Capítulo 12. KENDRA

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No paro de pensar en ningún momento en lo que he hecho mientras Aren ha improvisado unas cadenas de tela con algo de sus pantalones. Ha conseguido hacer unas cuerdas bastante logradas. Creo que bastarían para ahogar a alguien, aunque si diese un buen tirón podría librarme de ellas. Más que resistentes, son un arma. Eso es lo que sabe hacer. Con ellas me mantiene cerca de él y ya son varias las horas que llevamos con este teatro. Ya no se ve Lumen al horizonte en nuestras espaldas. Por eso, ya estamos prácticamente en la Zona de Guerra, y si nos ven, lo harán desde lo lejos. Es lo que tiene el desierto. Aren no tiene pinta de ser ni un mesías, ni un heredero, aunque él se está creyendo ese teatro por su propio bien. Pero sí que parece que me haya sometido, aunque sea solo un poco, eso no se lo puedo negar. El sol empieza a salir por delante de nosotros. Es el indicativo de que llevamos aproximadamente cinco horas sin parar, caminando en arena, sin comer.

Tampoco es un problema para mí. Si me da hambre podría comerme algo de Aren. Mientras no lo mate, yo podría soportar el dolor. Tiene unos brazos grandes. Tiene unos muslos con mucho músculo. Sí, podría comerlo. Seguro que sería un tentempié delicioso. Incluso puedo notar que salivo algo de más al pensar en eso.

Pienso en otros temas para no terminar hincándole el diente a Aren. El Reino de Amellán me da miedo. A todos los demonios nos da miedo, por eso instamos a destruirlo. Eso no se puede esconder. Es absurdo el miedo que le tengo a un puñado de mortales a los que podría sencillamente desintegrar de la misma forma en que hice con el general que los asedia. Ahora soy una buena aliada y quizá me salga a cuenta aferrarme a ello. Tengo el poder suficiente como para matar a unos cuantos, o al menos a los que me quieran hacer daño. Esos serán los que ardan.

El calor del sol es tan reconfortante que me hace querer quedarme quieta para siempre aquí. Me da más vida que nunca. Este calor intenso podría reconfortar a un demonio, pero los mortales no lo toleran de la misma forma que nosotros. Apenas ha salido en el segundo día del verano y Aren ya está sudando. Se huele. Si sigue sudando terminará deshidratándose antes de poder llegar a cualquier sitio seguro. Si mis alas hubieran llegado a regenerarse, podría llevarlo en brazos hasta el oasis más cercano. No ha habido esta suerte. Pensándolo bien, si la naturaleza se encarga de Aren, tampoco es mi culpa. Estoy hecha para sobrevivir en los lugares más inhóspitos. La tundra es el mejor ejemplo con el que puedo contar porque ningún humano en este mundo aguantaría esa cantidad de frío. El desierto es un opuesto, pero me vale como ejemplo. Podría dormir en una cama hecha de brasas, seguramente esa sería la mejor noche de mi vida. Para un mortal sería una muerte llena de tortura.

—Necesito descansar—es lo que dice Aren mirando hacia al frente—. No puedo más.

Las dunas siguen extendiéndose hacia el horizonte frente a nosotros. Parece que estemos en un paisaje eterno. Esta vez soy yo la que se niega y marcha por delante de Aren, a pesar del riesgo que supone hacerlo por si nos ven. Un esclavo, un siervo, respetaría siempre a su señor y nunca iría por delante.

—No—pero Aren se cae de rodillas.

Suspira cansado, mirando hacia el cielo del amanecer, salpicado de naranjas. A medida que las horas pasen, el calor será peor. Será una tortura para él.

—Puedes seguir con tu cuento de ser ese monstruo de un mundo desconocido, y puede que yo siga sin creerme lo que me dices... Pero soy un ser humano—Aren me mira entonces—. Necesito agua. Necesito comer. Necesito dormir. Tengo hambre, estoy cansado. No puedo más—tiro de la cuerda improvisada con sus ropas. Es un disfraz, pero no puedo tirar demasiado o la romperé. Así de frágil es este cuento—. Estamos en mitad del desierto de Baurén. Estamos jodidos. No hay agua, ni comida. Al menos déjame dormir.

—Morirás mientras duermes. El sol será peor al mediodía—Aren simplemente se queda ahí, quieto—. Tenemos que avanzar mientras podamos hasta que nos encontremos con los soldados de la Zona de Guerra—tampoco es momento de ponerme a temblar de miedo como una idiota—. Reza a su Dios si quieres para que esto sea lo más breve posible, o morirás en dos días—Aren no está por la labor de seguir caminando.

Sangre y Traición (#1) - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora