Veintitrés

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—Chicos...—la voz gruesa del muchacho moreno hace que la distancia entre nosotros aumente—. Lamento interrumpir...

—No hay problema, Cal—habla Ashton mientras me suelta con delicadeza— ¿Quieres quedarte a cenar?

—No, lo siento, tengo que irme—me disculpo haciendo una mueca. Ashton me toma de la mano inesperadamente y me acompaña a la puerta. No decimos una palabra hasta que llegamos a la puerta.

—Nos vemos... pronto—titubea un poco nervioso. Le dedico un ademán y, antes de poder irme, deja un beso rápido en mi mejilla. Ese simple gesto hace que me sonroje—. Te quiero, Lara.

Esas palabras me llegan a lo más profundo del alma. 

—Yo también te quiero, Ash.

Al darme la vuelta y encaminarme a buscar mi bicicleta, sonrío como una idiota. Me subo y empiezo a pedalear en dirección a mi hogar temporario. Durante el trayecto, el viento me golpea con mucha fuerza, y el frío se me cuela entre los huesos. Pienso en todo lo que ha pasado. Debería tener vívida la imagen de Ashton a punto de besarme, pero lo que de verdad me ha impactado es su historia de vida. Solo le pedí que me explicara qué significaba eso, no que se abriera así. He querido saber por qué actuaba así, y ahora es cuando entiendo todo. Ha pasado por tanto, y yo insistiendo que contara todo. 

Llego al apartamento de Hayden y me encuentro con que no hay nadie. Ahí me siento una tonta y recuerdo que se han ido a Newcastle a ver a la familia de Spencer. Solo será un fin de semana, así que debo cuidarles la casa. 

Revoloteo por los ambientes y no sé qué hacer. Estoy tan abrumada. ¿Por qué alguien tan bueno como él tuvo que sufrir todo eso? Perdió a su familia, fue privado de su libertad por defender a los suyos, y aún así se sintió en la necesidad de autocondenarse al exilio. ¿Y yo qué hacía a su edad? Quejarme por cosas tan vacías y estúpidas como no poder salir. Es verdad cuando dicen que alguien puede estar peor que tú, y eso es lo que demuestro con las historias de Ashton y Luke. Seremos de la misma cepa, pero mi mejor amigo la pasaba peor que yo en su casa.

Se me cierra el estómago y pierdo el apetito. Es la primera vez que quiero hacer algo tan estúpido como asaltar la alacena de bebidas con alcohol de mis amigos y beber hasta hartarme. Antes de hacerlo, me cambio la pesada ropa y me saco el sostén. Me coloco encima la camiseta de aquella banda de los ochenta/noventa que adopté como pijama y busco en la alacena una botella de whisky junto con un vaso. 

He visto en muchas películas y series de televisión que algunos optan por sentarse en el interior de la bañera a beber y saciar sus penas. Lo encuentro como una "buena" idea, así que me dirijo al baño y me siento allí. Apoyo la botella entre mis piernas y me sirvo un primer trago. 

—Hasta el fondo—anuncio, llevándome la bebida a la boca y bebo todo de un trago largo. El alcohol me quema la garganta un poco, pero ya estoy acostumbrada al sabor. Sirvo otro vaso más y hago lo mismo. Al décimo, empiezo a tomar algunos tragos desde la botella. 

Jamás he estado ebria en mi vida. Drogada sí, pero nunca sobrepasé mi límite en este ámbito. Me siento entumecida, todo me pesa y no tengo la voluntad de hablar. Esta sensación es peor que cuando fumo un cigarro de marihuana; siento un constante martilleo en la cabeza y tengo las emociones a flor de piel. Río como una loca ante mi estado, pero luego lloro por cosas sin sentido. Entre ese vaivén, me quedo dormida allí. 

A la mañana siguiente, un punzante dolor corporal, jaqueca y náuseas matutinas me reciben. ¿Para qué la gente toma tanto? A nadie le debe gustar esto, pareciera que un maldito camión me pasó por encima. Busco entre el cajón de primeros auxilios algún Advil para tomar, y por suerte encuentro una tableta entera. Saco uno y lo bebo con un vaso de agua.

undress your heart ➤ {irwin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora