Dinner (sex) time.

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—Vas a portarte bien, ¿Verdad?— La pregunta quedó en el aire por varios segundos antes de gruñir irritado ante la falta de palabras de su copiloto, que enseguida soltó una risita coqueta.

—No lo sé, puede ser... Tal vez—Sus puños se apretaron al volante, frenando en un semáforo en rojo y volteando a verle con esa sonrisa gatuna, peligrosamente sexy.

—No me hagas enojar, Gerard.

—Pues no hubieras invitado a esa bruja, en primer lugar—masculló con molestia volteando a verle con enfado, casi rojo. Frank sabía que aquello no era más que un berrinche, y él amaba -en secreto- los berrinches de Gerard por que así, y solo así, podría castigarlo a libertad, y eso era fantástico.

—Tú invitaste a ese marrano, así que estamos a mano— La mirada de Gerard se volvió inquisitiva, bufando finalmente.

—Que te den— El semáforo se puso en verde, y aún con la vena palpitando en su sien, continuó el camino. Ganas no le faltaban de parar y darle un par de nalgadas al cabroncito a su lado.

Sí.

Que va.

Gerard Way era su mejor amigo. Siempre lo había sido, siempre lo iba a ser. Lo había conoció en el primer grado y desde entonces, ya que sus madres se volvieron grandes amigas, habían estudiado juntos. Así hasta que Gerard entró a la universidad y Frank se consiguió un empleo en una tienda de instrumentos musicales, rentó un departamento y le propuso a su mejor amigo, bajo su propio riesgo, que se mudara con él.

Gerard se declaró homosexual en la escuela media. Frank era hetero al cien por cien, o eso creía hasta que descubrió, una madrugada después de un par de porros y tragos secos, que el culo y la polla de Gerard sabían tan bien como un par de tetas y una vagina.

No se lo ha dicho a nadie, pero enfrento una crisis existencial que no le dejó dormir por días. Al final, en un acto desesperado, fue a un bar gay, intentando ligar con alguno de esos afeminados, como él los llamaba, que encontró por ahí, llevándole a la parte trasera del lugar para que este le hiciera una mamada y luego, quien sabe, lograr empotrarle a la pared.

Naturalmente, no pudo aguantar más de dos minutos sintiendo a ese mal nacido tocar con su sucia boca su miembro. Enfurecido, le pagó el taxi y casi corrió a casa mientras la adrenalina le carcomía las entrañas, llegando y siendo lo primero que vio fue al cabrón de Gerard con un trajecito de satín diminuto y pegadito que resaltaba sus curvas.

Se lo jodió en el sillón.

Y bueno, ahí entonces, con la sonrisa bobalicona de su mejor amigo mientras dormía encima suyo, lleno de tanto semen en el culo, descubrió entonces que en realidad, no era gay. Solo le gustaba hacerlo con Gerard. Solo con él.

¿Enfermo?, Quizá. Pero Gerard nunca se quejó, y él siguió con su vida actuando de la misma forma que hasta entonces. Era mierdoso, crudo, tosco, mordaz, aunque con el pelinegro siempre trataba de ser cauteloso con su actos y palabras, y aunque de vez en cuando estallara ante su caprichoso comportamiento, siempre trataba de ser respetuoso con él, por que era Gerard, su mejor amigo Gerard, y no recordaba querer a alguien tanto como a él.

Cuando al fin estacionó en ese lugubre lugar, apagando el motor del auto, su mirada fue a parar al delicado hombre a su lado, delgado, con piel pálida y pelo negro azabache, color de ojos esmeraldas, naríz respingada; las facciones refinadas de Gerard eran imposibles de pasar desapercibido. Llevaba puesto un cardigan color gris oscuro y unos jeans desgastados, sus habituales converse. Le había insistido en abrigarse más pues el invierno había azotado Jersey con algo de fuerza y lo menos que quería era tomarse días libres haciendo "sopita de pollo" para el mal educado de Gerard mientras le cuidaba de no morir por gripe. 

Smut.., FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora