Era el día antes de Acción de Gracias, veintidós de noviembre, lo cual se traducía en la fiesta de compromiso de Jade y Luca. Elaia todavía no había hablado con ella, pero sí había conseguido que Athos fuese algo más comunicativo los últimos días. No sabía si en algún momento llegaría a confiar en ella como realmente se merecía, pero prefería tener una vela que vivir en la completa oscuridad.
Elaia estaba terminando su maquillaje en tanto su estilista colocaba el último alfiler de su recogido. En cuanto terminó con su trabajo, recogió todo su material y se marchó murmurando un trémulo "adiós". Observó el resultado final, satisfecha con la sombra verde de sus ojos. Puso el último toque de labial borgoña y se encaminó a ponerse el vestido que usaría para el evento. Era sencillo porque, a pesar de estar molesta con su amiga, no le arruinaría la noche. Largo hasta por encima de las rodillas con falda cruzada y un escote discreto de cuello en uve que poco hacía por esconder sus atributos. El vestido era de color ópalo, haciendo más llamativo el tono verde de su mirada. En la sala, Athos esperaba a Elaia, leyendo algo en su Iphone. Elaia exageró el sonido de sus tacones para llamar su atención, a pesar de que no necesitaba hacer eso para tenerla. No obstante, el oscuro deseo que reflejaba la mirada del italiano era más que suficiente para saber que realmente lo tenía, al menos en parte, en la palma de su mano.
La saludó con un beso y su sonrisa de tiburón, expresando sin palabras lo bien que se lo pasarían tras la fiesta.
— Casi va a parecer tu fiesta, principessa— dijo cuando se encaminaban al ascensor.
— Siempre parecen mis fiestas si yo estoy allí— Elaia se encogió de hombros, como si no le importase nada.
La realidad era otra, estaba nerviosa por volver a ver a Jade. Su orgullo no le permitía disculparse, pero sentía que am bas tenían cosas que lamentar. Y había estado antes en la posición de Jade, siendo comprometida con alguien que no amaba. A pesar de que cada día que pasaba pensaba que en realidad, ella ya no era esa. O quizás solo estaba imaginando cosas. En cualquier caso, seguro que necesitaba una copa.
La mansión de los Salvatore no estaba lejos de la de su padre, por lo que la añoranza de los años vividos en esa casa la embargaron cuando tomaron el desvío hacia la zona norte de Chelsea. Al contrario que la suya y la de los D'Angelo, la mansión Salvatore era una oda a la arquitectura moderna, simétrica y llamativa por sus formas rectangulares en todo recinto. Los grandes ventanales dejaban ver la luz de dentro. Aún quedaba un mes para Navidad, pero Luana ya había decorado toda la mansión para la ocasión. Luces de colores rojos y dorados, junto con un enorme abeto lleno de decoraciones reinaban en el patio delante.
No obstante, lo más impresionante estaba dentro. En la entrada, una estatua de hielo se alzaba orgullosa en forma de ángeles. El mármol blanco del suelo hacía parecer que se trataba de una pista de hielo. Luana y Fabrizio recibieron a Elaia y Athos con una enorme sonrisa, procediendo a darles paso al salón principal, donde todos los invitados aguardaban. Athos dirigió a Elaia hacia el Jefe de la Camorra, Annibale Genovese. Era un hombre de estatura media y regordete. No se veía demasiado imponente, sino como un señor adinerado más. Su esposa se erguía orgullosa, sosteniendo los hombros de su hija, una dulce niña pequeña de cinco años, como si posasen para un retrato familiar. Elaia arrugó la nariz con disimulo, la expresión de la mujer alta y rubia no le transmitieron buenas sensaciones. La mirada gris verdosa de la mujer la escanearon de arriba a abajo.
— Annibale— dijo Athos en su voz de capo.
— Athos— estrechó su mano— Mi esposa, Daphne y mi hija, Cassandra— señaló a las aludidas, a las que Athos dio un escueto beso en su mano, en señal de respeto— Imagino que ella es tu esposa.
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Imperio en Llamas +18
RomanceNacida en una de las principales familias de la aristocracia londinense, Elaia Lascelles solo quiere vivir su vida como una doctora prestigiosa de Londres. Pero sus planes cambiaron. Elaia tenía solo dieciocho años cuando su padre aceptó el comprom...