Capítulo 46

765K 35.5K 5.4K
                                    

NICK

Estaba desesperado. No aguantaba ni un minuto más toda aquella presión. Aquel miedo que me quemaba por dentro era tan intenso que quería meter- me la mano en el pecho y arrancarme el corazón para que dejase de dolerme como lo estaba haciendo. Tenía que haber algo que pudiésemos hacer, no podíamos dejar que ese hijo de puta se quedara con el dinero y arriesgarnos a que no nos devolviese a Noah... había algo que se me estaba escapando, un detalle importante y no sabía cuál podía ser. Faltaba una hora para que empezase a amanecer y no sabía si iba a ser capaz de aguantar tanto tiempo sin salir a buscarla yo mismo por toda la ciudad. Mi casa estaba llena de gente y ninguno parecía saber cómo proceder. Unos decían que mi padre debía ir solo a la entrega del dinero mientras que los policías querían seguirlo de cerca para poder tener controlada la situación. Pero ¿y si el cabrón de su padre se daba cuenta de lo que ocurría y decidía hacerle algo a Noah? Ese hombre estaba mal de la cabeza, había recorrido un país entero solo para secuestrar a su hija y pedir un rescate, era capaz de cualquier cosa.

Me levanté del sillón del despacho de mi padre y me fui arriba. Necesitaba estar cerca de algo que Noah hubiese tocado, oler su ropa, estar en su habitación. Tenía tanto miedo por ella que hubiese dado mi vida en aquel instante solo por saber si estaba bien.

Al entrar vi que su madre estaba allí. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar y en ese momento abrazaba una de las sudaderas que yo le había visto ponerse a Noah un millón de veces. Era de los Dodgers y ni siquiera sabía por qué demonios la tenía, ya que ella ni siquiera era de aquí, pero así era Noah, rara y perfecta, y la amaba, maldita sea. Si algo le ocurría no sabía cómo podría seguir viviendo.

Raffaella levantó la mirada y la fijó en mí. Estaba de pie junto a la ventana que daba hacia fuera y, al verme, sus ojos parecieron iluminarse por un instante.

—Se lo que me habéis estado ocultando —afirmó en un tono neutro, sin emoción ninguna; me detuve un momento, sin saber qué contestar—. No sé cuáles son tus sentimientos hacia ella, Nicholas, pero Noah es mi vida, ha sufrido mucho, no se merece esto —dijo llevándose la mano a la boca para tapar sus sollozos. Sentí un nudo en el estómago—. Hacía años que no la veía tan feliz como en los últimos días, y ahora... solo sé que tú has tenido que ver en ese cambio, y te lo agradezco.

Negué con la cabeza sin saber qué decir. Me senté a los pies de la cama mientras me llevaba las manos a la cabeza con desesperación. No podía escuchar esas palabras, no podía, todo había sido culpa mía... yo la había llevado a esas carreras, por mi culpa había conocido a Ronnie, pero lo que aún no llegaba a comprender era cómo habían terminado su padre y ese hijo de puta confabulando para secuestrar al amor de mi vida.

—Desde pequeña Noah fue una niña muy madura, vivió experiencias que nunca nadie debería experimentar y siempre fue reacia a confiar en la gente. Contigo parece otra persona...

Noté cómo las emociones empezaban a embargarme. El miedo, la tristeza, la desesperación... nunca me había sentido tan mal en toda mi vida. Noté cómo mis ojos se humedecían y no pude hacer otra cosa que dejar que las lágrimas rodaran por mis mejillas.

Entonces Raffaella me ayudó a levantarme y me envolvió entre sus brazos. Me abrazó muy fuerte y ahí pude comprobar lo que era un abrazo de una madre. Raffaella podía haber cometido errores en el pasado pero adoraba a su hija y nunca la abandonaría. Por primera vez en mi vida sentí que por fin podría tener una familia.

Ella me soltó aún aferrándose a la sudadera de Noah y dio un paso hacia atrás.

La busqué con la mirada y le hice una promesa.

—Te juro que no voy a dejar que le pase nada... voy a encontrarla —dije con toda la calma que pude llegar a aparentar.

Ella me miró y asintió mientras que yo salía de la habitación y me metía en la mía.

«¿Dónde estás, Noah?»

Empecé a caminar por la habitación sin poder parar de pensar. No fue hasta que vi el coche en miniatura que me había regalado Noah por mi cumpleaños cuando caí en la cuenta. Lo cogí con una mano fijándome en la nota: «Siento lo del coche, de veras; algún día te comprarás uno nuevo. Felicidades, Noah».

Comprarme uno nuevo... Técnicamente ese coche aún era mío, los papeles estaban a mi nombre y todo lo demás...

Cuando lo comprendí me quedé quieto un segundo sin podérmelo creer; entonces giré sobre mis talones y bajé corriendo al despacho de mi padre. Él estaba sentado en su sillón hablando con los policías y con nuestro agente de seguridad, Steve.

Cuando lo vi no pude evitar sentir una emoción en el pecho al comprender que si estaba en lo cierto íbamos a poder averiguar dónde estaba Noah. —Papá —dije entrando en la habitación. Tanto Steve como él se vol- vieron hacia mí. Parecían cansados después de haber estado toda una noche despiertos, pero ambos estaban con la mente alerta y en tensión por cualquier cosa que pudiese pasar.

—¿Qué ocurre? —preguntó mi padre.
—Creo que sé cómo podemos averiguar dónde la tienen, papá —contesté rezando para no equivocarme.

Ambos me miraron con atención.
—Hace aproximadamente un mes y medio perdí mi coche en una apuesta, el Ferrari negro que compré hace dos años —expuse y mi padre me miró con el ceño fruncido.

—¿Quieres que me preocupe ahora por tus idioteces, Nicholas? —replicó enfadado.

Lo ignoré.

—El coche se lo llevó Ronnie —proseguí, mirando ahora a Steve—. El Ferrari tiene un chip de seguimiento que puso el seguro cuando lo compramos... si llegamos al coche...

Se hizo el silencio durante unos instantes.


—Llegamos a Noah —acabó la frase Steve un segundo después. 

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora