Parte 5: ¿Reverendo?

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|Arvin Russell|

Todos estaban allí, entrando con platos en sus manos con cualquier tipo de alimento.

Listos para darle una bienvenida.

—Quítate eso de la cabeza — ordenó la abuela.

Me quité la gorra y la tiré por la ventana del auto.

Había una pequeña fila para saludar al hombre, la cual no dudaron en hacer.

—Hola, encantada de conocerlo, reverendo — se presentó la abuela — Emma Russell.

—Estoy encantado de conocerte también — contestó — ¿Qué tienes ahí?

El embadurnó sus dedos del jugo de los hígados de pollo y los relamió con placer.

Mientras yo solo lo miraba inquietante.

—Bendito son ellos los que tienen hambre y sed por justicia.

Dejó el plato en la mesa y comenzó la predicción.

Al final, todos estábamos viendo, desde la puerta de la iglesia, como el reverendo y su esposa servían toda la comida que todas las familias presentes habían llevado.

Era demasiado, pero sentía que no tenía ningún tipo de derecho para decir algo.

—Todos ustedes han sido muy amables conmigo y les agradezco desde el fondo de mi corazón por la bienvenida — dijo girándose a nosotros — Pero amigos, el pobrecito que les trajo hígados de pollo en ese plato destartalado — hizo una pausa — Digamos, que estoy inspirado a predicar sobre eso por un minuto antes de comer.

Fruncí el ceño ante ese comentario, pude ver de reojo a la abuela y no estaba muy cómoda.

—Seguro, algunos de nosotros estamos mejor que otros. Y veo mucha carne blanca y roja en esta mesa. Y sospecho que la gente que les traía platos a veces come muy bien.

—Sí, señor —  respondió uno de los hombres presentes.

—Pero pobre gente, tienen que traer lo que puedan pagar. Entonces, esos órganos es una señal para mí diciéndome que debería, como nuevo predicador de esta iglesia, sacrificarme, para que todos puedan compartir la buena carne esta noche.

Miré levemente a todos en el lugar, preguntándome si alguien pensaba lo mismo que yo.

Pero en realidad parecían fascinados.

—Y eso es lo que voy a hacer, amigos. — continuó — Me voy a comer estos órganos, porque yo me modelo en el buen Señor Jesús cada vez que me da la oportunidad. Y hoy, me ha bendecido con otra oportunidad de seguir sus pasos.

—Amén —dijeron varios al unísono.

Tomé por los hombros a la abuela, que podría jurar estaba a punto de llorar. En mi cara solo podía verse desprecio ante esas palabras.

El circo acabó, así que Lenora, la abuela y yo salimos hacia el auto, dispuestos a irnos a casa.

—Ahora, no te preocupes por ese fanfarrón — entré al auto con la abuela y Lenora — Apuesto a que no tiene ni dónde caerse muerto.

—Nunca me había sentido tan avergonzada en toda mi vida. Podría haberme arrastrado justo debajo de la mesa.

—Está bien, voy a ir a hablar con él — abrí la puerta del auto nuevamente.

—No, Arvin — me detuvo — Nada de eso, seguro que no es el predicador que esperaba.

—Abuela, ese no es un predicador — la miré — Es tan malo como lo que suena en la maldita radio — suspiré enojado — Diablos, apuesto a que solo quería los hígados de pollo para él solo. Por eso hizo lo que hizo ¿Viste la forma en que los estaba devorando?

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora