Capítulo 14. Marvin.

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Marvin cerró la puerta del escritorio y encendió su tablet sobre los libros. Yano se cuidaba de tener siempre el cuaderno abierto y un lápiz en la mano porsi acaso su padre entraba y había que saltar de la pantalla a los libros. Desdeque lo habían encomendado tres horas al día a esa habitación, ni una sola vezel padre ni la mujer a cargo de la casa se habían molestado en pasar acontrolar. En la cena, su padre preguntaba cómo iban las cosas, si las notasestaban bien. Las notas llegarían en tres semanas y serían espantosas, pero aesas alturas Marvin ya no era un chico que tenía un dragón, sino que era undragón que llevaba dentro a un chico. Las notas eran un tema menor.Su ama había cumplido su promesa y lo había dejado bajo las escaleras de lagalería, arriba de su cargador. Marvin la vio alejarse y esperó para mover elkentuki. Bajó del cargador y movió el dragón a lo largo de la galería, hastaasomarse a la vereda. No había nadie en la calle. Se alejó unos cuantosmetros del negocio, pegado a la pared. El pueblo se veía más chico de lo quehabía imaginado. Pensó que el cordón podría ser un problema, pero casi nohabía diferencia de altura entre la vereda y la calle. El kentuki bajó al primerintento, apenas trastabilló. No había edificios de más de dos o tres pisos y lasconstrucciones, aunque parecían de una calidad superior y mucho másmodernas que las de Antigua, se veían cuadradas y sencillas. Cuando giróhacia su izquierda, para comprobar que no viniera ningún coche antes decruzar, descubrió el mar. ¿El mar? Era algo demasiado extraordinario paraser el mar, o al menos, para ser el mar como él lo conocía. Este era un espejoverde y luminoso, enmarcado por blancas montañas de nieve. Marvin sequedó ahí un rato, simplemente mirando. Las luces tenues y doradas delpueblo bordeaban la orilla y trepaban apenas sobre el pie de las montañas.Una camioneta dobló muy cerca del kentuki y Marvin volvió en sí. Cruzó hastael otro lado de la calle y bajó en dirección al puerto. Lo que quería Marvin, loque hubiera pedido si alguien se hubiera ofrecido a cumplirle un deseo, erallegar hasta la nieve. Pero un kentuki no podía trepar por la nieve y, si bienlas montañas parecían cercanas, sabía que estaban a kilómetros de distancia.Tomó un terraplén hacia la derecha. A unos metros empezaba la playa. Marvin lamentó que no se pudiera agarrar nada con el kentuki, habíacaracoles y muchos tipos de piedritas. Le hubiera gustado llevarle un detallea la mujer, encontrar con qué agradecerle su libertad. En la vereda deenfrente la puerta de un bar se abrió y dos hombres salieron cantando,sosteniéndose uno al otro. Marvin no se movió hasta asegurarse de que sehubieran alejado lo suficiente. Siguió su camino una media cuadra y entoncesalguien lo levantó. Fue un movimiento rápido, inesperado. Marvin sacudió lasruedas del dragón, intentó girar, para un lado y para el otro. Una vozmasculina le hablaba y la tablet no traducía. Se acordó de la etiqueta que lamujer le había pegado, ¿estarían leyéndola ahora? El puerto estaba cabezaabajo y, de pronto, todo se oscureció. Parecía que lo habían metido dentro deun bolso y caminaban. Esperó. Incluso si luego lo soltaban o si lograbaescapar, ya no sabría cómo regresar, estaría completamente desorientado.Intentó tranquilizarse. Se dijo que no había mucho que pudiera hacer. Lollamaron a comer, y por primera vez desde que el asunto del kentuki habíaempezado pensó en llevarse con él su tablet. Era algo muy arriesgado. Podríallevarla hasta el cuarto, escondida entre alguno de sus cuadernos, intentarvolver al dragón después de la cena, una vez que todas las luces de la casa sehubieran apagado. Pero su padre usaba el escritorio antes de irse a la cama.Quería ver siempre la tablet de Marvin ahí, cerrada y junto a los libros. Elescritorio era el único sitio en el que Marvin tenía permitido usar la tablet.-Welcome to heaven -oyó.Alguien le hablaba en inglés. La luz regresó, cegó la cámara y luego aparecióuna imagen completamente diferente a la del puerto. El dragón estaba otravez sobre sus ruedas. Era una habitación amplia, el piso era de madera.Parecía un salón de baile, o de gimnasia, un salón en el que, Marvin calculó,entrarían los tres coches de su padre. Cuando giró quedó frente a un kentuki.Era un kentuki topo y por un momento no entendió nada de lo que estabapasando. Llegó a pensar que quizá el espejo en el que había visto a su dragónhabía sido un truco de la mujer, y que ese topo era su verdadero reflejo. Elkentuki chilló y se alejó. Entonces otro kentuki, uno que era conejo, pasójunto a él dándole un ligero golpecito y se quedó mirándolo. Dos piernas ibany venían entre los kentukis. Al fin se flexionaron y Marvin reconoció al chicodel anillo, el chico que escribía los mensajes de «¡Liberen al kentuki!» en elvidrio del negocio de electrodomésticos. Tenía el pelo suelto y se veía muydistinto en remera, sin todo su abrigo.-Can we speak in English? -le preguntó.Entendía, por supuesto que entendía, y aun así ¿cómo se suponía que iba acontestarle?Entonces, desde el otro mundo, su padre gritó su nombre y le advirtió que esaera la segunda vez que lo llamaba a cenar.-¡Si tengo que subir...! -gritó.Pero ya estaba subiendo. Los pasos crujían en la escalera. Marvin apagó elkentuki y la tablet. Cerró sus libros y apiló sus cosas en el orden en que supadre esperaría encontrarlas.Cenaron en la sala con la radio encendida. La mesa era demasiado grandepara los dos solos así que la mujer que se encargaba de la casa colocaba unmantel plegado en una de las esquinas y preparaba un puesto a cada lado.Decía que eso les daba intimidad, que era importante que en una mesa uncomensal pudiera pasarle el pan a otro. Aunque en la mesa a la que Marvin sesentaba cada noche no se escuchaba más que la radio, y nunca en su vidahabía visto a su padre pasarle el pan a nadie.Cuando terminaron de comer su padre subió al escritorio a atender unllamado. Solo entonces Marvin se acordó de la batería. Nunca antes se habíadesconectado sin calzar antes su kentuki en la base del cargador. Ya habíapaseado bastante y usado mucha más batería de la que acostumbraba. Se diocuenta de que, si nadie ponía a cargar a su dragón hasta que él volviera aconectarse, ya no podría volver a encenderlo nunca.-¿Estás bien, Marvin? -le preguntó la mujer mientras recogía los platos.Camino a su cuarto Marvin se quedó un momento frente a la puerta delestudio. Espió a su padre por la rendija de la puerta entreabierta, cuidándosede no ser visto. Estaba inclinado sobre los papeles, los codos sobre la mesa yla cabeza apoyada en los puños. La tablet estaba un poco más allá, a solo ungesto de su padre, el display del encendido titilando sobre el pilón de suslibros.

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