Día 1: Abrazo.

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Fría y sorpresiva...

Así fue la lluvia que cayó aquella tarde de verano en Station Square, por lo que la dulce y tierna Amy Rose siguió corriendo hasta refugiarse en aquella parada de autobús que poco —o nada— la cubría.

Suspiró exhausta y al tomar asiento en la helada banca de metal, fue que reparó en la presencia de un erizo azabache que se encontraba sentado al otro lado de la pequeña techumbre. Ella le regaló una sonrisa y él y se limitó a asentir y observarla: joven y bonita, con ropas húmedas que le provocaban tiritar y castañear los dientes.

—¿Quién lo diría no? —dijo la rosada en un intento por romper el hielo —cuando salí de casa parecía que habría un clima precioso y de un momento a otro la lluvia nos tomó por sorpresa. Mi amigo Silver dijo que  llovería, pero no, Amy Rose nunca lo toma enserio —el azabache la miró de reojo cuando ella mencionó su nombre, enseguida hizo un puchero un tanto infantil para terminar alzando los hombros con indiferencia —supongo que debería de tomar más enserio sus palabras, pero el servicio meteorológico no anunció nada de precipitaciones y ventiscas...

El erizo dejó de mirarla y prestar atención a sus palabras para enfocarse en ver como las gotas de agua caían y se perdían entre el asfalto y los pequeños charcos formados.

—¡Achú!

El sonido que emitió aquel pequeño cuerpo provocó que de nuevo, le prestara atención. Por alguna razón que él sinceramente no comprendió, una necesidad por protegerla surgió en su interior, pero era demasiado reservado y gruñón como para animarse a hacerlo. 

—¡Achú!... Ay, tal parece que me voy a resfriar— susurró Amy para después tallar la punta de su nariz con el dorso de la mano.

Aquel individuo se puso de pie rápidamente pero sus intenciones fueron interrumpidas por el sonido de un claxon.

Ambos erizos prestaron atención al auto blanco que se detuvo frente a ellos. El vidrio del copiloto bajó y dejo ver a una bonita murciélago albina, la cual lanzó un beso en dirección a aquel sujeto, quien susurró cosas inentendibles para la rosada; este dio un par de pasos y llegó a la puerta del vehículo, pero antes de abrirla, volvió a escuchar el estornudo de la chica parlanchina.

Soltando un pequeño gruñido, dio media vuelta y de un par de zancadas llegó a donde ella; rápidamente se quitó la chamarra y sin más, la colocó sobre sus hombros.

Las mejillas de la chica se pintaron de un fuerte carmesí ante tal acto.

—Oye, no tenías porque...

—Lo sé.

Ambos se miraron fijamente por algunos segundos, y entonces, la única forma en que se le ocurrió a ella agradecer aquel acto, fue rodeándole el cuerpo con ambos brazos en un torpe abrazo; por tal acción, la chamarra casi resbaló de su cuerpo, pero los brazos del contrario, en un intento por evitar aquello, terminaron correspondiendo a aquella muestra de afecto; ante el roce de sus cuerpos y la proximidad de sus rostros, Amy se armó de valor y se aventuró a depositar un pequeño beso en esa mejilla bronceada, volviendo aquel momento aún más íntimo.

El pitido repetitivo, proveniente del auto frente a ellos los sacó de aquella nube fantasiosa. La fémina al interior del coche puso cara de pocos amigos, por lo que él dio media vuelta y se encaminó a este.

—Gracias, ¿eh...? —Amy se aferró nerviosa a aquella prenda con ambos manos, esperanzada a que le respondiera. 

—Shadow... mi nombre es Shadow —respondió a secas el azabache para después abrir la puerta del copiloto y subir al vehículo, que inmediatamente, se puso en marcha.

Probablemente no se volvieran a encontrar, pero sin duda, las sensaciones experimentadas por ambos en aquel pequeño abrazo era las mismas: paz, tranquilidad, confort... pero sobre todo pureza y amor. 

 

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Como dice el dicho: más vale tarde que nunca... 

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