Parte 14: La noche del casi

1.9K 189 8
                                    

Después de eso, Arvin me llevó a casa. Por un momento, solo el sonido del auto y los grillos, que nos recordaba que ya era de noche.

Me despedí y entré a casa rápidamente. Mi corazón latía fuerte y sentía aún cierto rubor en mis mejillas.

Me senté en una de las sillas del comedor y coloqué las palmas de mis manos sobre mis ojos, pensando en la tarde tan maravillosa que había tenido.

Nada ocurrió. Nada que tal vez habría querido que sucediera, pero a su vez pensaba en que cómo sabría que era el momento. Jamás había besado a nadie de verdad. Solo una vez en el tercer grado cuando Tommy Matson me acorraló en la puerta del baño y me robó un beso.

Recuerdo haber ido a casa ese día creyendo que estaría con él para siempre.

Por alguna razón sentía lo mismo ésta vez.

—¿Estás bien?

La voz del abuelo me sobresaltó, él estaba parado frente a mi, con unos ojos sumamente cansados.

—¿Qué?

—Que si estás bien — frunció el ceño.

—Oh, si — contesté con una sonrisa.

—¿Qué estás haciendo?

—Me aseguraba de que todo estuviera organizado para la mañana.

—De acuerdo — miró alrededor para constatar — Ve a dormir.

—Bueno, ya me iré a la cama — asintió.

—Descansa — caminé rápidamente por las escaleras.

—Tu también, abuelo.

—Oh, por cierto — me giré de nuevo — Mañana no saldré tan temprano. Leyton pasará por mi.

Dijo eso y siguió caminando. Yo asentí y también entré a mi habitación.

Me recosté en la cama, y al mirar el techo no pude volver a sonreír y a tapar mis ojos con las manos.

¿Le gustaba estar conmigo tanto como a mí con él?

Mordí mi labio inferior y cerré los ojos unos segundos. La tarde había sido prometedora aunque no era nada concreto.

Pensé en la abuela, y lo que ella diría, luego pensé en el abuelo, y como un pensamiento intrusivo recordé que no había ido a la tienda como me lo pidió. A lo cual me incorporé de inmediato en la cama.

No había comprado el medicamento del abuelo.

—Cielos — toqué mis bolsillos y afortunadamente el dinero aún estaba allí, pero no la lista con el nombre del medicamento.

Aunque no importaba, la había comprado millones de veces.

Esperé un tiempo más para asegurarme de que el abuelo no se levantaría y salí.

Salí hacia la estación.

Caminaba lo más rápido que podía, hacía frío y no había tomado un abrigo, aunque no me importaba, mi mente solo quería una cosa.

Al llegar me encontré al señor Miger cambiando el letrero a 'Cerrado'. Me paré frente a él en la puerta de vidrio, algo que lo seguramente lo tomó por sorpresa.

—Por favor — supliqué — Es una emergencia.

El me miró fijo, soltó un suspiro de cansancio y volvió a abrir la puerta.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora