Seguí las indicaciones que el chico de ojos celestes me había dado. A pesar de que su atractivo pesara más que su manera de intentar coquetear, fue el único que me había ayudado.
Entre al baño y no había nadie. Las luces blancas y paredes blancas hacían contraste con las paredes oscuras de los cubículos. Me metí a uno, colgué mi bolso y me senté en la tapa del inodoro.
Saqué de mi bolsillo la cajetilla de cigarrillos, busqué el encendedor en el bolsillo externo de mi bolso y encendí uno.
Sabía que fumar, o consumir cigarrillos o hierba daba más ansiedad de la que ya tenías. Pero el humo amargo me ayudaba a recordar como respirar.
Inhalo aspirando el humo y luego exhalo dejándolo ir.
Mi cuerpo estaba frío, mi pecho seguía presionado, pero mi corazón ya no estaba acelerado. La ansiedad siempre fue uno de mis mayores problemas. El hecho de estar frente a miles de personas, o ser el centro de atención, me agobiaba.
Comencé a fumar como vía de escape dentro del psiquiátrico. El único amigo que me hice dentro fumaba, tenía centenares de cajas de cigarrillos.
Una exageración lo sé.
Sonrió al recordar la primera vez que lo hice. Me ahogue y sentí como me llegaba el humo hasta lugares que no debería de llegar. Pero con el tiempo fue mucho mejor. Mejoré. Y cada noche que podía escapar del nivel en el que estaba, nos encontrábamos en la azotea del edificio. A mirar el lugar, cubierto y rodeado de grandes y robustos árboles. La profundidad de los bosques siempre me llamaba la atención. No habían luces por todos lados, no había ruido. Todo era tan silencioso, tan oscuro. Pero ni siquiera la oscuridad lograba aturdir. Porque estaba repleto de estrellas. Hermosas estrellas.
Esas noches con Jax eran las únicas que me hacían soportar cada día. Su risa, sus bromas, sus chistes, su habilidad para escuchar. Y para llenar los silencios incómodos. Se fue unos meses antes de que a mi me dieran el alta, lo habían sacado del programa juvenil ya que había cumplido los veinte y al hacerle el psicoanálisis para la central de adultos. No calificó. Lo que significaba que ya había "sanado". Se fue con un amigo que tenia de afuera, el que le llevaba los cigarrillos, el que tenia como número de emergencia. Y él me regalo su preciada caja de cigarrillos que le quedaba y su adorado encendedor...
El sonido insistente de mi teléfono me saca de mi ensoñación. Al tomar el aparato veo el nombre de Diana en la pantalla.
—¿Puedo saber en donde demonios estás metida?— su grito me hizo saltar en la taza del baño.
—¿Ni siquiera un, hola Becca?—cuando escuché su risa desde el otro lado una de mis comisuras de curvó.
—¿Por qué no estás en el recorrido que dan a los nuevos Becca?—cuestionó seria.
¿Porque no soy nueva y conozco todo Fender?
Pude haber contestado eso...
Pero mi boca y mi mente a veces no conjuga mucho.
— Porque no he salido de los baños...—
—¿Los del ala Norte o Sur?— cuestionó. Detrás de ella sonaban miles de voces.
—Norte— respondí.
La llamada se había cortado, y ahora mi hermana sabía dónde estaba.
Bote el cigarrillo y tire la cadena. Al salir me vi en mi reflejo...Mis ondas se habían formado y estaba despeinada. Mis labios estaban secos, mi rostro estaba recuperando color, así que mis ojeras seguían con vida y mis ojos oscuros se veían brillosos. Angustiados. Presos del pánico. Me acerqué al lavabo y lavé mis manos, me coloqué un poco de perfume y estaba intentando de sonreír hacia el espejo cuando las puertas se abrieron.
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Algo que no debió ser.
Teen FictionHe vivido desde que tengo memoria, constantemente. Luchando, intentando sobrevivir. No a monstruos, ni hechiceras malvadas, ni maldiciones. Sobreviviendo al estilo de vida que me tocó. Sobreviviendo a las cámaras, las luces, las cenas, las grandes...