Caught.

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Le dio un bocado a su hamburguesa desde el asiento del copiloto donde observaba a discreción al hombre vestido de cuero. Este hablaba por telefono mientras bajaba de un BMW con un Rolex amoldado a su muñeca. Gruñó ante el disgusto. El sonido de el resto del refresco pasando por la pajilla le hizo rodar los ojos, mirando brevemente a su hermano quién bajó lentamente el vaso dejándolo de lado. 

—¿No crees que ya lo observamos lo suficiente?—Gerard relamió los labios volviendo a dirigir la mirada hacia el hombrecillo de cabello castaño y tatuajes. Este entraba de nuevo a su casa cerrando la puerta, dejándole sin una visión. Suspiró.

—Tiene demasiado dinero, es riesgoso. 

—¡Llevamos dos semanas así!

—Si cometemos un solo error, no solo no tendremos ni un solo centavo, sino corremos el riesgo de parar en prisión—masculló mirándole con un gesto irritado. Mikey, su hermano menor, le miró con un puchero pronunciado, asintiendo.

—Pero ya me fastidié—murmuró. El pelirrojo hizo una mueca viendo al pequeño rubio encogerse en su asiento, suspirando lentamente. 

—Un día más, solo me quiero asegurar de que es un pez fácil—Mikey asintió con una sonrisa resplandeciente y eso le hizo sonreír también, negando, mientras tomaba un par de papas fritas del portavasos de su munstag del 64. 

Habían estado observando a su siguiente objetivo hacía ya una semana, su nombre era Frank Iero, un rico empresario de bienes raices que vivía solo en esa privada de Bel Air. Su informante les había dicho de la enorme caja fuerte que tenía en su sotano, y los enormes fajos de billetes que ahí guardaba. No lo pensó dos veces a pesar de que en realidad, se dedicaban a robar establecimientos de comida rápida. Era muy sencillo, solo elegían un lugar al azar, entraban con su pasamontaña y una pistola sin carga, amenazaban a todos, recogían el dinero y salían. Nadie nunca los había descubierto ni de cerca, llevaban ya muchos años así, desde que huyeron de casa de un padre borracho y una madre drogadicta que prefería comprar heorina a darles de comer. Ahora que tenían la oportunidad de tomar un pez gordo y dejar de asaltar por un buen tiempo, no querían echarlo a perder. 

Frank resultó demasiado aburrido, salía de casa, iba al trabajo, regresaba al atardecer, se encerraba y no volvía a salir hasta el día siguiente. Corría por las mañanas, sacaba su basura los lunes e iba de compras los jueves.

Como prometió, al día siguiente, justo media hora después que la luz de su habitación se apagara, Gerard entró a la casa. Mikey se quedó fuera, en el comunicador. Vigilaría todo desde ahí con la orden estricta de solo actuar de ser necesario. Gerard se colocó el pasamontaña, ajustando su mochila en los hombros, saltando la barda de la casa con la práctica adquirida en sus largos años de atracadores. Una de las ventanas de la casa, la de el corredor de la segunda planta, siempre estaba semiabierta, fue cuestión de minutos que le tomó escalar hasta ahí, abriéndola y entrando con rapidez. Si no hubiera robado antes, el corazón ya se le habría salido del pecho, pero logró entrar, resbalando al final, usando sus brazos como aterrizaje y asegurando hacer el menor ruido posible. 

Caminó a pasos sigilosos, pasando por la habitación de Frank, su puerta estaba semiabierta, logrando observar como este dormía placidamente en su gran king size, gruñendo por lo bajo. 

—Malditos ricos—siguiendo su camino hasta escaleras abajo, empezó a caminar por todo el recibidor, obervando las pinturas que hacían de decoración, los jarrones que se veían costosos e importados, las alfombras de marca y cojines de algodón. Estaba seguro que le daría una úlcera si seguía merodeando todo eso, empezando a movilizarse entre los pasillos.

Smut.., FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora