A medida que pasaba el tiempo y los alaridos de dolor de Elaia llenaban el silencioso espacio, Athos comenzaba a perder la poca cordura que poseía a un ritmo vertiginoso. Quería encontrar una sola manera de ser el que soportase el dolor, en lugar de ella. Una sola manera para que ella no volviese a gritar de ese modo que le estaba desgarrando su oscuro corazón.Los minutos pasaban en una lenta agonía, ¿qué demonios hacían Luca y Olivia ahí dentro si no eran capaces de hacer que Elaia no sufriese?
Las imágenes de lo que pudo haber sufrido Elaia en su secuestro se agrupaban en su cabeza, queriendo consumir todo pensamiento racional que hubiese podido hilar. Entonces, le pareció que Jaime murió demasiado rápido. Tendría que haberle torturado durante semanas. Si tan solo hubiese un modo de revivirlo y hacerle sufrir todo lo que se merecía...
Athos estaba a punto de atravesar la puerta de metal que daba paso al quirófano cuando Luca salió, cubierto de sangre. Athos llevó la mano a la funda de su cuchillo alemán.
— Antes de que pierdas tu mierda conmigo, Elaia está bien. Se ha desmayado por el cansancio, pero está bien. La sangre es de sostener a tu hijo para hacerle las pruebas pertinentes. Puedes entrar a verles en cinco minutos, Olivia está terminando de suturar a tu esposa y entonces os dejaremos solos unos minutos antes de llevar a Remo a la incubadora— dijo Luca, alzando su mano para detener el movimiento de Athos hacia su cuchillo.
Athos dejó ir un largo suspiro cargado de tensión. En silencio, siguió las indicaciones de Luca para poder entrar sin causar una infección a Elaia o Remo. Olivia le tendió un pequeño bulto de pelo azabache, envuelto en una suave toalla. Athos se quedó paralizado al sostener a Remo en sus brazos. Eran tan pequeño y frágil. Athos repasó con su mano libre el contorno de su boquita pequeña y nariz respingona. Remo parecía en paz por estar en brazos de su padre, como si reconociese su presencia. Athos se acercó a la camilla donde yacía Elaia, con una sonrisa satisfecha y mechones sudorosos pegados a su rostro de porcelana. En ese momento, Athos sintió que no podía pedirle nada más a la vida, que tenía todo lo que necesitaba. Entonces, su pequeño abrió los ojos, aún no veía nada, y podrían cambiar, pero el destello grisáceo en ellos, le comprimió el pecho. Remo era su primogénito, su descendencia, alguien a quien cuidaría hasta su último día, junto con Elaia.
Athos sostuvo a su hijo más cerca, murmurándole en italiano la nana que su madre solía cantar para Lucrecia cuando era una bebé. Así, entre arrullos, dejó al niño en la cuna, en la que lo llevarían a la incubadora donde tendría que pasar algunas semanas antes de ir a casa, donde pertenecía.
Elaia despertó dos horas más tarde, Athos no había salido de la habitación que habían acondicionado, desde la cual se podía ver a Remo en la incubadora a través de una pantalla de cristal. Tuvo que parpadear varias veces para poder enfocar la vista hacia su esposo, que miraba por el cristal como si se le fuese la vida en ello. Athos no llevaba su usual ropa de diario, sino una camiseta de manga corta negra y unos pantalones vaqueros ajustados. No era la vista a la que estaba habituada, pero le gustaba más que ninguna otra cosa. Intentó levantarse, quería ver a su hijo, pero un repentino mareo la detuvo en su sitio.
Apenas pudo parpadear cuando Athos ya estaba a su lado, sosteniendo en su sitio la vía de suero que le habían puesto.
— Quiero verle— susurró.
— Olivia lo traerá en quince minutos para ver si quiere tomar el pecho, pero ahora será mejor que te quedes ahí quieta, principessa.
Elaia se relajó bajo el suave vibrato de la voz de Athos.
— ¿Es tan guapo como tú?— murmuró Elaia con la voz enronquecida por el cansancio.
— Es un Adonis, gracias a su madre.
Athos posó un beso en la frente de Elaia, apartando suavemente su cabello sudoroso. Parecía que iba a decir algo, pero se enderezó en cuanto Luca entró en la sala, llevando con él una pequeña cuna y seguido de cerca por Olivia.
— ¿Cómo está mi mamita preferida?— exclamó la latina, revoloteando alrededor de Elaia para comprobar que todo estuviese en orden.
— ¿Está en esa cuna?— dijo Elaia, ignorando por completo a su amiga.
Luca asintió brevemente, levantó un pequeño bulto de la cunita y se lo tendió a Elaia con sumo cuidado. Athos observaba de cerca, vigilante, a pesar de su confianza en su amigo, se notaba a leguas que no quería que nada le ocurriese a Remo.
Elaia se quedó estupefacta ante la visión delicada de su pequeño en sus brazos. Era grande a pesar de haber nacido antes de tiempo, y unos enormes ojos que daban la impresión de convertirse en el gris que caracterizaba a su familia. Elaia había encontrado al amor de su vida, Remo, y apenas acababa de terminar la labor de parto cuando ya estaba pensando en darle hermanos a Remo, sobre todo, una hermana. La princesa de la mafia.
Olivia cortó su hilo de pensamientos, acercándose a ella para ayudarla a ponerse en una posición más erguida.
— Vamos a ver si este pequeñín quiere comer— dijo cuando Luca salió de la habitación sin decir una palabra.
Elaia no tenía palabras, y en realidad no quería a nadie más que Athos y Remo en ese cuarto, por lo que haría todo lo que Olivia pedía con tal de tener su momento de privacidad con su familia. Remo se enganchó a su pezón más rápido de lo que se hubiese esperado, y en cuestión de unos pocos minutos, estaba tomando lentamente, con los ojos cerrados y sujetando con su manita el dedo índice de Elaia. Olivia salió del cuarto sin decir nada, entendiendo las miradas silenciosas que pasaban entre la pareja.
Elaia suspiró cuando por fin estuvo a solas con sus razones de vivir. Athos se aproximó a ella, sentándose en el borde de su cama.
— Creo que no he sido más feliz en toda mi vida— susurró Elaia, mirando a Athos desde su posición.
— Yo te puedo asegurar que no he sido más feliz en toda mi vida.
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Imperio en Llamas +18
Любовные романыNacida en una de las principales familias de la aristocracia londinense, Elaia Lascelles solo quiere vivir su vida como una doctora prestigiosa de Londres. Pero sus planes cambiaron. Elaia tenía solo dieciocho años cuando su padre aceptó el comprom...