Parte 8: Risas vienen y van

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Caminé despacio con la bandeja en mis manos, tratando de hacer el menor ruido posible. Pero no funcionó, porque al colocarla en su mesa de noche el abuelo abrió los ojos inmediatamente.

—Aqui está tu medicina — dije tranquila — La señora Thompson vendrá más tarde.

—¿Por qué? ¿A dónde vas?

—A la escuela.

—Es temprano.

—Bueno, es que... — sin dejarme terminar el tomó una de mis manos con fuerza y miró la palma.

Algo que me tomó por sorpresa, así que no pude evitarlo.

Se incorporó y la miró frunciendo el ceño. Luego regresó su vista a mi, rogando por una explicación.

—¿Dónde te has metido? — para ese momento sabía que nada de lo que dijera funcionaria.

—Era necesario — solté.

—Te dije que no.

—Abuelo, amenazaron con despedirte.

—¿Y qué? ¿Creíste que no encontraría otro empleo?

—Es por nuestro bien.

Tomó mi otra mano y la miró de la misma forma. Aunque no estaban como el primer día, no estaban mejor.

Él intentó levantarse con furia, pero aún seguía muy envuelto en sus cobijas.

—Abuelo...

—¿Qué te han hecho? — preguntó con enojo.

—Nada, te lo juro. Se han portado muy bien conmigo — el abuelo relajó su rostro, pero no me soltó — Te respetan, abuelo.

El apartó la vista y negó con la cabeza levemente como si peleara por intentar creerme o no.

—Déjame ir. Todo está bien.

Así como se lo pedí, así lo hizo. Volvió su vista, pero no dijo nada. Caminé hasta la puerta y antes de salir me giré a él una vez más.

—Toma tú medicina.

|Arvin Russell|

Inmediatamente al llegar, me subí y me senté en la parte trasera de la camioneta. Le pedí al sujeto de al lado que me prestara su cigarro para poder encender el mío, y así lo hice.

Todos terminaron de subir. El jefe nos miró y asintió.

—Bien, vámonos.

Miré alrededor por unos segundos y los miré a ellos, pero nadie parecía querer decir algo.

—Falta la chica — al decirlo todos me miraron.

Era extraño ya que jamás hablaba con nadie de ser estrictamente necesario, así que solo encogí mis hombros al sentir su mirada. El hombre frunció el ceño y soltó un leve gruñido.

Volví mi vista y después de unos minutos, ahí la vi. Ella venía corriendo por entre los árboles.

Parecía estar corriendo hace tiempo, porque su cara estaba roja y su cabello despeinado.

—Ahí está — él jefe le dio un golpecito a la camioneta. Y la esperó con los brazos cruzados.

—Perdón, señor. Es que...

—Si, si — la cortó — Súbete.

Ella asintió y se subió de inmediato, sentándose justo a mi lado.

Alzó la vista y les sonrió a todos, incluyéndome. Luego bajó la mirada, aún respirando fuerte.

Solo seguí aspirando mi cigarro hasta que llegamos y la labor comenzó.

Nos dividimos en parejas para tomar diferentes secciones y colocar el asfalto más deprisa. Cada uno se fue a su lugar, dejándome en la primera sección con _________.

No era mala trabajadora, era lenta y quizá un poco torpe, pero el hecho de que estuviera aquí ya era impresionante.

Después de un rato, escuché un quejido y al girar mi vista la vi a ella con su pie derecho totalmente lleno de mezcla para el asfalto. Se giró, pero al hacerlo también me di cuenta de que su cara tenía pequeñas manchas de pavimento.

Reprimí una sonrisa apretando los labios, aunque no funcionó ya que ella me miró.

—¿Te estás burlando? — cuestionó divertida.

—No, estoy trabajando — seguí pasando el rastrillo por el suelo — ¿Ves?

Ella soltó una risita, y sacó un pañuelo de su bolsillo para limpiar su rostro.

—Al menos te divertí — la miré ladeando la cabeza — Es que veo que casi nunca ríes.

Volví mi vista de nuevo al pavimento sin decir nada. Era verdad, no tenía muchas razones para reír. Sentía su mirada aún sobre mi, como si esperara que dijera algo.

Segundos después, se alejó y caminó por el césped hacia los materiales.

—¿Crees que debería quitarme el zapato? — siguió hablando — Puede secarse el pavimento y luego me quedaría un zapato de por vida.

Reí.

—Bueno, ya no tendrías que preocuparte por comprar más — ahora ella era la que reía.

Se quitó el zapato e intentó limpiarlo con el agua y su pañuelo. Así mismo con la bota de su pantalón.

—Déjame ayudarte — tiré hacia un lado el rastrillo y me fui hacia ella.

Tomé el pañuelo y me agaché, ella levantó el pie y comenzó a echar agua levemente para ayudar a quitarle el cemento.

Dejó el balde en el piso y tomó su zapato de nuevo, en un movimiento desequilibrado ella se resbaló, y por intentar ayudarla me llevó consigo. Cayó sentada en el balde y yo a su lado de rodillas.

Ella apretó los labios y luego soltó una carcajada. La miré serio por unos segundos, a lo que ella tapó su boca, pero no dejó de reír.

Al final, terminé riendo junto a ella.

—¡Russell! — giré mi vista — No es momento de descansar. Y eso va para ti también — la señaló.

—Si, lo siento, señor — contestó ella.

Me miró y se encogió de hombros divertida, nos levantamos y caminamos una vez más hacia la carretera.

A seguir rastrillando la calle.

Al final del día, le ofrecí nuevamente llevarla a casa, algo que por su mirada sabía que no rechazaría ninguna vez más. Se subió junto a mi y emprendimos camino.

Después de un tiempo, al dejarla en casa, ella me agradeció como siempre y abrió la puerta de inmediato.

—Espera.

Se giró con una sonrisa, una que incluso yo tenía. Tragué saliva y hablé.

—Nos vemos mañana en la carretera. A las 5:45am.

Mostró una cara de sorpresa, sonrió de lado y asintió levemente para salir del auto.

Esperé a qué entrara a casa y conduje hasta la mía sin dejar de pensar en lo que acababa de pasar. Y en lo que sucedió en todo el día en general.

Estacioné el auto en la entrada de mi casa y caminé de una vez adentro.

—Hola a todos — cerré la puerta e inmediatamente el olor al sazón de la abuela me hizo aspirar profundo.

—Hola, Arvin — saludaron tanto la abuela, como Lenora — Ya casi está la cena.

Lenora me sonrió, se veía más pálida que de costumbre. Supuse que estaba enferma porque no mucho después ella se disculpó para ir al baño y salió casi que corriendo.

—¿Está bien? — pregunté mirando a su dirección.

—No se ha sentido bien últimamente — comentó la abuela sin mirarme — Pero seguro se le pasa, ya sabes cómo son esos virus.

Solo asentí.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora