Parte 12: Una verdad cruda

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|Arvin Russell|

Me bajé de la camioneta, mis hombros y espalda dolían. Había dormido muy poco en los últimos días y solo deseaba llegar a casa.

Cuando caminé hacia mi auto el Sheriff del condado se interpuso.

—Quería hablar contigo, Arvin — dijo una vez estaba frente a él.

—¿Sobre qué? — pregunté extrañado e indiferente.

—Es sobre Lenora — titubeó antes de decirlo a lo que fruncí mi ceño.

Habían pasado varios días desde que Lenora había muerto.

—¿Qué hay con ella? — pregunté sin entender.

—Vine aquí y no a tu casa porque no quería atormentar a tu abuela.

—¿Atormentar? ¿De qué habla? — el se quitó el sombrero y me dedicó una mirada llena de lástima.

—Dudley, el forense... — comenzó a decir.

—No se quién es Dudley — interrumpí aún sin entender a dónde iba esta situación.

—Es un borracho, pero no es un mentiroso — me miró fijo — ¿Sabías que Lenora estaba embarazada?

Fruncí el ceño nuevamente, retrocedí un poco ante aquel comentario.

—Eso es mentira, ese hijo de puta está mintiendo.

—Te lo dije, Dudley no es un mentiroso.

Miraba su cara, no había duda o burla, así que comenzaba a creer que este hombre de verdad hablaba en serio.

—Vino a verme en privado para que su familia lo supiera — continuó — Sentí que tenía razón. Ahora, lamento haberme metido en algo que no me correspondía. No eran mis intenciones.

Miré al suelo unos segundos. Por alguna razón, algo en mi cabeza no dejaba de dar vueltas.

—¿Sabe que ese reverendo no ha rezado por ella? — lo miré firmemente — No por los que se suicidan.

—¿Qué quieres decir con eso?

Apreté los labios y simplemente negué con la cabeza.

—Gracias, Sheriff.

Me aleje de él y caminé hacia el auto. Me subí, lo encendí y arranqué. Aunque mi vista estaba firme en el camino, mi mente no estaba allí y no fue hasta que escuché el claxon de otro auto que tomé consciencia de que estaba conduciendo.

Llevaba vario tiempo haciéndolo y ni siquiera había prendido las luces.

Paré en seco y respiré profundo. ¿Debía decírselo a la abuela? Ella muy rara vez salía de su habitación, incluso sus ganas de cocinar se habían disminuido.

Así que llegar a casa con semejante noticia la pondría peor de lo que está.

En el fondo, no podía dejar las cosas asi. Busqué en mis bolsillos la cajetilla de cigarros para intentar dejar de pensar por un rato, pero no estaba ahí.

Busqué en la guantera, pero no la encontré. Así que volví a arrancar el auto y conduje hasta el almacén.

Al comprarlos, me recosté en la puerta y encendí uno para darle una inhalada profunda, aspirándolo casi en alivio.

No mucho tiempo después pude ver una figura familiar que me hizo no dejar de apartar la vista.

________ estaba parada frente a la tienda, leyendo un papel que tenía en su mano, y sosteniendo una bolsa con la otra. Al inmediatamente reconocerla una sonrisa ladina se posó en mis labios.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora