Confesiones

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Así me encontré pilotando el Toyota internandonos tierra adentro. Me cuenta que el «Tutumazo» abarca 300 hectáreas, 200 son tierra de engorde y el resto los establos y la casa, además de la pista de aterrizaje que está completamente asfaltada. En el trayecto el sol se colaba por los empolvados vidrios de la cabina, la vagoneta que estaba por demás sucia respondía con suma docilidad, pasarían unos quince minutos cuando el trecho del terroso camino terminó abruptamente en una ligera ladera donde se dejaba ver una laguna de agua cristalina, apague el motor, miraba la verde llanura con algunos vovinos abrevando en su oasis de cristal, don Herman encendió un cigarrillo y habló : «Seguramente desearas conocer como llegue a tener todo esto, la respuesta es simple. Ahorrando ¿cómo así?, verá mi amigo, fueron ellas las que me lo dieron todo, desde la ropa hasta el paquete de cigarrillos, yo no gastaba en nada y ellas lo pagaban todo. ¿Porqué?, pues me confiaron sus más torridas debilidades y sus más clandestinas tentaciones, ahora bien ¿Que debo hacer con sus confesiones?, que desde luego no deben saber ni sus padres ni sus maridos, menos sus hijos, además de los costosos regalos que me hacían, sobre este tema no hay mucho de que hablar, salvo que nunca le robé a nadie nada».

A medida que el sol del mediodía ganaba altura, la temperatura ascendía y yo sudaba sin compasión, don Herman me indicaba guiar el carro hacia el otro lado de la ladera, donde se encontraba una cabaña de madera, nos apeamos y el viejo me invito a echarme en la hamaca que pendía en medio de la salita. Franciscanamente amoblada, con una enorme conservadora de plastoformo de la que me obsequió una fría cerveza.

—Aparte de Tita, Rosemary y Jhonny —, me dice, tengo otros hijos, algunos estudiando, otros bien casados... La madre de Giovanna vive en Trinidad y la chica estudia aquí en una universidad privada.

Enciende otro cigarrillo y exhala largamente el humo, renovamos nuestras latas vacías por otras llenas.

Pronto se hará mediodía. El calor húmedo, la polvareda y el viento incomodaban, pero retornabamos a la mansión, teníamos o por lo menos yo tengo hambre.



Pata de lana (el arte del placer impuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora