De rey a rey

87 7 4
                                    

"Pero aún a la hora de la muerte de Feanor llegó una embajada de Morgoth en la que se reconocía derrotado y ofrecía términos de paz, la entrega incluso de uno de los Silmarils. Entonces Maedhros el Alto, el hijo mayor, aconsejó a sus hermanos que fingieran interesarse en las tratativas y se reunieran con los emisarios de Morgoth en el sitio indicado..."

J.R.R. Tolkien, Quenta Silmarillion, capítulo 13


La alta llamarada se vio desde las torres negras de Angband y Melkor sonrió, asomando sus blancos dientes entre los pálidos y finos labios. Incluso el dolor de cabeza provocado por el peso de la corona de silmarils había desaparecido. Estuvo unos momentos en la ventana de la torre, con la mirada fija en la gran llama que había dejado el espíritu de fuego a su paso.

Una gran sombra le pasó por el rostro. No sentía el daño que se estaba provocando con las uñas clavadas en las palmas de las manos. La llama era hermosa. No era anaranjada como cualquier fuego, sino dorada como el oro. Le recordaba a la luz de los árboles que él había asesinado. Las chispas que surgían de esa llama parecían estrellas hechas por la mismísima Varda, y el humo no era negro ni blanco, más bien parecía brillar como un río de mercurio deslizándose hacia el cielo.

El dolor de cabeza regresó, pero esta vez no se debía al peso de la corona. Era por recordar la belleza de Varda y el cómo lo había rechazado, eligiendo a su hermano en lugar de a él. Era por recordar los amargos años preso en las estancias de Mandos, teniendo que escuchar sus monólogos, lecciones y regaños, y los días en los que tenía que actuar como un niño bien portado recorriendo con una sonrisa amable todo Valinor. Era por recordar la estúpida sonrisa de Tulkas, luciéndose por todo Arda como si el poder fuera tener grandes y marcados músculos.

Dio un golpe a la orilla de la ventana y toda la fortaleza se sacudió como un terremoto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dio un golpe a la orilla de la ventana y toda la fortaleza se sacudió como un terremoto. Regresó a su trono tallado en la roca negra, adornado de grandes y afiladas crestas de obsidiana. La luz de la llamarada de Feanor no se extinguía aún, y la brillante luz entraba a las oscuras estancias de Melkor, mezclándose con la luz de los brillantes silmarils sobre su cabeza. Morgoth respiró profundamente y tocó con uno de sus largos y huesudos dedos la piedra que adornaba el centro de su corona. Siseó en una expresión de dolor. Las joyas seguían quemándolo. Siempre lo harían.

Se aferró a los descansabrazos del trono hasta que los nudillos se le pusieron blancos, destacando entre el resto de sus manos, que habían quedado completamente negras como el carbón después de la lucha contra Ungoliant. Se relajó y se enderezó en el asiento en un intento por parecer calmado cuando uno de sus generales entró por las pesadas puertas de la sala. Era un orco grande de armadura gruesa. La nariz era casi inexistente, remplazada por una herida profunda y negra que le cruzaba toda la cara. Era la prueba de cómo había ganado su puesto. Había asesinado en un combate cuerpo a cuerpo al general anterior.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 27, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El brillo de occidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora