas hacia el cielo. Maglor y Maedhros se abrieron paso hasta su padre. En primera fila estaban el resto de sus hermanos. Fingolfin tomó a su hermano de la manga e intentó hablar con él. 

- Fëanor, por favor. No es un buen momento para irnos. Morgoth se ha retirado hacia la Tierra Media. Estamos sumidos en la oscuridad. Los Valar nunca han querido el mal para nosotros, por favor... - guardó silencio cuando Fëanor se jaló con fuerza, obligándolo a soltarlo. 

- ¿Qué es esto, hermano? Hace tan sólo unos días me juraste fidelidad, y ahora, cuando nuestro padre ha sido asesinado y mi casa corrompida, te acobardas y me intentas dar la espalda. ¿O será que no quieres ceder la corona al legitimo rey de los Noldor? 

Fingolfin guardó silencio ante las acusaciones. Dirigió una mirada a su hermano Finarfin, pero también se quedó callado, sobre todo al ver que sus hijos apoyaban las palabras de su tío. 

Fëanor le dio la espalda a la muchedumbre y dirigió su mirada hacia los Valar. Apuntó con la espada hacia  Manwë y prosiguió. - Ahora, antes de partir. Aquí, ante los ojos de los reyes de Arda y la gracia de Eru Ilúvatar, yo y mi linaje juraremos. ¡Juraremos por lo que es nuestro y nos ha sido arrebatado! ¡Juraremos en contra de todo aquel que quiere hacerse con nuestro legado! - levantó la espada y volteó a ver a sus hijos -  ¡Juraremos perseguir con odio y venganza hasta el fin del mundo a Vala, demonio, elfo u hombre aún no nacido, o a cualquier otra criatura, grande o pequeña, buena o mala, a la que el tiempo diese origen desde ahora hasta la consumación de los días que guarde, tome o arrebate uno de los Silmarils de la casa de Fëanor!  ¡y que la oscuridad sempiterna caiga sobre aquel que no lo cumpla!

Curufin y Celegorm fueron los primeros en desenvainar las espadas y juntarlas con la de su padre. Le siguiron los gemelos Amrod y Amras y detrás de de ellos Caranthir, el oscuro. Maedhros trató de tomar del brazo a Maglor, pero este ya se había adelantado, y, tras una reverencia hacia su padre, junto su espada con el resto. 

Después de semanas, en ese momento las miradas de Fëanor y Maedhros se encontraron por primera vez. Maedhros notó en los ojos de su padre la misma decepción que antes. Pero ahora también estaba cargada de odio. Una llama brillante se prendía en ellos, y sin decir palabras, le exigían que se acercara, que cumpliera con su deber, con la obligación a la que ya había fallado. 

Desenvainó la espada y se acercó con pasos lentos. Se detuvo al ver empujones entre la muchedumbre. Entre cientos de elfos que miraban la escena asombrados, se asomó Fingon. Lo miró fijamente mientras sacudía la cabeza de un lado a otro. Maedhros respiró hondo y levantó con orgullo la cabeza. Los ojos de Fingon se llenaron de lágrimas cuando vio la espada de Maitimo junto con las de sus hermanos brillando rojas como la sangre con la luz de las antorchas. Cuando Maedhros regresó la vista buscando a su amigo, había desaparecido. 

 

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