Capítulo 16. KENDRA

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Lo peor de volar, aunque sea sujetada como una muñeca de trapo, es darme cuenta de lo mucho que lo echo de menos. Recuerdo mis días en la Hermandad de los Oscuros, que ya quedan muy lejos, en los que volaba sobre las montañas eternamente nevadas, porque en ese momento podía hacerlo, tenía la fuerza que requería. Mis manos se mueven sobre el viento, atadas, y siento que tengo la ilusión de que no es un ángel sujetándome por debajo de los brazos, sino que soy yo la que vuela. Porque la otra opción es envidiar a Adriel por poder hacerlo libremente. Me lleva colgando y casi siento que puedo volar, aunque sea para mantenerme bien alejada de él. No sabe la ilusión que me ha dado poder vivir esto de nuevo. Si pudiera llorar, lo haría de felicidad.

Noto algunas características en los ángeles. Adriel emana más calor del que un mortal haría en una situación normal. Parece febril y la diferencia es notable incluso con este agarre tan estúpido en el que apenas me roza. Supongo que eso tiene sentido si ellos están hechos de la luz más pura, y es estúpido pensar que ellos podrían ser como los mortales. Son ángeles, son los seres más poderosos de este mundo. Yo necesito un par de almas más para que al menos me vuelvan a crecer las alas, para poder salir de esta. Necesito mis alas. Lo anhelo. El viaje no es demasiado largo. Solo son tres horas y media en el aire sin descanso. Y no se cansan. Apenas veo a Aren, que debe de estar más asustado que todos los demás por esto. Él no sabe dónde se ha metido.

Cuando aterrizamos en el campamento del norte de la Zona de Guerra, veo un destrozo. Bueno... En el Imperio de Tantra se hablaba del rotundo éxito de la guerra y de que cada vez había menos reclutamientos. De hecho, es complicado llegar a entrar en el ejército por las miles de solicitudes que hay. En el ejército se gana mucho dinero y todo el mundo sabe que está a favor del caballo ganador. Se reparten tierras entre los mejores soldados de aquellas conquistas recientes. Pero las guerras tienen a un perdedor para que haya un ganador. Esta es la cara de los perdedores. El destrozo. El estar en un lugar ya perdido. Lleno de miseria. Lleno de muerte. A medida que descendemos, más puedo oler la muerte besando los cuerpos de los mortales moribundos. Me cautiva. Y me horroriza. Las muertes crueles. No son muertes por diversión, como pude ver en la arena. Esta gente ha sido brutalmente asesinada por unas tierras que Tantra se ha empeñado en conquistar. Esta muerte es una tragedia, se vive con dolor, las almas todavía presentes en este mundo viven atormentadas y todo lo que uno de los míos desearía es lo que hay por aquí. Pero hay tanto terror, horror y tormento que me resulta abrumador.

—Bienvenida al campamento base todavía en pie más cercano al Paso Central—me dice el ángel de las alas anaranjadas. Adriel lo llamó Eitan.

Me mira con odio, como todos los demás, pero este no se esconde demasiado porque no tiene por qué temerme teniendo en cuenta la clase de coloso que es. No se dirige a Aren, quien parece totalmente horrorizado por esta estampa tan grotesca. Es como si pudiera oler por su parte ese odio enorme hacia Tantra, pero Aren no tiene ni idea de que este es el precio de la guerra. No sabe que el mundo real funciona de esta forma. Que se reparte entre los que ganan, y los que pierden. Él era un ganador en la arena. Por eso sigue vivo. Ese es el mundo en el que vivía y se repartía de la misma forma. Perder una guerra implica ver a los tuyos morir, ver la violencia más intrínseca. El Imperio de Tantra hará lo que sea necesario para derrotar al Reino de Amellán. Y lo necesito. Es el único lugar de paz.

—No es que tengamos mucho éxito, pero eso ya puedes verlo tú misma—me sigue diciendo. Quizá es más recelo hacia mi nacionalidad en el mundo mortal antes que a mi verdadera naturaleza.

—Eitan—le reprende Adriel. Él me ata con una cadena desde mis muñecas hasta su brazo. Eso no me gusta nada. Me hace sentir especialmente mal cuando me doy cuenta de que me trata como si fuese de su propiedad. Como una esclava. Es humillante. Y encima con esta cadena celestial en mi cuello no soy más que un perro que no puede utilizar su poder para no ser atado—, compórtate. Estamos en un campo de batalla muy duro. No es el momento de las rencillas. Y lo último que tiene que preocuparte de nuestra invitada es precisamente que sea tantresa.

Sangre y Traición (#1) - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora