7. El Encuentro

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Gareth se paseaba por los jardines del castillo aburrido como casi siemore desde que había llegado ahí, hace ya 5 años : a la morada del Rey de Hyrule.

Muchas cosas habían pasado desde entonces:

Las relaciones entre las Gerudo y el Rey se habían pacificado bastante, y los soldados se habían retirado de ahí, sin embargo, la ley del Rey aun seguía presente en sus tierras y el pueblo aun seguía siendo parte de su territorio.

No había sabido nada de Johanne desde que había partido como ministro de la corte del Rey y ahora se sentía más sólo que nunca. Nadie le hablaba más que lo necesarioo y eso lo hacía sentir totalmente aislado. De vez en cuando bajaba al pueblo para ver si podía encontrarla, pero no podía ir más lejos, sabía que no podía abandonar el castillo sin que el Rey lo buscara por cielo mar y tierra.

Desde aquel instante lo único que hacía era pasear por los bosques y jardines que tenía más cerca, y hablar constantemente con el rey para tratar por lo menos de cumplir con su promesa de regresarle su soberanía a la tierra Geruda, pero 5 años habían pasado ya sin éxitos y el Rey nunca cedió. Gareth comenzaba a desesperarse. El rey parecía nunca escuchar sus constantes intentos por una negociación y ahora menos: Había nacido la primogénita del Rey de Hyrule, la princesita Zelda que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos.

El nacimiento de la niña, hace cinco años había sido el más esperado evento del reino desde que el Rey fue coronado. Un mes duraron los festejos y las fiestas, y el día en que la Reina Amaya dio a luz a la pequeña, el castillo fue forrado de flores se Sakura y de rosas de todos los colores comunes y otros no tanto, y algún tiempo antes los caminos hacia el castillo fueron renovados con flores de Lilys.

Ese día los cielos se inundaron de fuegos artificiales y no pararon sino hasta tres días después del acontecimeinto. Se realizó un banquete que duró una semana con sus noches con todos los gobernadores, líderes y reyes de los reinos de Hyrule: del dominio Zora, de la ciudad Goron donde viven los hombres roca que bajaron de la Montaña de la muerte, del bosque Kokiri, e incluso de llegaron reyes que no pertenecían a Hyrule, llegó la hermosísima reina de las mujeres ave, llegó la gobernadora de lso tritones y sirenas (parientes de los zora), llegó el joven emperador de los niños de la tierra de lso dulces, e inclusive se cuenta que llegaron enviados y mensajeros de las mismísimas diosas Nayru, Din y Farore para celebrar.

Todos fueron invitados esa semana, excepto Gareth. Por alguna razón el era el único al que no se le permitía acercarse a la pequeña, posiblemente aconsejados por la hechicera Impa cuyos poderes habían profetizado una terrible desgracia hace ya tiempo.

Así que, de todos los seres de Hyrule y aún los que no habitaban en él era el único que no conocía a la princesa Zelda. Pero quizo el destino, (o la voluntad de las diosas que para nuestro caso es casi lo mismo) que se conocieran de una manera muy peculiar.

Mientras Gareth recorría los jardines del palacio, Impa (que había sido escogida por la Reina Amaya, como la protectora de la niña) jugaba con ella en sus aposentos.

La recamara de Zelda era más vasta que muchas de las celdas para los prisioneros que de pro sí ya eran grandes, estaba pintada de un rosa palido y la cerraban dos grandes compuertas hechas de madera de la más finísima hechura: madera de hadas, cuya manufactura sólo la saben esta criaturas, Las puertas eran altísimas y sólo un gigante entre los gigantes podría llegar a tocar el techo. Al entrar había en ella una cama con un edredón de plumas del mismo color tan suave que hasta los gansos comunes podrían envidiar su tersura y vaporosidad. Los barrotes de la cama eran de oro puro y tallado con el símbolo de la familia real: el águila roja abriendo sus alas.

Todo alrededor de la cama rebasaba el sueño de cualquier niña no solo de Hyrule sino de este y otros mundos: juguetes de todos los tamaños  acomodados en repisas de oro puro y madera de hada aquí y allá, pero lo más curioso era que muchos de ellos eran mágicos y otros tantos eran raros aún en las tierras hylianas, y es que el rey se había encargado de mandar a sus soldados (mientras estuvieran en guerras o en otras campañas) en otras tierras preguntar por los juguetes más cSethosos y extraños para traerlos y complacer a la pequeña Zelda.

La Leyenda de Lea I: El Espíritu del CorajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora