Parte 9: ¿Qué tanto?

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|________ Bennett|

Después de ese día, Arvin siguió llevándome a casa los días siguientes que tuve que ir a trabajar, hasta que el abuelo se sintiera mejor.

Incluso, me esperaba en las mañanas en la carretera para tomar el camino a las afueras del pueblo, solo para llevarme y no tuviera que caminar.

Jamás entendería por qué lo hacía ¿acaso estaba tan agradecido conmigo de haber empujado a ese chico?

Si era así, debía aceptar que Arvin Russell es la persona más agradecida del mundo y la más virtuosa que haya conocido.

Aunque no hablábamos mucho, si habíamos avanzado del típico "gracias" y "hola". Incluso, a veces reíamos juntos de cualquier cosa que dijera el otro.

Por otra parte, el abuelo estaba poniéndose mucho mejor, así que algo que me decía que en algún momento sería la última vez que estaría en el auto de Arvin Russell. Asi que a veces quería que el viaje fuera eterno y simplemente disfrutar de su compañía. Había algo en el que me hacía querer acercarme, como si realmente confiara en él.

Y ahí estaba, llevándome a casa después del día laboral.

—¿Está bien si nos detenemos un momento? — habló — Necesito comprar algo.

—Si, está bien.

Por supuesto que estaba bien porque así tardaría más y serviría como excusa para quedarme más tiempo.

Nos detuvimos un instante en la tienda. Salió del auto y caminó hasta allí.

No quería quedarme sola dentro del auto, así que salí y me quedé esperando afuera.

Lo seguí con la mirada, como saludaba al hombre de la tienda y este le daba una sonrisa. Él le dijo algo y luego apuntó con su barbilla hacia afuera, algo que hizo que Arvin girara la vista. Al notarlo, aparté la mirada y observé hacia otra parte.

—¡Que den gracias al Señor por su gran amor!

Me giré para encontrarme con el hombre del cementerio, quién estaba caminando hacia a mi.

—¡También por sus maravillas en favor de los hombres!

Tenía esa sonrisa de la última vez, manteniendo las manos en sus bolsillos y ladeando la cabeza levemente.

—Entonces, ¿Esta vez si te veré mañana en el sermón?

Antes de que pudiera decir algo, Arvin abrió la puerta del auto, haciendo que ambos giráramos la vista. Ambos cruzaron miradas con cara de pocos amigos, mucho más Arvin.

Se subió sin decir nada y cerró la puerta.

—Adiós.

Me subí rápidamente, Arvin le echó una última mirada al hombre y arrancó.

Se mantuvo en silencio todo el camino, ni siquiera cambió esa expresión y yo tampoco volví a hablar. Finalmente, llegamos a casa.

—Gracias, Arvin.

El sonrió de lado como siempre, me bajé del auto y entré a casa. Al hacerlo, escuché los murmullos del abuelo junto con el sonido de utensilios caer.

—¿Abuelo? — pregunté al verlo — ¿Qué haces en la cocina?

—Bueno, no quería quedarme todo el día en la cama. Así que preparé de cenar, lávate las manos y siéntate.

Yo solo sonreí e hice lo que pidió. Sin duda, esta era la última vez que, tal vez, estaría cerca de Arvin Russell.

Estaba feliz por mi abuelo, que mejorara me daba un aire de tranquilidad, pero debía aceptar que estos días de trabajo, aunque fuera pesado, habían sido de los más dichosos.

—¿Qué hay entre el chico de los Russell y tú? — tomó los platos y se sentó junto a mi en la mesa.

—¿A qué te refieres, abuelo?

—No te hagas la tonta conmigo, jovencita, te conozco desde que podía cargarte con un solo brazo — solté una risita.

—No está ocurriendo nada entre Arvin Rusell y yo, abuelo — tomé un pedazo de pan y lo puse en mi boca — Solo es una agradable persona que tuve la oportunidad de conocer.

—¿Qué tanto?

—¡Abuelo! — reproché.

Él soltó una carcajada.

—Arvin Rusell — repitió como si intentara descifrar su nombre — Es un chico tranquilo, aunque cuando atacan a su hermana eso le molesta mucho y la defiende, aunque lo terminen golpeando.

—Ayudar a los que quieres no está mal, abuelo — levanté la mirada, pero sin mirar a ningún punto fijo.

—No dije que lo fuera, el se ha convertido en el defensor de esa muchacha. Defiende a los buenos.

—O castiga a los malos — comenté casi en susurro, tanto que ni el abuelo pudo escuchar.

Me quedé pensando en eso. La vez que tenía sus nudillos morados y sangrados, y que después en la escuela habían comentado que Dinwoodie había parado al hospital junto con Orville y Matson.

No podría ser coincidencia.

Una sonrisa se escapó por mis labios. Aunque herir a otros no fuera bueno, todos los chicos de esa vez merecían lo que Arvin les hubiera hecho.

—Elder Stubbs me invitó a jugar esta noche — me sacó de mis pensamientos.

—¿Si? ¿Y te sientes bien para ir?

—Si, puedo hacerlo. ¿Quieres venir conmigo? — lo miré.

—¿Quieres que vaya contigo?

El abuelo sonrió cerrando los ojos unos segundos, no le gustaba cuando respondía con preguntas, pero a veces no podía evitarlo.

—Solías jugar mucho con la abuela. Si quieres ir, podemos ir.

Sonreí y asentí emocionada.

Después de cenar, caminamos hacia la casa de los Stubbs, desde lejos se podía oír la voces de todos hablando a la vez y el olor junto al humo del tabaco.

Entramos al garaje y todos nos saludaron.

—¡________! Mírate, ya no eres una niña.

—Hola, señor Prittman — le di la mano en saludo.

—No podrías venir sin tu arma secreta,¿Verdad, Frederick?

Miré al hombre que lo dijo, pensando en que tendría una segunda intención. ¿Me habría visto en el bar?

El abuelo rio y simplemente se encogió de hombros, yo solo miraba a todos alrededor, afortunadamente no me encontraría a ningún hombre del bar. Aunque si lo estaran, muy difícilmente los reconocería.

Entre los hombres presentes habían muy pocos que conocía, entre ellos el tío de Arvin, pero todos muy amigables a decir verdad.

Nos sentamos en la mesa y el juego comenzó.

—Dinwoodie, ¿Cómo sigue tu hijo?

—Se recupera, eso es bueno — alzó la mirada — Solo un par de costillas rotas que están mejorando.

Todos asintieron, aspirando sus tabacos y repartiendo sus cartas.

—¿Qué harás con el responsable? ¿Dijo quién fue?

El señor Dinwoodie volvió a alzar la vista, una que se chocó con la del tío de Arvin, Earskell.

—Todo está arreglado — respondió — ¿Verdad, Earskell? — el hombre levantó la vista y mostró una sonrisa débil — Mi hijo no ha hecho cosas que deban aplaudirse.

Nadie dijo nada, ni siquiera el tío de Arvin. De hecho, no había dicho nada en todo lo que llevaba de noche. Pero a nadie parecía molestarle.

Yo no dejé de pensar en eso. Entonces, era verdad, Arvin lo había hecho sin importarle que la gente lo supiera, hiciera o dijera algo de él.

Eso simplemente era otro nivel.

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora