Princess.

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Las pequeñas princesas siempre habían sido obedientes con su padre el rey.

Les encantaba usar sus hermosos vestidos rosa pastel y armar esas bellas coronas de flores con las que su cabello se lucia precioso.

Amaban escoger zapatillas brillantes y bonitas, amaban las medias de colores.

Incluso cuando no tenían que asistir a algún evento importante, amaban vestir tiernas con suerters de lana y faldas a tablones. Zapatos de tacón, zapatos de cuero.

Las princesas eran las más codiciadas del reino. Las más hermosas de todas.




El rey estaba muy entusiasmado.

Desde el reino de muy muy lejano, uno de los príncipes herederos llegaría a pedirle la mano de una de sus bellas hijas.

Todos sabían que el rey tenía bellas princesas a su disposición. Eran su mayor creación, algo de lo que estaba sumamente orgulloso.

Cuando el príncipe arribó a la bahía de sus costas, enseguida envió una carroza a por él.

El encuentro sería formidable. Le había preparado su mejor habitación y había mandado a arreglar bellamente los pasillos del castillo.

El príncipe tenía que escoger a una de sus princesas para que esta fuera su reina.

- Escuchen, preciosas mías, bellos vestidos han de ponerse, bellos arreglos que hagan conjunto a sus rostros. El príncipe viene a llevarse a una de ustedes. Tienen una oportunidad de ser la futura reina de muy muy lejano. Prepararse ya, márchense, hagan que quede deslumbrado.- Ordenó a sus hijas.

Todas ellas sonrieron felices apresurándose a sus habitaciones.

El rey mantenía aún una sonrisa perlada, mirando el camino por donde estas se marchaban, no evitando mirar también, a aquel quien de igual modo corría como el viento:- Tú no.- Dijo enseguida. El muchacho de pelo castaño y ojos avellanas se volteó enseguida a su padre mirándole algo aterrado.

- Pero padre...

- Tú eres mi vergüenza. No tienes derecho.

- Padre, si me permite...

- No lo permitiré, Francis. Eres mi único varón y aún así es una vergüenza que me hayas salido de tal modo. Deberías estarte buscando una buena mujer. Deberías ser mi heredero.- Señaló prejuicioso.- Es suficiente carga que una de tus hermanas tenga que salvar el reino porque mi único hijo ha decidido ser un maricón.- Expresó hecho furia. La reina que a un lado estaba, mordía su labio algo acongojada.- Quiero que en todo momento en el que el príncipe Gerard esté de visita, no salgas para nada de tu habitación.- Apretó sus labios con fuerza bajando la mirada.

Salió corriendo sin decir nada. Las lágrimas que sus ojos acumulaban eran de tristeza, aunque ya estaba tan acostumbrado al rechazo de su padre que no le sorprendía.

Entró a su habitación viendo a su nana sonreírle.

- ¿Qué ha dicho tu padre?- El castaño hizo una mueca.

- Ha dicho que si.- Asintió.- ¿Preparaste mi vestido?, dime que ya pusiste mi agua en la bañera, Nani...- Ríe apresurándose. La mujer le toma del brazo volteándole hacia ella, mirándole con una ceja levantada y mucha severidad.

- Frankie, ¿seguro que te ha dicho que si?- El príncipe abrió la boca algo tembloroso negando al final.

- Prometo no hacer ningún escándanlo Nani. Yo solo quiero que mi padre me acepte como soy. Enserio, no diré nada, solo me pararé ahí y le demostraré que yo igual puedo ser una princesa.- Asintió seguro de sí. La mujer relajó el ceño, abrazándolo.

Smut.., FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora