Traición a la sangre

83 7 14
                                    


"Entonces Fëanor le tomó la mano en silencio; pero Fingolfin dijo: -Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida."

J.R.R. Tolkien, El Silmarillion, Cap. 8


Sus prendas eran ligeras, y aún así no sentía el frío de los aires helados que llegaban corriendo desde el Helcaraxe. Ni siquiera la proximidad del infierno de hielo podía oprimir el calor de la sangre hirviendo en angustia, desesperación y odio en las venas de Fingolfin. Las llamas alzándose hasta tocar las nubes del otro lado de la costa se reflejaban en sus ojos azules como las aguas que se interponían entre él y su medio hermano. Y su mente no dejaba de repetir la misma palabra. Traición, Traición, Traición.

Del otro lado del mar, Fëanor sonreía con malicia, viendo detenidamente las llamas consumiendo la madera y las velas de los barcos más hermosos que nunca existirán. Estaba tan cerca de las llamaradas que sentía el abrazo del calor del fuego, calentando su piel. Su espíritu estaba cerca de su propio elemento. Caliente, destructor, apasionado, poderoso. Imaginó a su hermano del otro lado del mar, tan lejos del calor y tan cerca del frío del Helcaraxe que le helaría la sangre y lo consumiría en tristeza y desesperanza.  Sonrió un poco más profundo y su corazón se hinchó de orgullo. 

Maglor se acercó a él y por un segundo creyó ver en su cara el rostro de Melkor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Maglor se acercó a él y por un segundo creyó ver en su cara el rostro de Melkor. Se talló los ojos llorosos por el humo, volvió a verlo y soltó un suspiro de alivio al ver que era su padre. Seguía siendo el cuerpo de su padre, aunque ya no lo reconociera en alma. 

- ¡Nelyafinwë! - gritó Fëanor furioso - ¡Ordena a las tropas! ¡Marchamos ahora mismo al encuentro de Morgoth! 

Maedhros había retrocedido ante la orden de quemar los barcos. Se había alejado de la costa con los ojos llenos de lágrimas. El juramento era una cosa, pero la traición era la deshonra. Mientras su padre y hermanos tiraban aceite sobre las proas de los barcos y dejaban caer sutilmente velas y faros,  él había salido de la playa. Caminó colina arriba hacia el pequeño bosque que se alzaba detrás de ellos, y recargado en un árbol le había hablado a las estrellas. Había implorado a Varda para que Fingon sobreviviera, y,  si lo hacía, que algún día lo perdonara. 

Aunque había intentado concentrarse en la triste luz de las estrellas, lo distraía un grito lejano y desesperado que llegaba hasta él. Lo había escuchado desde antes, entre la tormenta que había hundido varios barcos tripulados por su gente. Sus hermanos también lo habían oído, pero no le habían dado importancia. Maedhros pensó primero que era la furia de Ulmo; después que era parte de la maldición de Mandos, y que ese grito de dolor lo acompañaría zumbando en sus oídos hasta el día de su muerte. Un grito profundo, constante y doloroso que viajaba con el aire y se impregnaba en las rocas, contaminaba las aguas y marchitaba las flores. Empezaba a sospechar que se estuviera volviendo loco.  Lo tenía tan abrumado que no escuchó el grito de su padre dándole ordenes. Un puñetazo en el hombro lo hizo reaccionar. 

El brillo de occidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora