Parte 1: Buscando la recompensa

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|_______ Bennett|

Estaba sentada con la espalda recostada en la silla, mis pies no alcanzaban a tocar el suelo.

Los movía enérgicamente tarareando la canción que mi abuela cantaba.

—¿Abuela? — la llamé.

Tenía pastel por toda mi cara, ella estaba preparando la cena y antes de hacerlo, siempre me daba una rebanada de pastel de mora.

—¿Si, cielo? — se giró a mi.

—¿Por qué las cosas malas siempre le pasan a las personas buenas? — la abuela me miró intentando saber que decir.

—Porque las personas malas tienen que esperar el castigo divino y ese es el más duro — se acercó a mi para limpiar mi cara con su delantal — Así que, las personas buenas deben afrontar cosas muy malas para luego ser recompensados.

La miré al rostro, como si fuera lo más preciado para mí, aunque así lo era.

—¿Y cuánto tarda esa recompensa?

—Nadie lo sabe, solo Dios — ella colocó su mano en mi mejilla y la acarició — Ven, ayúdame a poner los platos en la mesa, el abuelo ya está por llegar.

Esa sería la última vez que había podido hablar con ella.

A la mañana siguiente la encontraron en el suelo de la cocina.

Yo recordaría por siempre nuestra última charla como la más importante en mi vida.

Desde que murieron mis padres había esperado esa tal recompensa de la cual la abuela tanto hablaba. Siempre pensé que perder a los que me dieron la vida había sido lo suficientemente malo para obtenerla.

Pero no fue así.

¿Era acaso esta otra prueba de Dios para merecerla aún más?

Desde ese día, ni el abuelo ni yo volvimos a la iglesia, a decir verdad, la única razón por la que íbamos era porque la abuela nos obligaba.

La primera noche sin la abuela pude escuchar como el abuelo se peleó con Dios.

—Te la has llevado — repetía desconsoladamente — Te la llevaste cuando ella daba todo por ti. ¿¡Así le pagas a los que siguen tus palabras!?

No fui demasiado valiente para entrar o acercarme. Sólo me quedé de espaldas a la puerta, llorando a la par que escuchaba los sollozos del abuelo.

Y desde ese entonces supe que jamás volveríamos, pero no me molestaba, en cierta forma yo también estaba enojada con él.

Esa misma noche en la que fui a mi habitación, me arrodillé frente a la cama y junté mis manos tal como la abuela me había enseñado.

Sería la última vez que lo haría.

—Abuela — susurré cerrando los ojos con fuerza — ¿Podrías preguntarle a Dios que debo hacer? Porque realmente no entiendo.

¿Acaso debía convertirme en una mala persona para dejar de recibir estos castigos? Porque había sido buena toda mi vida y lo único que obtenía era desgracia tras desgracia.

Alguien debía decirle muy seriamente a Dios que su palabra parecía no tener sentido.

¿Alguna vez han las personas malas recibido un castigo? ¿Quién se encargaba de hacerlos pagar por todo lo que hacían antes de que llegara el tan temido castigo divino?

Pasaría toda mi vida intentando averigüarlo.

...

|Arvin Russell|

Lo ví golpear a esos hombres repetidamente, mientras Jack no dejaba de ladrar incansablemente.

Lo acariciaba, intentando calmarlo, pero mi atención seguía puesta en las acciones de mi padre.

Cuando decidió que era suficiente, regresó al auto y se subió.

Estaba respirando fuerte, con sudor resbalándose en su pecho.

—¿Recuerdas lo que te dije? — habló por fin — ¿Sobre los niños que te golpearon? A eso me refería. Debes elegir el momento adecuado.

—Sí, señor — dije mirando discretamente hacia sus puños ensangrentados.

 —Hay muchos hijos de puta no muy buenos por ahí.

 —¿Más de cien?

—Sí — soltó una pequeña risa — Al menos cien.

Apretó los labios y miró hacia abajo.

—¿Quieres un chocolate? — preguntó mientras puso el auto en marcha nuevamente.

Asentí con mi cabeza y acaricié a Jack mientras el conducía.

—Tambien hay que llevarle azúcar a mamá — agregué.

Recordaría este día como el mejor que había pasado con mi padre, sin saber que se convertiría en el último.

Desde ese día, nada volvió a ser lo mismo.

Desde que mamá enfermó, papá parecía haber perdido la cabeza, haría cualquier cosa por evitar que ella muriera, hasta el mal.

Algo que se me repetía en la cabeza, millones de veces.

—¡Devuélvelo! — imploraba.

—Señor, este es el perro de mi hijo — continuó sin importarle mi llanto — Lo amábamos — me señaló — Él lo amaba. Así que ahora llévatelo.

Pidió con enojo, embriagado también de tristeza.

Pero mis plegarias no sirvieron de nada. Y las de papá tampoco, sumirgiéndome en una terrible ira que a pesar de los años, tal vez jamás se iría.

Intentaba comprender la obsesión de papá con su tronco de oración. Y en por qué sentía que todo el tiempo parecía estar luchando.

Y aunque pensé que sería suficiente de eso, días después, ahí lo encontré.

—Ya no volveré a hacerlo nunca, ¿¡Me escuchas!? Ya no volveré a rezar.

Con mi ropa y mi cara llena de tarta de mora, yacía en el suelo mi último ser querido.

Junto a el cuerpo de mi pobre perro sacrificado.

Así fue como terminé viviendo en la casa de mi abuela en Coal Creek, Virginia y como conocería a mi nueva pequeña familia, dónde conocería a mi tío Earskell y Lenora, quién se convertiría en mi nueva hermana.

Intentaba no tocarse el tema. Jamás se cuestionó todo lo que sucedió.

Y apreciaba su esfuerzo en qué me relacionara, pero las cosas jamás cambiarían.

La abuela siempre decía que debíamos perdonar a los que fueron malos con nosotros, pero parecía más difícil de lo que suena.

¿Por qué debíamos hacerlo? Ellos merecían ser castigados, no perdonados.

Para mi el castigo divino no era más que un invento de la gente para evitar hacer el bien, que luego sería considerado el mal.






—°—

¡Hola! Les dejo un capítulo de mi nuevo fic❤️ uno que quería hacer hace tiempo.
Espero les guste.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora