Capítulo 28. KENDRA

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—No se merecen el perdón de absolutamente nadie. Me da igual lo que supliquen, lloren, o quieran negociar. Matarás sin remordimiento a todos los que yo huela y tú después marques. Los vas a matar, a todos—es lo primero que le digo a Adriel una vez hemos regresado a la habitación de la posada donde podemos hablar con cierta libertad. Adriel parece no dispuesto a hablar. Permanece callado y cabreado con su propio enredo de pensamientos y sentimientos de culpa—. He estado como una tonta creyendo que nadie podía hacer tales atrocidades. Y solo se han estado riendo de nosotros—él parece estar vacío. Sentado en la cama, Adriel mira al suelo. Me agacho delante de él—. Espabila—me mira—. Si los demonios están haciendo esto con los mortales, son demonios que ya saben que el mundo no será destruido por mucho que estén haciendo todo esto. Las cosas se van a ir de madre—Adriel solo me mira, aunque me pongo de pie porque parece que no reacciona.

Viendo a Adriel sentado delante de mí hace que parezca más poderosa que él. Debería estar bebiendo algo de sangre... Porque pienso que no soy yo si de verdad digo estas cosas. Pero es imposible centrarme solo en la sangre.

Por otra parte, Adriel, solo me mira como si no fuese capaz de creer lo que le estoy diciendo. Creo que lo entiendo, pero ni siquiera yo soy capaz de comprender por qué diría algo como esto. No entiendo por qué ser consciente de todo eso me enfadó tanto, que el mortal dueño de la taberna fuese capaz de asegurar que existían los espectros. La rabia que sentí cuando me dijo que de seguro acababan con sus vidas porque ya no tenían nada por lo que vivir. Seres sin alma. Claro que quieren morir, no habrá ni un solo mortal capaz de sobrevivir sin alma por mucho tiempo.

El hombre de la taberna parecía algo preocupado, pero sobre todo estaba indignado con saber las cosas que sucedían ese lugar. Tampoco tiene pinta de que se presente para arruinarlo todo. Es de los que prefiere no entrometerse y es de los más listos por hacer algo como eso. Tener miedo a los demonios es lo natural, es lo que debería ser, porque somos el miedo personificado. Por lo menos el hombre parece dispuesto a intentar que la gente no termine metida en ese lío. Debe de llevar años al mano de esta posada a dos días de Viane y seguro que lo ha visto todo. Él ya sabe que los demonios somos seres a los que la naturaleza mortal debe temer de por sí. Somos seres que no deberíamos estar caminando en este mundo, pero ya hemos creado nuestra propia jerarquía.

—Ese es el objetivo, Kendra. No deberías preocuparte con eso—me contesta Adriel.

Él empieza a desabrocharse la fina camisa que lleva puesta, listo para descansar y olvidarse de esto lo antes posible. Estamos algo cerca de las montañas que rodean el lago sagrado de Ipala, algo elevados. De todos modos, somos capaces de intuir las luces de Viane allí en lo más recóndito del horizonte. Las chaquetas dejarán de ser esenciales en cuanto abandonemos las montañas.

—No voy a permitir que salga ni un solo espectro de ese antro. No voy a permitir que ellos sigan haciendo esta porquería—ni siquiera soy capaz de reconocerme cuando digo algo como esto.

Ni siquiera sé por qué lo digo, o por qué me ha cabreado tanto saber que de ahí salen espectros. Una parte de mí me dice que es porque podría haberlo hecho hace tiempo, otra que es porque siento que los demonios mayores se han estado burlando de los menores... Y otra, la más real, es que realmente me cabrea porque esas cosas no son las correctas. La sorpresa me invade. Nunca he sentido una rabia como esta, nunca en mi vida. Mucho menos por algo ajeno a mi persona. Los mortales nunca me habían importado hasta hoy. Es precisamente por eso por lo que Adriel me mira de esa forma, sin creérselo del todo. Pero es la verdad.

—¿Por qué me estás diciendo cosas como estas, Kendra? —me pregunta Adriel, desesperado por tener una verdad que le cuadre dentro de la mente. Ni siquiera puedo darle una respuesta lógica a eso—. Esto tendría que estar diciéndotelo yo a ti, y no tú a mí. Yo ya lo sé se sobras, pero, ¿por qué me dices todo este discurso? Esto no te pertenece. Tú misma me has confesado que solo me quieres vivo para asegurarte la existencia en este mundo, y porque, de no ser por mí, los de tu mundo te repudiarán y hundirán—no está mintiendo, en nada de lo que dice. Son verdades, cada una más grande que la anterior—. Me ayudas porque quieres salvarte, no porque quieras salvar a los mortales, a los que hartarás a torturar en la otra vida—el poder me gusta. Es a lo que llevo aspirando desde hace mucho tiempo

Sangre y Traición (#1) - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora