Athos desapareció el día anterior tras la piscina, por lo que Elaia se centró en sus investigaciones, detallando qué necesitaría para su laboratorio. Por ello, cuando despertó el lunes bajo el aplastante peso de Athos, se sintió incómoda. Era la segunda vez que dormía acompañada por un ser tan sensual y grande como él. En su noche de bodas, ambos cuerpos no se llegaron a tocar, sin embargo, ahora sentía todo el cuerpo de Athos. Intentó apartarlo como pudo, pero fue misión imposible.
Su erección matutina se clavaba en el muslo de Elaia, alivianándole la saliva hasta tal punto que pensó que podría babear sobre él. ¿En qué narices estaba pensando? Estaba durmiendo con un asesino. Elaia consideró que sería bueno para ella aprender todas las reglas de la mafia, para lo cual, Lu y Cat serían de mucha ayuda. Pero primero tendría que quitarse a Athos de encima. Se retorció en la cama intentando escapar, pero lo único que consiguió fue que el moreno la apretara más hacía su cuerpo y que soltara un gruñido de satisfacción. Elaia le clavó su codo en el estómago de él, pero tendría que haber pensado que el cuerpo de Athos era lo suficientemente duro para que un codazo no le afectara.
—Athos...despierta— dijo en voz baja Elaia—, me estás aplastando.
Se giró como pudo para enfrentarlo. Esta vez su ceño fruncido había desaparecido y parecía que estaba descansando. Elaia repasó la cara de su esposo una vez más, era un ángel, un ángel caído mandado a la tierra para hacer pecar hasta el más santo. Sus labios estaban entreabiertos, respirando tan tranquilo que Elaia pensó por una milésima de segundo que ese no era Athos D'Angelo y que se lo habían cambiado por otra persona. Los fuertes brazos de Athos la acercaron más a él, haciendo más pequeña su cárcel personal. Con esfuerzo sacó su brazo de la prisión y acarició el contorno de la cara de Athos para luego pasar a su espeso cabello.
—¡ELAIA, YA ESTOY AQUÍ!—el grito de su amiga Cat hizo que Elaia se sobresaltara y estirara el pelo de Athos más fuerte de lo que tenía pensado en un principio.
Elaia se paralizó cuando los ojos verdes de Athos se abrieron y la miraron tan cerca. Estaba nerviosa y como siempre le pasaba mordió su labio mientras miraba a Athos. La mirada verde de Athos pasó a sus labios por una milésima de segundo y cuando volvió la vista a sus ojos estaban llenos de hambre y un deseo que calentó el cuerpo de Elaia como nunca antes lo habían hecho. Solo él tenía tal poder. Inconscientemente se acercó a sus labios para poder probar esa electricidad que tuvieron hacía unos días.
— ¡Elaia! ¿No me oyes? Imposible, la casa de Athos...—Cat se quedó callada al ver la imagen que tenía frente a ella.
Athos envolvía con sus brazos a su amiga, mirándose a los ojos como si fueran lo más importante el uno para el otro. Desde donde estaba Cat podía ver los restos de tinta que tenía el tronco del Capo, la rubia sabía que en el pecho llevaba el juramento de la Cosa Nostra y en ambos hombros tenía un trivial que se unía en la espalda. Dio un paso atrás para marcharse y dejar que ambos recién casados tuvieran intimidad, pero Athos se levantó, sentándose en la cama, seguido de Elaia, quién se escondió tras el gran cuerpo de Athos. Cat sabía que no estaban desnudos, a Elaia se le caía el tirante de su camisón por el hombro.
— ¿Qué demonios haces aquí, Catalina?—preguntó Athos enfadado. A Cat le resultaba intimidante el tono que utilizaba Athos, aun cuando llevara conociéndolo desde que era pequeña.
— He venido a por tu esposa. Nos íbamos de compras, junto con tu hermana y...
— No.
— ¿Cómo qué no?—preguntó Elaia por encima del hombro de Athos— ¿Me vas a tener encerrada aquí toda la vida?
— Haz lo que quieras otro día, hoy tenemos planes.
— No está en su agenda, Athos—dijo Cat con los brazos entrecruzados—. Además lleva días encerrada en esta casa sin salir, no has dejado que nadie la visite y mientras tú...
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Imperio en Llamas +18
RomanceNacida en una de las principales familias de la aristocracia londinense, Elaia Lascelles solo quiere vivir su vida como una doctora prestigiosa de Londres. Pero sus planes cambiaron. Elaia tenía solo dieciocho años cuando su padre aceptó el comprom...