Capítulo 38. ADRIEL

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Nada más Kendra se marcha de esta celda me siento irremediablemente solo y vacío en este sitio. Aquí llevamos tres días metidos y se han convertido en nuestro auténtico oasis donde nada puede entrar a molestarnos. Donde la paz y la tranquilidad viven con nosotros. Pero lo cierto es que Kendra tiene toda la razón del mundo. Somos animales que están esperando al sacrificio en el matadero, de esos a los que ceban bien para sacarles todo el jugo después. Por lo menos pienso que no estoy perdiendo el tiempo. Me siento liberado por la nueva intimidad que hemos desarrollado Kendra y yo. Hace dos noches rompimos una barrera y mi mente lo sabe. La preocupación latente sobre dónde está Kendra ahora mismo me asusta. No es la preocupación por haberme acostado con lo que sigue siendo un demonio, es la preocupación de saber si está bien. Eso da miedo. Un demonio sin la verdadera esencia de demonio. Eso es lo que es Kendra.

Me encuentro en el baño, arreglando un poco las plumas de mis alas. Algunas partes me duelen porque obligo a Kendra a hacerme daño, pero solo es músculo dolorido. Pienso en las manos de Kendra dándome masajes y se me cae el alma al suelo. Recuerdo los tiempos en los que era el subordinado de Arisbeth y la veía masajeando las alas de Eitan, apenas un crío que había tenido una lesión muscular muy cerca del nacimiento. La envidia que me dio pensar que ella nunca me haría ese favor. No hay nada sexual en las alas, como sugirió Kendra, pero sí que son sensibles a cualquier toque porque cualquier cosa podría dejártelas tiesas o heridas. Cualquier mínimo toque en ellas es una alarma. Kendra solo me las estaba acariciando aquella noche. Le he enseñado a cómo aliviar las zonas más tensas utilizando sus pulgares. Es buena. Pero no puedo mentir. Algo dentro de mí se rompe cuando me la imagino ahí, cuidando y mimando algo que los demás, hasta Beth, no tocaron por pensar que estaba maldito. Dentro de mi mente ni siquiera era posible encontrar a una chica que quisiera hacer esta clase de cosas. Kendra estaba entusiasmada por aprender. No las considera alas malditas. Las considera una belleza.

Pero supongo que sí están malditas si un demonio quiere cuidarlas y protegerlas.

Tengo una de mis plumas en mi mano. Al parecer esta no ha querido aguantar un buen golpe de Kendra. Repaso mi pluma con mi pulgar sin preocuparme de esto. Quizá esté cerca el periodo de la muda. Poco a poco crecerá otra pluma. Y así por todas mis alas. Mi última muda fue hace cincuenta años y pica como un demonio mordiéndote los pies. Antes odiaba las mudas porque implicaba dejar maldiciones por ahí, teniendo que recoger todas mis plumas y llegar a quemarlas para que nadie pensara que iba a maldecirlos. Ahora la mantengo en mi mano y todo eso me importa una mierda porque a Kendra le parecen... bonitas.

Las piedras que conforman la puerta ceden, pero no huelo a Kendra. De hecho, me pongo en posición de ataque cuando noto una presencia tan poderosa. Me quedo mirando a la puerta, con las rodillas flexionadas y dejando la pluma sobre la cama. Espero encontrarme a alguien que quiera llevarme a cualquier lugar, probablemente para dejarme como Sahily, solo que yo no pienso dejárselo tan fácil al que intente ponerme una mano encima. Pero me quedo helado porque no hay nadie que me esperase.

Una mujer esbelta con un elegante vestido dorado brillante y con joyas que albergan luz celestial entra en la sala. Debe de ser un Supremo. Tiene el cabello rojo brillante suavemente a medida que su mano llena de anillos con luz celestial se lo peina. Tiene el pelo largo y llega un punto en el que parece humo. Nunca he tenido el placer de conocer a un Supremo. Siempre he lidiado con los Sabios o con los Orbes. Los Supremos viven muy bien acomodados y encerrados en las cortes de Eterna, no en una ciudad de guerreros como lo es Edelia. Pero... Sus alas no son plumas. Son cuchillas afiladas. Y cuando ese par de ojos dorados me miran... Sé que no es un demonio. Tampoco un Supremo.

—Guerrero Adriel Kainan, ¿verdad? —ni siquiera hago el ademán de asentir. Solo estoy de pie ante un ser que podría hacer conmigo lo que quisiera—. Un placer conocerte. Me llamo Destino—las rodillas se me estampan en el suelo. La boca se me abre.

Sangre y Traición (#1) - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora