EPÍLOGO

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Nunca me había sentido con tanta vida, ni tan rota. Pensé que este dolor podría ser el que sintiera al clavarme el puñal en el corazón. Siempre tuve la esperanza de que eso pudiera devolverme al infierno, en ese mundo del que los demonios, supuestamente, teníamos nuestro origen, teníamos nuestra historia. Dioses. Me había imaginado muchísimas cosas y llegué a idealizarlo todo dentro de mi mente. Pensé lo poco que me importaría que me esclavizaran porque sería un alivio eso de no tener que pensar en qué hacer con mi vida. Aunque tuviese que dedicarme a la cría de demonios o cualquier salida posible si eso me daba almas atormentadas. Conseguirla... Conseguir un alma es lo que me ha condenado a ser algo que nadie sabe qué.

El infierno siempre había sido mi alternativa, mi vía de escape. Todas aquellas veces en las que intenté apuñalarme el corazón hubiesen sido en vano. Destino siempre lo había sabido y se encargó personalmente de que no me matase. Trinity era una mujer cruel y sádica, Destino así lo hizo bajo la excusa de ser más cercana a mí, por ser un demonio. No sé en qué lugar deja eso a un demonio, pero de seguro que no en una buena posición. Me gustó idealizar al infierno porque pensé que sería algo mejor que esto. Algo cálido. Algo parecido al desierto de Baurén o al gran oasis de Lumen.

La brisa helada que siento en mis manos con un Adriel que respira suavemente... El cielo tiene un tono azulado que se vuelve gris en muchas partes. No es el mundo ideal de mi mente. No es el mundo acalorado que tanto me imaginaba. Pequeñas placas de hielo descansan a mi espalda, tumbada en el suelo por un aterrizaje fatídico. Tengo a Adriel abrazado a mi cuerpo, sangrando. Me pongo de rodillas con él en mis manos. Pero me hielo todavía más al notar algo más frío sobre mi nuca. No suelto a Adriel, solo lo aprieto contra mí.

—Hagamos... Hagamos un trato—esas son mis primeras palabras en un mundo que funciona, que lo inventó, todo esto. Los maldito pactos de sangre.

—Oh, por supuesto que íbamos a hablar de eso, compañera—no es que suene nada amigable. Cuando me giro, veo que tiene un arma metálica en sus manos. Apenas puedo alzar la vista hacia él, solo me preocupo por Adriel muriendo entre mis brazos. Ni siquiera quiero ponerme a pensar cómo es que he sido capaz de desaparecer del mundo celestial sin una llave del infierno en mi cuerpo. He llegado aquí por mis propios medios—. Nadie te conoce, bonita. Creo que no nos conocemos. Pero parece que para ser tan poca cosa has sido capaz de abrir una puerta a este mundo y has tenido la suerte de caer en este territorio. Nuestro amo te escuchará. Pero él... No está aquí.

—Solo te pido que le salves la vida—le señalo a Adriel con la cabeza gacha. Escucho un par de mofas, pero ninguno ha pensado en destriparlo todavía—, y prometo daros el mundo celestial. Prometo daros un alma.

—¿Solo quieres eso? —pienso como ellos. Respiro poco a poco, dejando que este aire frío que no necesito me explore—. Ay, querida... Si supieras lo que un ángel te haría...

—Le necesito—las risas estallan—. Yo os daré un alma... Y tomaremos a los ángeles... Ellos son esclavos. Os ayudaré a matar a los que os dejaron tirados aquí—parece que nada de eso basta para este demonio. El arma se queda sobre mi cabeza. Hace mucho frío. El único que tiene calor en su cuerpo es Adriel, que descansa en mis brazos. Dioses. Tengo que sacarlo de esta.

Me sacó del Juicio diciendo que no era un monstruo, pero yo siempre lo he sido.

—No está mintiendo—es otra voz. Esta vez es otro demonio.

Él se asoma por delante de mí. Pone sus dedos bajo mi barbilla. Me asusta su apariencia. A diferencia de todos los demonios que conozco, este demonio tiene el pelo negro y sus ojos son plateados. No sé si es por magia, o porque se niega a aceptar la imagen de los demonios. Se acerca a mi rostro y me mira bien de cerca, ignorando a Adriel. Pero él le mira.

—Preciosa—me llama él, con media sonrisa en la cara—. ¿Qué te parece si salvo la vida de tu amante y tú me cuentas cómo abriste una brecha sin tener una llave infernal en tu cuerpo? ¿Qué te parece si nos quedamos sentados charlando sobre tu poder y me aseguras que recuperaré mi alma? —él deja mi mejilla acunada entre su mano. Helada.

Es un demonio, está claro. Este mundo está congelado. Quizás por eso la Hermandad de los Oscuros estaba en las Montañas de Hielo. Quizá eso de explicar nuestro aspecto a los mortales tan solo fuese una excusa y no fuese más que una mentira de nuevo por parte de los Originales. Ellos nos dijeron que el infierno era cálido, que tenía cielos anaranjados, que el calor era lo mejor de este mundo. Eso tenía lógica en mi cabeza, porque somos seres que se sienten cómodos con el calor. Pero tenemos que vernos obligados a vivir en ese desierto de hielo para dar una explicación de nuestro físico. Me preocupan pocas cosas. Ahora mismo, mi prioridad es que Adriel no se congele y no tengo forma de darle calor corporal.

—Me darás un refugio—él se cruza de brazos delante de mí. Media sonrisa asoma por sus labios pálidos—. Seremos tus invitados. No podrás hacernos daño.

—Pides muchas seguridades, como si supieras quién soy—me quedo en silencio.

No sé nada de este hombre. Como mucho llegué a conocer a demonios que tenían buena posición en el ejército. Quizá el único Original que conocí, en Viane, ya está muerto y no me dio nada nuevo. Me doy cuenta de que nunca supe nada realmente del infierno. Que todo lo que los Originales una vez me contaron fue mentira. Espero que estos demonios sigan pensando como los de mi mundo, o quizá son más retorcidos por la envidia de venir del mundo mortal. El demonio aparta la mano de su mejilla y se arregla el traje aterciopelado negro que lleva. Tiene el porte de un conquistador.

—No...—sigue hablando él mientras sostengo con más fuerza a Adriel—. Tú solo eres una de sus crías, la de los impuros cobardes que se marcharon al mundo mortal cuando mi hermana y su amante abrieron una brecha—poco a poco me lo quedo mirando—. Muchos esclavos se largaron cuando vieron la oportunidad. El ángel la cerró a tiempo pero... esa la alargaron como pudieron, tales gusanos...—impuros, esclavos. Este hombre se regodea en mucho poder y no parece tenerme envidia. Los llamó cobardes. El demonio se coloca unos guantes—. Salió mal eso de intentar recuperar el alma que me pertenece. He tenido que... Verme obligado a posponerlo. He llegado a darlo todo por perdido, preciosa, hasta que caíste del cielo con un ángel malherido en tus enclenques brazos.

—¿Por qué soy una impura? —él se aparta el pelo de las orejas.

Redondas.

—Los demonios que se olvidan de lo que fueron se convierten en monstruos de los que nadie quiere hacerse cargo—explica él—. Nosotros solo somos ángeles a los que les robaron el alma. Otros se conforman con ello y se convierten en animales sedientos de almas. He estado a punto de convertirme en ese monstruo por muchísimo tiempo, pero me niego a perder el aspecto que siempre tuve. Me he propuesto recuperar mi alma, salvar a todos los condenados. Matar a los Creadores—su dedo entonces se enreda en mi pelo. Me acerca a él bruscamente. Su rostro se queda a escasos centímetros del mío. Esculpido en mármol, pero con todos los detalles para ser digno de temer—. Vosotros os habéis olvidado de lo que fuimos y se os han podrido las alas, los ojos los tenéis maldito y las orejas se os han puesto como a los perros del infierno. Y ahora resulta que necesito a una impura para poder liberar a mi pueblo de esta condena. Qué ironía con el Destino.

—Ella... Ella no es un demonio—no es mi voz, ni la del demonio. Adriel tose y agoniza en mis brazos. Respira con calma, pero le cuesta mantenerse recto en mis brazos. Respira lento, tiembla un poco porque hace muchísimo frío. Sus alas ya no están replegadas y puedo ver los ojos del demonio al darse cuenta de que sus alas son negras. Como si ya las conociera. El demonio ni siquiera piensa en ponerle ni una sola mano encima. Tampoco espero que sea tan tonto de intentarlo—. Es la reencarnación de la Destructora—él vuelve a mirarme.

—Mi nombre es Belial—me tiende una mano. Yo me quedo quieta—. Será un enorme placer hacer negocios contigo, Destructora. Estás ante uno de los Doce príncipes del infierno.

FIN DEL PRIMER LIBRO.

Sangre y Traición (#1) - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora