DOCE

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Emma irrumpió en el despacho de Elaia como un huracán, tras ella, Athos, con la camisa blanca llena de sangre.

— Te necesitamos en quirófano, ya— espetó sin dar lugar a réplica.

Elaia saltó de su asiento, llegando al lugar donde Athos estaba cubierto de sangre. Llevó las manos a su cara, comprobando que todo estuviese en su sitio.

— Elaia, es urgente— la interrumpió él, apartando con suavidad sus manos de su rostro.

— ¿Y Luca? ¿No es él el que opera?— murmuró acomodando su bata y siguiendo a Athos por los largos pasillos.

— Es a Luca a quien tienes que operar.

Elaia decidió que las preguntas podrían esperar cuando vio a Luca desmayado sobre una camilla, con una enfermera tratando de taponar la salida de sangre de su hombro derecho. Se apresuró a lavar sus manos y dar instrucciones al equipo que esperaba por ella. Era la primera vez en la que ella tendría que llevar la voz cantante en un procedimiento de ese tipo, pero no se perdonaría dejar morir al hermano de su mejor amiga, y mucho menos al que ella ya consideraba un amigo. Athos entró en el quirófano, cubierto, con ella. Elaia no comprendía qué hacía él ahí, pero no tenía tiempo para réplicas. Destapó la herida, viendo un orificio de bala. La bala estaba atascada en el músculo y a Elaia le aterraba que hubiese podido perforar en algún nervio que hiciese irrecuperable la movilidad.

— ¿La anestesia ha surtido efecto?— preguntó a la chica que descartaba la aguja con la que había inyectado la anestesia a Luca.

— No, quedan unos minutos.

— No tenemos dos minutos, voy a tener que operar ya— espetó frustrada.

— Lo resistirá, créeme— dijo Athos a su lado.

Elaia asintió, tomó el bisturí e hizo una incisión que le permitiría sacar la bala del hombro de Luca. Este tenía los ojos abiertos, clavándolos en ella, ni siquiera se inmutó cuando comenzó a hurgar con las pinzas en su músculo. Lo cual llevó a pensar a Elaia en la de veces que tendría que haber soportado heridas dolorosas si no estaba retorciéndose de dolor. La anestesia ni siquiera fue general, era local, por lo que él estaría consciente en todo el procedimiento. Por un momento creyó que todos fueron conscientes del leve temblor de su mano al sacar la bala con cuidado. La chica de la anestesia había desaparecido, siendo que Athos le proporcionaba los instrumentos que necesitaba y se mantenía atento a la vía con sangre que estaban poniéndole a Luca para recuperar la pérdida por la bala. Elaia se estremeció de pensar que algún día no muy lejano sería Athos quien estaría en esa camilla, probablemente dependiendo de ella para seguir viviendo. Dejó ese pensamiento a un lado mientras daba los últimos puntos de sutura a la herida de Luca. Tras terminar, salió de allí sin decir nada a ninguno de los dos. Dejando paso a las enfermeras que llevasen a Luca a una habitación. Athos puso sus manos sobre sus hombros, girándola para que lo encarase. Lágrimas silenciosas que escurrían por su rostro. Athos secó las lágrimas con sus pulgares, en un roce delicado.

— ¿Por qué lloras, principessa?

— Déjalo, Athos, necesito una copa. Vuelve a tus responsabilidades.

Athos limpió con delicadeza las lágrimas de Elaia, pasando sus pulgares por debajo de sus ojos. Elaia inclinó la cabeza hacia el contacto.

— Dime, ¿por qué lloras?— susurró él.

— Algún día serás tú el que ponga su vida en mis manos y ni siquiera podré preguntar por qué estás herido. No confías en mí lo suficiente como para decírmelo— un sollozo escapó de ella— Y yo no quiero ser la que tenga que cargar con una operación de vida o muerte si se trata de ti.

Imperio en Llamas +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora