Era un buen día, y el pronóstico anunciaba sol toda la semana. Enzo ya habíapreparado su bolso, la pequeña carpa y su caña. Ahora solo le quedabaocuparse del desayuno y de Luca, que miraba dormido su chocolatada, quizásopesando todavía los días de playa que pasaría con la madre. Enzo habíaquedado en verse con Carlo frente a la rotonda de salida de Umbertide, a lasnueve. Iba a llevar al kentuki. Sabía que Carlo se molestaría -y que lainvitación a pescar, además de sacarlo de la casa, era para apartarlo delkentuki-, pero tenía un plan, había estado pensando en eso todo el fin desemana. El topo -esa pequeña alma encaprichada en no comunicarse con élpor lo que fuera que él hubiera hecho para lastimarlo o enfurecerlo- seablandaría cuando viera el cauce verde de las aguas del Tevere, cuando loescuchara hablar largo y tendido con Carlo, cuando supiera quién eraverdaderamente él para sus amigos y dedujera el tipo de compañía quepodían representar el uno para el otro. Se había obsesionado, eso él loentendía, y entenderlo demostraba que la situación no estaba fuera decontrol. En el fondo, simplemente, Enzo creía que dos personas solas, de dosmundos posiblemente muy distintos, tenían mucho para compartir y paraenseñarse. Necesitaba esa compañía, la quería para ambos, y terminaría porganársela.Puso el café y preparó las tostadas. El topo, quizá alerta por tanto alboroto debolsos, se movía entre ellos.Enzo explicó sus planes mientras desayunaban, lo dijo sin vueltas:-Usted se viene conmigo, Míster.Enzo sabía que el kentuki podría inquietarse, nunca lo había sacado tantotiempo de la casa y, sobre todo -y sabía que esto era lo que más podíaalterarlo-, nunca lo había alejado tanto tiempo del chico. El kentuki no semovió. Se quedó seco junto a la silla de Luca. No chilló ni golpeó las patas dela mesa. Tanto les extrañó a ambos su inmovilidad que se inclinaron unmomento hacia él, padre e hijo, pensando que quizá algo raro le había pasado.Oyeron la bocina de Nuria y el chico dio un salto, se puso el abrigo y losaludó. Cargó su mochila y dijo adiós otra vez, antes de salir. Desde el piso, aunos metros de él, el kentuki todavía lo miraba. Enzo levantó algunas cosasdel desayuno cuando volvió a oír la bocina de Nuria -¿qué ocurría?- y elgolpe de una de las puertas. El chico regresaba, podía verlo ahora a través delas cortinas del ventanal, abría la puerta con su propia llave. El motor delcoche se apagó y se oyó la otra puerta. ¿También se estaba bajando suexmujer?-Papá -dijo Luca otra vez en la casa, en tono de disculpas.-No puede ser -dijo Nuria, que entró detrás del chico-, una semana fuera yno le pones ni una campera en el bolso.Nuria no buscaba la campera, eso estaba claro, miraba el piso, junto a laspatas de los muebles y debajo de las sillas y las mesas, registraba la casa conuna sonrisa dura que Enzo conocía muy bien, su modo más torpe ydesinteresado de disimular.-Acá está -dijo Luca, levantando su campera.Pero su exmujer ya había encontrado al kentuki.-Vamos -dijo Luca, y tiró de la madre hacia afuera.Enzo comprendió que el chico había mentido por él. Ella le habría preguntadosi el kentuki seguía en la casa y él había mentido, mentido por él. Por lagloriosa amistad de su padre con «el muñeco». Entonces sonó el teléfono,sonó tres veces y dejó de sonar. Y Nuria, que había dado un paso hacia Enzopara empezar a insultarlo por el kentuki, se detuvo.-¿Acá también pasa eso? -preguntó ella.-¿Qué cosa? -dijo Enzo, aunque había entendido muy bien a qué se referíasu exmujer.Luca miró a Enzo, la carita redonda del chico ahora blanca como un papel. Elteléfono sonó tres veces más y dejó de sonar. Que él supiera, era la primeravez que eso pasaba en su casa, pero la cara del chico lo inquietó. Cuando elteléfono volvió a sonar el chico dejó caer su mochila al suelo, asustado, yNuria dio un salto hacia el aparato y atendió.-Hola -dijo-. Hable. Diga algo, carajo.Miró a Luca y cortó. Enzo reparó en que, en la distracción, el kentuki se habíaido, posiblemente a su madriguera bajo el sillón.-En casa tampoco contestan -dijo ella que, consternada por la llamada,parecía haberse olvidado del kentuki-, al menos no cuando atiendo yo -dijoy miró al chico, que no levantó su mirada del piso.Nuria recogió la mochila de Luca y lo agarró de la muñeca.-Vamos -dijo.Se alejaron hacia la puerta, Enzo los siguió. Ella abrió y empujó a Luca haciael coche para que fuera adelantándose, y entonces, cuidándose de no levantarla voz, se volvió hacia Enzo, furiosa.-Voy a poner una abogada -le dijo-. Voy a sacarte a Luca, y después voy aempalar a ese aparato en el medio de tu puto vivero.Cuando el coche arrancó, Enzo saludó levantando la mano. Ninguno de losdos le respondió.De vuelta en el living se quedó un momento esperando, el kentuki no se veíapor ningún lado. Ya no quería seguir buscándolo, estaba harto de seguirjugando al necesitado y el ofendido. Estaba furioso, tan furioso que le costabamoverse, le costaba respirar.-¡Llame! -gritó en medio de la habitación-. ¡Haga sonar el malditoteléfono!¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaba pasando entre su hijo y el kentuki? Pensóen todas las maneras en las que podía romperlo, quebrarlo y despedazarlo, lasideas no paraban de llegar. Y sin embargo, dio algunos pasos hacia atrás.Tomó su bolso y su abrigo y salió de la casa. Se quedó del otro lado de lapuerta, mirando la madera, el visor, el picaporte ya tan gastado. Después lovio más allá, del otro lado del ventanal. Acodado entre el vidrio y la cortina, elkentuki, inmóvil, lo miraba.
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Kentukis
General FictionKentukis es la segunda novela de la escritora argentina Samantha Schweblin, publicada en octubre de 2018 bajo la editorial Penguin Random House. La novela sigue la historia de distintos personajes de diversos países, y cómo sus vidas son atravesadas...