III. Bar

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Título alternativo: ¿El Sistema le miente?

[...]

Eijiro se despertó por el fuerte estruendo, asustado. El corazón le latió rápido contra las costillas, desorientado contra la feble luz nocturna que se colaba en su habitación.

Apartó las sábanas con cuidado y bajó lentamente de la cama, arrastrando su cuerpo hasta el borde. Un escalofrío trepó por sus piernas cuando los dedos de sus pies tocaron el suelo helado. Agarró una manta suelta sobre su cama y se envolvió en ella para no sentir tanto frío, calzando sus pantuflas de paso. Caminó hasta la puerta de su habitación y la abrió con cuidado, notando las luces encendidas del primer piso.

La curiosidad de su cerebro a tan solo los cuatro años de edad le hicieron atravesar el pasillo y esconderse tras la baranda de las escaleras, a una altura prudente pero lo suficientemente cerca para observar lo que ocurría en el piso de abajo.

Inclinó un poco la cabeza, donde sus grandes e inocentes ojos se encontraron con sus padres discutiendo y una lámpara tirada a pocos pasos de su padre, hecha añicos. La bombilla todavía parpadeaba de a ratos, luchando por seguir encendida.

—¡¿Qué es lo que esperas de mi, eh?! ¡¿Qué?! —gritaba su padre, tratando de moderar su voz para no despertar a su hijo (lo cual falló rotundamente) o, en el peor de los casos, a los vecinos —. ¡Me partí la espalda cientos de veces para sacarnos adelante, abandoné mis malditos sueños, mi carrera, y tú solo vienes y me reclamas! ¡Estoy harto! ¡Así que ya dilo, mujer!

—¡Lo único que te pido es que pases un poco más de rato con tu hijo! ¿Tan difícil es? —gritó de vuelta su madre, haciendo gestos frenéticos con las manos en dirección de su cuarto, en donde Eijiro debería estar durmiendo, no espiando desde las escaleras.

El pequeño se estremeció por los sonidos, sin bien relativamente bajos, escandalosos que salían de sus padres. Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos sin entender muy bien por qué lo hacían, pero no le estaba gustando la forma con la que sus padres discutían.

—¿Y encima tienes el descaro de reclamármelo? —el hombre soltó una corta risa seca e histérica —, lo dices como si tú pasaras un mínimo de tu tiempo con ese niño —murmuró con un tono venenoso, cegado por la rabia.

Su madre apretó los labios con el rastro cristalizado de las lágrimas en sus ojos, apretando los puños.

—Eres un asco, Takeshi —lo señaló con un gesto impotente. Pasó caminando a su lado, tomando un abrigo de la percha y calzado sus zapatos en el vestíbulo.

—¡Bien, vete! —dijo Takeshi, su padre, alzando los brazos como si le diera igual lo que hiciera su esposa en estos momentos —. ¡Huye como siempre haces, Harumi! Solo eres otra hipócrita en esta casa.

La puerta principal se cerró con un estruendo. Su madre se había ido.

El hombre pasó una mano por el rostro, respirando de manera profunda. Tratar de calmarse no sirvió de nada, por lo que al final la rabia se apoderó de su cuerpo, volviendo a patear la lámpara del suelo como una forma de manifestar toda la impotencia y enojo que se había acumulado con la discusión. Los pedazos destrozados de lo que alguna vez fue una buena lámpara con base de plástico y cerámica salieron disparados en diferentes direcciones, causando un horrible ruido para los oídos del niño. La bombilla, aquella que hasta ahora había permanecido débil y parpadeante, acabó por consumirse.

Los ojos profundos y furiosos de Takeshi se alzaron hasta las escaleras cuando fue a sacar la cajetilla de cigarros del bolsillo de su pantalón, chocando contra el cuerpo medio escondido y envuelto en una manta de Eijiro. El niño sintió un respingo al verse descubierto, más permaneció completamente quieto.

Medieval Love [REMASTERED] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora