Parte 2: Regalo inesperado

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>Ocho años después•<

|________ Bennett|

Llegué rápidamente a casa. Mi ropa como mi cabello estaban totalmente empapados.

Me quedé mirando la lluvia desde la ventana unos segundos. Pensando en lo relajante que era ese sonido.

Me acerqué a la cocina, tomé una olla y corrí hacia arriba de las escaleras.

Entré a mi habitación y coloqué la olla justo debajo de la gotera que ya tenía mi piso de madera de color verde.

Me aseguré que a la habitación del abuelo estuviera bien y bajé nuevamente.

Comencé a preparar la cena, no teniendo mucho tiempo antes de que el abuelo llegara del trabajo.

Aunque no fue así.

A pesar de que creí que llegaría en cualquier momento y me atraparía con la cena a mitad. No fue así.

Terminé de preparar la comida y el abuelo aún no había llegado, era tarde según el reloj de la cocina.

Fui hacia la puerta trasera y miré por entre la reja, esperando alguna señal de él.

Minutos después, lo ví asomarse por entre el bosque. A lo que una sonrisa salió de mis labios.

Volví a la cocina y comencé a servir.

Sentí la puerta trasera abrirse junto con el sonido de unos pasos firmes y embarrados, muy seguramente por todo el lodo que había dejado la lluvia.

—Hola, abuelo — saludé —¿Que tal tu día?

—Muy productivo — contestó en un largo suspiro mientras se sentaba en la silla — ¿Y que tal la escuela?

—Muy educativo — lo miré con una sonrisa burlona.

El me miró en reclamo, pero no pudo evitar soltar una risita.

Nos sentamos y comenzamos a comer. Sin hablar, sin dar las gracias o si quiera recitar una pequeña oración.

Solo el sonido de los cubiertos golpeando el plato.

—Tengo algo para ti — me miró, terminando de mascar la comida en su boca.

Sacó una caja de su bolso de trabajo y la pasó por la mesa hacia mi dirección.

—¿Para mi? No es mi cumpleaños, abuelo.

—Ya lo sé, pero creo que ya es necesario que lo tengas — abrió la caja frente a mi, dejando ver un arma.

La sonrisa que tenía desapareció y se convirtió en una mirada confundida.

—No creo que haga falta.

—Y espero que no, pero me haría más tranquilo saber que la tienes. Te enseñé a usar la mía, esta no es diferente — la tomó para mostrarme — Solo debes poner las balas aquí y el mecanismo es igual.

Me quedé mirándola con cierto respeto.

—Vamos, ¡Tómala! — tragué saliva pesadamente y la tomé en mi mano desconfiada.

La observé, analicé y toqué como si supiera lo que hacía. Todo para complacerlo.

Luego la guardé de nuevo en su caja, la tomé entre mis manos como si se tratara de un cristal y me levanté del asiento.

—Gracias, abuelo — dije para subir por las escaleras hacia mi habitación.

Puse la caja debajo de mi cama y me senté en ella. 

Sin duda, la abuela habría objetado ante aquel regalo del abuelo y le habría prohibido rotundamente todas las tardes que pasé con el en el bosque, enseñándome a disparar su arma.

Cerré los ojos, apenas si recordando aquello.

—¡Tómalo firme! — espetó.

—¡Tengo miedo! — me quejé.

El tomó mis manos y me hizo sostener el arma.

El miedo solo te frena y cuando tú vida dependa de ello, no hay tiempo para dudar. ¿Me oyes?

Asentí varias veces y al sentir el dedo en el gatillo, cerré los ojos con fuerza.

Pero la abuela ya no estaba y sentía que esa era la razón por la que el abuelo me había enseñado todo lo que me enseñó.

El estaba preparándome para el día en el que ya no estuviera conmigo, y esa idea solo me revolvía la cabeza.

Sin duda, esta noche no pegaria el ojo.

Bajé las escaleras dispuesta a seguir comiendo, aunque me quedara nada de apetito.

Antes de bajar el último escalón giré mi vista a la foto de abuela colgada en la pared. La acaricié con la yema de mis dedos y la miré en súplica como si quisiera que me dijera algo.

|Arvin Russell|

—¡Feliz cumpleaños a ti!

Vi a la abuela y a Lenora entrar con un pastel acercándose a mi.

Sonreí apagando el cigarro en el cenicero y esperando a que llegaran a la mesa.

—Feliz cumpleaños, Arvin — puso el pastel enfrente de mi — Feliz cumpleaños a ti.

Lenora me abrazó repitiendo la canción alegremente en mi mejilla.

—Vamos, pide un deseo antes de que se acabe la vela — dijo la abuela.

—Está bien — miré hacia la vela, pensando en que tipo de deseo querría o podía pedir.

Solo la observé.

—¡Arvin! — reclamó Lenora ante mi demora.

—Está bien, está bien, espera — me tomé unos segundos más y la soplé.

El lugar se quedó oscuro, mientras Lenora volvía a encender las demás velas que iluminaban la casa.

La abuela cortó un pedazo de pastel para todos y juntos comenzamos a comer.

—Tengo algo para ti — Earskell me pasó una caja de madera.

Yo la abrí y desenvolví un pañuelo que se encontraba adentro.

—¿Qué es eso? — preguntó la abuela.

Saqué el contenido del pañuelo para encontrarme con un arma, una un poco distintiva.

—Es la pistola que Willard me dio — explicó Earskell — Es una Luger Alemana, la trajo de la guerra — yo solo miraba el arma con detenimiento — Yo no soy bueno para las armas, pero supuse que Willard querría que la tuvieras.

El lugar se quedó en silencio.

—Gracias — puse el arma de nuevo en su caja — Es el mejor regalo del mundo.

—Tener un arma te ayudará — continuó.

—Está bien, tal vez, pues es lo único que tengo de él — dejé la caja a un lado para tomar una cucharada de pastel.

Y pretender que no habia sido gran cosa.

La abuela y Lenora se mantenían en silencio ante esta situación, aunque sabía que no les agradaba la idea.

Una vez en la cama, solo me quedé allí mirando el techo. Tal vez era la única persona despierta en Coal Creek.

No pude cerrar los ojos pensando en lo que quería decir tener un arma en mi poder.

¿Acaso preveían que algo malo sucedería? ¿Alguna vez la tendría que usar?

¿Cómo saber que la usaba para hacer el bien y no el mal?

Tal vez era algo muy arriesgado de averigüar.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora