Elaia se sentía abrumada, encerrada. El día había llegado, y con él el fin de su libertad. Durante cinco largos años había peleado con uñas y garras por romper ese compromiso, sin embargo, Athos no se daba por vencido fácilmente. Él consideraba que su palabra era ley, y así la habían encadenado. Ella era de la realeza, y él del bajo mundo, así había descubierto Elaia en cinco años de ardua investigación. Él no era un rico cualquiera, él era el mafioso más temido del mundo. Lo que más le molestaba a Elaia no era que se iba a casar con un monstruo, sino que su mejor amiga tardó veinte años en confesarle a qué se dedicaba la familia Salvatore, junto con los D'Angelo. Pasaron meses hasta que Elaia volvió a dirigirle la palabra a Cat, aunque lo hizo a punta de que le mostrase lo que hacía su prometido. Días antes de la boda de Catalina, esta llevó a Elaia al Tartarus, lugar al que tuvo que ir disfrazada, dado que la guardia que Athos había impuesto impedía a Elaia entrar a casi cualquier lado. Ni siquiera la habían dejado elegir fraternidad en la Universidad de Oxford.
Tres años atrás...
Elaia estaba nerviosa, era la primera vez en la que iba a descubrir qué ocultaban todos de ella. Athos era peligroso, su belleza era llamativa y oscura, ella sabía que algo malo pasaba con él. Algo que si su padre supiera lo haría romper el compromiso de inmediato, por ello iba a llegar hasta el fondo del asunto. Acomodó su peluca negra, esperando que fuese suficiente como para que nadie la reconociese. Cat había confesado que su familia era parte de la mafia italiana, y que seguían a D'Angelo porque eran la familia de los capos, los que tenían el poder. Si alguien estaba a la altura de alguien como ella, era Athos, pero ella se negaba a ser atada. Ni a sus veinte años, ni a los cuarenta, si es que llegaba viva.
Los pantalones de cuero se ajustaban a sus piernas como una segunda piel, acompañadas por unas botas hasta el muslo de color rojo, a conjunto con sus labios. El top cubría el colgante de su madre, siendo de cuello halter y de color negro. Ella no solía vestir así, pero era una noche y pensaba disfrutarla al máximo. Solo le faltaba su cazadora de cuero del mismo color que las botas. El color de pelo, junto con su atuendo peligroso, muy distinto a lo que ella acostumbraba. Pero le gustaba, era sexy. Colocó sus gafas gucci, no debía dejar que nadie se fijase en sus llamativos ojos o todo el plan se iría por el desagüe, y las lentillas estaban descartadas dado que la lastimaban. Se acomodó el bolso y bajó del todoterreno de su amiga, a la cual si permitían ir a esos lugares. Era ridículo que ella no pudiese pisar el Tartarus y que Catalina sí.
El club estaba en Barking, una zona que cualquiera que no supiese lo que hacía solía evitar. Conocida por sus altos niveles delictivos en un área concreta, la violencia. Elaia tragó saliva y fingió estar en su elemento, entrando seguida por Catalina. En teoría, ella tampoco tenía permitida la entrada, pero su poder como mujer de la mafia le abrían las puertas de todos lados. Su prometido, por más que Cat estuviese prendada de Scorpius, no era quien le diría qué hacer, cuando ella se había movido en ese elemento desde que tuvo uso de razón. Ella no era la chica delicada que todos imaginaban, ella era tan cruel como cualquiera de los hombres allí presentes. Un demonio con apariencia de ángel, había matado, torturado y salido invicta de cada una de las reyertas en las que había estado involucrada. Cat no se manchaba las manos, pero era tan letal como una mujer como ella debía ser. En su mundo el respeto se ganaba infundiendo miedo, y ella no iba a ser una marioneta toda su vida. Su poderío era lo que cautivó a Scorpius, un hombre poderoso como él no esperaba menos de su esposa que la fortaleza y entereza de una dama como ella.
Elaia arrugó la nariz al entrar en el club, olía a sudor y desesperación. La música tronaba de los altavoces, junto con gritos y golpes. Entonces vió la jaula en la que dos mujeres peleaban, escasas de ropa, como si su vida dependiese de esa pelea. Y Elaia consideró que lo más probable es que así fuera. Le asqueaba el entorno, era ruidoso, oscuro y olía a cuadra. Siguió a Cat, sin hacer preguntas, hacia una mesa en primera fila. Allí estaba su hermano, junto con los gemelos Salvatore y Athos. Este último tenía a una rubia sentada en las piernas, moviéndose como si lo fuese a follar allí mismo, con ropa y todo. Él parecía ajeno a sus movimientos, mirando a su alrededor como si fuese el dueño del mundo.
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Imperio en Llamas +18
RomanceNacida en una de las principales familias de la aristocracia londinense, Elaia Lascelles solo quiere vivir su vida como una doctora prestigiosa de Londres. Pero sus planes cambiaron. Elaia tenía solo dieciocho años cuando su padre aceptó el comprom...