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Capítulo 18:

Era un sueño... De verdad tenía que ser un sueño, bueno, más bien una pesadilla.

Deseaba despertar en casa, no ese lugar al que mamá y papá llamaban casa. Quería estar junto a la casa de la señora Lee y sus galletas, frente al hogar de los Kim y su muy hermoso hijo.

Quería despertar y sacar el dolor que se acumulaba en mi corazon.

El odio y rencor hacia mi mismo era demasiado, eso no me gustaba. Me odiaba por haber dañado a la persona que amaba, y sentía rencor por haberlo abandonado.

La alarma sonó y como ya había hecho las anteriores cinco veces, la ignore dejando que se apague por si sola.

Observé por la ventana. Los rayos de sol ingresaron por los cristales iluminando mi habitación.

Los pájaros cantaban y la calidad brisa movía la cortina. El clima me recordó a Sunoo, de hecho, era el clima favorito de Sunoo. .

Él había dicho que me olvidaría, pero yo no podía hacer lo mismo.

—Riki...—mamá llamo con dulzura.

Observé la entrada de mi habitación y volví la vista al techo de madera.

—Hijo, llegaras tarde—hablo através de la puerta cerrada.

—No ire—dije cerrando los ojos— no intentes convencerme, mamá.

—Taki está abajo, le diré que en un rato bajas.

—No lo haré, mamá... ¿Mamá genial, ya se fué.

Me incorpore y camine a mi armario, abrí las puertas y tome mi uniforme. Contemple las ropas en mis manos: camisa blanca, pantalón negro y saco del mismo color, corbata roja. Definitivamente prefería el uniforme de mi anterior instituto, era menos horrible, o quizás era igual de feo pero mi ya conocida preferencia hacía que pensara lo contrario.

Camine al baño y me vesti, lave mi cara y dientes, me puse colonia y acomode mi cabello.

Mire mi reflejo en el espejo, las ojeras se hacían presente debajo de mis ojos, resultado de mi insomnio por las noches.

Busqué el botiquín que estaba en uno de los cajones del mueble del baño y tome el bote con esas pequeñas pastillas rojas, pastillas que ya no quería tomar pero mis padres insistían en que con ellas mejoraría... sinceramente no cambiaban nada en lo absoluto.

Levante la manga del uniforme y quite la venda de mi brazo, tome otra y reemplace la que yacía ensangrentada en el bote de basura.

Al bajar a la sala divisé a Taki parado junto a la puerta de entrada. Mi vecino sonrió e hizo una referencia, pero como de costumbre lo ignore y salí de la casa sin dirigirle la palabra.

—Ni-ki senpai, hice galletas ¿gusta una?—me ofreció el tupper con dicho refrigerio.

Saque una y la mordí, el sabor a chocolate se adueñó de mi paladar.

—¿Están buenas?—simplemente tome otra y la metí en mi boca—supongo que sí.

Los autos pasando, la gente amontona esperando a cruzar por las sendas peatonales, los adolescentes bromeando y riendo, los trabajadores caminando a toda prisa con sus maletines y su aburrida ropa de trabajo; Nueva York no estaba mal, paisajes lindos al menos en la zona donde yo estaba, la comida era medianamente  pasable, y había buen clima.

Me gire hacia Taki para pedirle otra galleta, pero él no estaba junto a mi. Confuso volteé y lo encontré a unos pasos de distancia mirando al interior de una tienda.

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