April, 9th. 1968. Dear Gee

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Querido Gerard:

— ¿Qué estás haciendo? —le sonrió de esa forma preciosa.

— Oh ya sabes, cediendo mis derechos a tu hermosa existencia.

— ¿Qué? —se burló de él un par de minutos mientras su esposo le miraba ahogarse en la risa. Con las mejillas melocotón, los ojos risueños, el hermoso anillo plata sobre su dedo anular.

Se había casado con él hacía un par de meses atrás, después de enamorarse irremediablemente de él, conociéndolo cantando en un bar al sur de la ciudad. Llevaba ese precioso cardigan blanco que tanto amaba ya que le hacía lucir como un ángel. Lo había hecho todo para conquitarle, todo. Y era el hombre más feliz de la vida al saber que se había vuelto suyo. Solo suyo.

— Feliz cumpleaños, cariño —le tomó con delicadeza de ambas manos y lo atrajo hacia su cuerpo  abrazándolo —. Te amo infinito, Gee.

Le había organizado una fiesta al estilo hogareño, justo como a él le encantaba. Unas cuantas salchichas a la parrilla,carne de hamburguesa, unas cuantas cervezas y la gente que más le amaba, no más que él, presume. Termina con un enorme pastel de chocolate, regalos por abrir y terminando por la champaña por la noche, a la luz de la luna, con la bañera lista, con pétalos de rosa adornando.

Su vida se había llenado de recuerdos como ese. Buenos recuerdos. Hermosos. Todos en los que Gerard fuera protagonista, era lo mejor que le había pasado en la vida.

Había crecido con una madre drogadicta y un padre alcohólico que lo golpeaba cada que se le antojaba. No pudo ir a la universidad, apenas y pudo terminar la escuela media. Tuvo que conseguir un empleo de auxiliar mecánico y aprender por su cuenta para poder sobrevivir. Se sentía demasiado afortunado de haber conocido al amor de su vida con tan solo ocho dólares en el bolsillo. Se sentía aún más emocionado de haberse casado con él. Habiendo ahorrado lo suficiente, a pesar de los gestos poco amigables de sus padres, las caras largas, poco animadas de sus tíos y primos, le compró una casa a medias que tuvo que terminar de construir para ambos. Pero Gerard parecía sonreír con cada gesto, es como si no le importase los pequeños detalles, él sonreía y decía: "lo arreglaremos juntos". Y siempre cumplía.

【— ¡Despierta, Iero! —miró al hombre encapuchado, haciéndole señas, frunciendo los labios y caminando tras él.

— ¿Qué ocurrió?

— Nos están llamando.

— ¿A dónde?

— Khe Sanh —le detuvo a medio andar, negando.

— ¿De qué hablas?, ¿por qué los jefes quieren un traslado a unos días de la extracción? — el hombre, calvo con facciones duras y mejillas empolvadas suspiró.

— Están planeando algo. Los vietnamitas están tratando de jodernos. El país entero manda ayuda de miles de sus hombres a un lugar lleno de desagradecidos. Nosotros arriesgamos la vida, para nada. ¿Me oyes?, para nada. Y esos maricas confabulan a nuestras espaldas. Los jefes quieren que planiemos una ofensiva en caso de necesitarlo. Aún no es seguro que vaya a pasar — siguió su camino entonces, dejandole frío. Caminó tras suyo sin procesarlo.

— No, Richardo, no logro entender. Yo, me voy en seis días.   ¿Entiendes?, ¡ya serví a mi país! —

— A nadie le interesa eso, Frank— se detuvo lo que seria la última vez que lo vería íntegro, negando —. A nadie le importamos realmente. Solo somos un número.

No sabia si era la conmoción, el excesivo calor, la deshidratación, pero su cabeza daba vueltas. Casi podía oír su voz, susurrando sus oídos. El punzante dolor era insoportable, y sus memorias sólo le presentaban ese dulce momento, el primero que se le vino a la mente en realidad. 】


Smut.., FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora