Me paseo por tercera vez de la mesa de entrega a los comedores, hoy es un día de esos que parece eterno, uno donde debes limpiar el desastre que dejan una bola de aficionados del fútbol a cambio de una propina de dos dólares. No suena bien y es peor de lo que parece.
Tal vez he limpiado al menos cinco veces cada una de las mesas en lo que va del turno, ya ni hablar de los extraños líquidos esparcidos por el suelo que he implorado en más de una ocasión que sea gaseosa.
Saco las pajillas y entrego las charolas con las tres hamburguesas especiales cuando el teléfono suena al fondo detrás del viejo mostrador de madera. De camino saco la libreta para tomar la última orden antes del cambio de turno, pero mi siguiente paso es pegajoso, entonces veo una mancha de queso derretido del tamaño de mi calzado en el suelo.
—No me baja.
Escucho con desconcierto desde la otra línea telefónica del restaurante de comida rápida en el que trabajo medio tiempo después de la universidad.
—¿De qué demonios hablas? Eres hombre, es obvio que no te debe bajar —susurro intentando no enfadarme al reconocer la voz de Daen. Es claro que es él.
Resoplo con fastidio acostumbrada a las bobas bromas telefónicas que recibo casi a diario de mi mejor amigo.
—Dos hamburguesas especiales, señorita Hasson.
—¿Misma dirección, Weller?
—Y compañía si se puede.
Sonrío divertida, estoy a minutos de volver a ser dueña de mi vida, ojalá eso fuese libertad, pero en mi departamento me esperan quehaceres y cerros de tareas escolares en mi ordenador.
Preparo el pedido de Daen diez minutos antes de salir, muestro el comprobante del depósito en el sistema y le explico a mi adorable jefa que haré yo misma la entrega de paso como casi a diario.
Casi veinte minutos después me encuentro tocando el timbre frente al enorme portón de la residencia que no me trae tan gratos recuerdos.
Los padres de Daen tienen una casa exageradamente grande y elegante, tal vez una de muchas, especialmente en esta he estado en demasiadas ocasiones, mucho más tiempo de lo que hubiese querido. Él es un gran chico, es listo, disciplinado, inteligente, con las mejores notas entre la generación y... Abre frente a mí pillandome distraída.
—¿Pasas? —Pregunta preocupado hacia mi perdida de la realidad.
—En otra ocasión, ahora necesito una ducha, empezar mis tareas y si es posible renacer.
Se carcajea fuerte y me esfuerzo por sonreír. Él tiene ese tipo de sonrisas que podrían aclarar la oscuridad de cualquier tormenta en segundos.
—Y una cosa más —Me vuelvo con fingido enfado—. Deja de dar propinas más altas que lo que encargas.
—Es por el buen servicio —se queja afable.
Finalmente caminé hasta mi departamento, una vez aquí me dí un baño buscándome en este cansado cuerpo adolorido y lleno de ojeras. Veo la foto de mis padres y mi hermana Lili en uno de los portaretratos sobre el pequeño buró.
Quisiera dormir mil horas consecutivas si eso fuese posible. Pero no, ser uno de los quince alumnos con una beca del ochenta por ciento no es sencillo, debo mantener mis notas arriba de noventa y cinco.
Los extraño tanto y la distancia debe valer la pena.
Mi madre es una gran cocinera en la provincia, mi padre es amante de la apicultura, animales de crianza, y agricultura, con base en sus enseñanzas estoy segura que Lilian será una gran veterinario, y poco a poco se podrá cambiar la mentalidad de aquellos lugares aledaños a Loreto, mi hermoso hogar.
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A segunda vista [L #1] - Último Otoño
Storie d'amoreHoy volví a soñarte, tenías esa perfecta sonrisa contra mis labios, pude ver el brillo de tus ojos reflejados en los míos, sentí el calor de tu piel al ras de la mía, sentí mi amor crecer, sentí tu necesidad de mí, escuché tus palabras y soñé despie...