Parte 10: Lenora

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|Arvin Russell|

—¿Te quedaste tarde en la noche? — pregunté al ver al tío Earskell sentado en la mecedora, arropado con una manta de lana y con cara de cansancio.

—Volví a jugar a las cartas en el garaje de Elder Stubbs — explicó.

—¿Ganaste esta vez? — saqué un cigarro de la cajetilla que guardaba en el bolsillo de mi camisa.

—No, en realidad no — ambos reímos —Frederick llevó a su nieta y ella casi gana todo. Se fueron temprano, así que nos quedó algo — lo miré — Es buena.

—¿Frederick Bennett?

—Si, ¿Por qué?

—Oh, por nada — me encogí de hombros — Creí que estaba enfermo, es todo.

—Lo estaba, pero ha mejorado. Incluso mencionó volver al trabajo.

Asentí sin mirarlo. ¿Entonces sería la última vez que la vería?

Hubo un silencio. El tío Earskell no era un hombre de hablar. No recuerdo una conversación más larga que la de la vez que me regaló la Luger de papá.

—Vi a Fred Dinwoodie allí — comentó — Dijo que su hijo está casi curado.

Yo solo inhale un poco del cigarro, sabiendo a dónde iba esta conversación.

—Sigo pensando que podrías haberte reprimido un poco.

—Bueno, no ha molestado a Lenora desde entonces — lo miré serio — Él o sus amigos cobardes.

El tío Earskell no dijo nada. Como siempre.

—Tengo que ir a ver cómo está — continué — Ella no se ha sentido muy bien últimamente. Vigílala por mí mientras estamos en la iglesia.

El asintió y volvió a subir su manta. Yo arrojé el cigarrillo, entré a la casa y subí por las escaleras hasta su habitación. Toqué y ella respondió con un débil "pase".

Me acerqué y la saludé, cuando intentó hablar posó su cara al balde que estaba al lado de su cama, le sujeté el cabello hasta que terminó de vomitar.

Se acomodó en la cama mirando hacia abajo mientras respiraba fuertemente por la boca.

—Nunca antes había faltado a la iglesia — dijo al fin — Estoy tan avergonzada.

—No tienes nada de qué avergonzarte — me senté a su lado — Estoy seguro de que el Señor te perdonará por perderte una misa. Jesús probablemente tuvo sus dosis justas de malas mañanas — ella rio débilmente ante mi comentario.

—Te quiero, Arvin — suspiró y luego se recostó en la cama.

Un recuerdo de mamá, en sus últimos días, pasó por mi cabeza.

—¿Qué tal si, vamos a ver la tumba de tu mamá cuando estés mejor? — tomó mi mano — ¿Suena bien? — ella solo asintió con la cabeza y cerró los ojos reposada en la almohada.

Me levanté y le di un beso en la frente para salir y acompañar a la abuela.

~•~

—El buen libro está lleno de buenos hombres y mujeres que sufren delirios. Eva en el jardín, Noé desnudo y borracho avergonzando a su familia.

Lo miraba, aunque en realidad no estaba poniendo demasiada atención a aquello.

—E incluso el mismo Señor Jesús fue presentado con engaños en el desierto que solo a través de su fe y su fuerza venció — continuó — El engaño del Señor en el desierto fue un juego del llamado "Diablo". ¡Y lo que el Señor experimentó fue un engaño que le hubiera impedido salvarnos! ¡Pero no se dejó engañar! Son nuestros engaños los que nos llevan al pecado.

Realmente se veía emocionado por aquello, hasta la vena de su frente se veía brotada.

—Golpear a una madre o esposa por algo que pensaste que dijeron. Descuidar el trabajo o el servicio dominical, para el caso — me miró—- Una jóven siente algo por un chico y le permite tener su regalo sagrado.

Fruncí el ceño y miré a la abuela, pero ella ponía demasiada atención.

—¡Alucinaciones! — gritó — Blasfemar al Señor en tu mente y en tu corazón por algún mal que te haya hecho otra persona.

Cada vez que creía que las cosas no podrían ponerse peor, siempre me sorprendía con algo nuevo.

Después de una hora de sermón, todos salimos del lugar. Me acerqué al auto y me recosté en el mientras esperaba que la abuela terminara de hablar con el reverendo y su esposa. Muy probablemente le estaría diciendo el por qué Lenora no habría venido hoy, como si tuviera que rendirle cuentas.

Mi vista se posó en un vestido ondeante de flores, _______ iba caminando con aquel vestido de la otra vez, junto a su abuelo, sosteniendo un par de tulipanes.

Una sonrisa involuntaria salió de mis labios y la seguí con la mirada por un buen rato.

Regresé la vista a la abuela en un momento, quién ya venía hacia mí dirección, pero lo que pude notar es que yo no era el único mirando.

El reverendo también seguía a _______ con la mirada hasta que ella desapareció de su vista igualmente; luego, como si fuera cosa mía, posó su vista en mí y la apartó rápidamente para seguir despidiendo a las otras personas.

Abrí la puerta del auto para la abuela y luego di la vuelta para subirme yo. Miré al reverendo una última vez y conduje a casa.

El tío Earskell aún seguía dormido, así que pasé directamente hacia la habitación de Lenora.

—¿Lenora?

Pero ella no estaba allí.

Caminé por toda la casa llamando su nombre, pero no parecía estar en ningún lugar.

Descendí hasta el pequeño huerto, pensando que muy seguramente se habría sentido bien y había ido a cuidar de sus alimentos y flores, pero tampoco fue así.

Y fue cuando un sentimiento de intranquilidad me invadió y casi como si el viento susurrara mi nombre, me acerqué al cobertizo.

Abrí la puerta y la ví allí.

—¡Abuela! — grité — ¡Abuela! ¡No! ¡no! — la abracé — ¡Abuela!

Desesperadamente sin saber que hacer intentaba sujetarla, mientras seguía llamándola y pateando la puerta para que la abuela llegara pronto.

¿Qué había pasado?

Ver a Lenora colgando de una cuerda por su cuello solo me recordó lo tanto que he sufrido en mi vida. Y era casi como si el tiempo pasara muy lento, o quizás muy rápido. Casi como si la abuela le hubiera tomado una eternidad correr hacia mi.

Y entonces ella al verla también gritó, y comenzó a llamar el nombre del tío Earskell.

Yo aún seguía sujetándola, cerraba los ojos con fuerza aún creyendo que seguía dormido, pero tampoco fue así.

Jamás entendería esto y jamás escaparía de lo que soy. Muerte tras muerte era mi vida, estaba condenado a eso.

—¡Lenora!

Y entonces, ahí fue cuando comprendí que ya no había nada que hacer.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora