|Arvin Russell|
Condujé por horas hasta que el combustible se acabó, o eso parecía ya que el auto dejó de andar. Era de noche, bastante tarde y estaba a más de mitad de camino.
No había gasolinera cerca o si quiera una tienda. Tampoco habían autos en el camino así que resolví quedarme ahí, dentro del auto y descansar. Esperaría a la mañana siguiente, intentaría solucionar la situación del auto y tal vez pediría un aventón.
Me dejé llevar en el asiento soltando a su vez un suspiro largo, dejé mis hombros caer y cerré los ojos.
No podía evitarlo, lo primero que se me venía a la mente eran dos cosas.
El predicador y lo que ________ estuviera pensando de mi en ese momento.
¿Lo sabria? ¿Sabría que habia sido yo? Y si lo supiera, ¿Me odiaria? ¿Quisiera verme?
En esos pensamientos me quedé dormido, aunque no era de esperarse, estaba totalmente agotado. Tanto física como mentalmente.
Al día siguiente, me desperté debido al primer sonido de claxon en la mañana, uno que me alteró un poco. Me tomó un par de segundos entender dónde estaba y que es lo que estaba haciendo.
Intenté encender el auto una vez más, pero fue en vano, a lo que salí de ahí. Abrí el capó del auto y observé todo lo que parecía ir mal, no conocía mucho de autos, pero si conocía el mío.
Vi cómo la caja de transmisión terminaba de quedarse sin líquido.
—Maldición.
Miré a mi alrededor, me acerqué más a la orilla de la carretera y comencé a hacer un ademán con las manos para que cualquier persona pudiera ayudarme.
Después de varios intentos una camioneta se detuvo junto a mi.
Un hombre mayor se bajó de allí y caminó hacia a mi en confianza.
—¿Qué le sucedió?
—Es la caja de transmisión.
El hombre caminó hacia el capó, observó todo de la misma forma y volvió a mirarme.
—Te puedo remolcar hasta el taller más cercano.
—Se lo agradecería.
El sacó una banda antiestática, la ajustó a mi auto y luego comenzó a andar
Yo iba a su lado, intentaba no hacer mucho contacto visual, siempre temiendo que de alguna manera pudiera saber lo que hice.Después de un tiempo, como lo dijo, llegamos a un taller. Me dejó y se despidió muy amablemente para seguir con su camino. El hombre del lugar le echó un vistazo al Bel Air, masticaba un pedazo de madera y negaba levemente con su cabeza.
—Se te ha muerto, ¿eh?
—Del todo.
—¿Adónde vas?
—A Meade.
—Si quieres llamar a alguien, puedes usar el teléfono.
—No tengo a quien llamar — nada más decirlo, me di cuenta de lo cierto que era aquello.
Pensé un momento, aunque odiaba la
idea de deshacerme del Bel Air, no podía quedarme allí. Iba a tener que hacer
un sacrificio.Me giré hacia el hombre y traté de sonreír.
—¿Cuánto me da usted por el?
El hombre le echó un vistazo al coche y negó con la cabeza.
—No lo quiero para nada.
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El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)
Fiksi PenggemarUn joven se dedica a proteger a sus seres queridos en un pueblo lleno de corrupción y personajes siniestros. Dos chicos envueltos en miseria, unen sus historias.