Love Story Menoniten

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Cuenta Roger :

Una vez tuve un romance prohibido, lo recuerdo bien...

Los nuevos propietarios de la estancia llegaron, eran menonitas venidos de Canadá. Sólo hablaban alemán. Fue con ellos que vivi uno de los momentos más felices de mi vida.

Mi trabajo consistía en recoger los palos que dejaba la oruga, desmontar ramas, arreglar el potrero,la granja de pollos o componer las calaminas del techo y tenía veintiún años recién cumplidos. El jefe de la familia se llamaba James y su esposa Maria, tenía cinco hijos : Tina de diecinueve años, Agatha de dieciséis, Christian de catorce, Otto de diez y Caterina de siete añitos; una hermosa época de tiempos felices.

Nos levantabamos a las cinco de la mañana para la ordeña de las vacas y también sacarle la nata a la leche para hacer la mantequilla. A las siete y media estaba preparado el desayuno; en los hogares menonitas solo se tiene un trabajador y no acostumbran tener criados para las labores domésticas, a mi me querían y acogieron bien porque me permitían sentarme con ellos en la mesa familiar. Don James a la cabeza, su esposa a la derecha (aunque es obvio que se levantaba para servirnos). Después del desayuno cada cual debía ocuparse de sus obligaciones. La señora de la casa en sus deberes de limpieza y preparación de las comidas, don James en ir al almacén a comprar semillas o algún repuesto para el tractor y por último los niños se ivan a la escuela ubicada entre la línea divisoria de las tres colonias colindantes, vale aclarar que pasan clases de lunes a viernes por la mañana y por la tarde, estudian hasta los catorce años y después se dedican al campo porque aman la tierra y va a morir en su tierra, a los varones les entrenan en el manejo y cuidado de los tractores desde muy temprana edad. Al mediodía regresan por el almuerzo y a la una retornan a clases, por la noche, la cena y a dormir.

El domingo es un día exclusivo de reposo, solo descanso. Es el día del Señor y todos asisten al servicio dominical donde escuchan el sermón del ministro, cantan himnos en su idioma y taconean a la vez contagiados de una singular alegría.

Fue cuando me dí cuenta de que Agatha me perseguía con la mirada, cuando íbamos a cosechar el maiz (Tina, ella, Christian y yo), un trabajo fácil y divertido, coger la mazorca y lanzarla a la chata, la sorprendía mirándome y ella se sonrojaba. Solo en esas ocasiones podía ver la verdadera forma de su cuerpo pues se entubaba en un pantalón vaquero igual que su hermana mayor, mas una camisa de granjero, era bellísima : mas alta que yo, piel blanca, labios delgados y rojisimos, nariz recta con punta achatada, ojos celestes, cejas negras y espesas, su cabello era negro azabache y largo, tanto que casi cubría sus redondas nalgas, su cuello era largo, sus pecho firmes y generosamente proporcionados, las caderas finitas y las piernas delicadamente contorneadas, su rostro era angular al contrario de Tina que era propensa a la obesidad.

Una tarde estaba pescando en un lugar alejado y silencioso pensando en el pez como mi cena; arrojaba y arrojaba el cordel con nueva carnada. En una de esas sentí la presencia de alguien, volteo a ver y tropiezo con ella, le pregunto si quiere pescar, responde negativamente con las manos, ¿que hacés?, pregunto y ella solo mueve la cabeza, me distraje un instante en el cordel de mi caña y cuando vuelvo la mirada hacia ella ya no estaba. Y claro, cualquiera se preguntaría ¿A que vendría?, porque también los menonos adolescentes son muy curiosos.

Yo no le hablé a ella por respeto al patrón y porque no nos entendíamos nada, ella hablaba alemán y yo solo español.

Un día casi anocheciendo regresaba de la otra colonia con Christian, después de llevar un importante repuesto de tractor y nos topamos con Tina y Agatha que escuchaban música disco en un reproductor de música. Al vernos la mayor se alegró y nos dijo que era su cumpleaños, Christian se disculpó por olvidarlo y sugirió que compremos cervezas (los menonitas a veces se beben una cerveza), Tina y su hermano fueron veloces al almacén de la colonia en pos de la rubia bebida, Agatha y yo nos quedamos escuchando música tratando a la vez de entendernos algo. Fue cuando nos dimos el primer beso, al principio tímido y después largo y apasionado; los sentimientos afloraron por la cercanía de los cuerpos y nuestros corazones se encontraron.

Las semanas pasaron y llegamos a entendernos mejor, ella se dejaba besar y acariciar, estoy seguro que me quería y yo que me estaba acostumbrando a ella, enamorandome.

Cada tarde después del trabajo ella me esperaba atrás de la casa y nos entregabamos en besos y abrazos, algo muy romántico y respetuoso.

Incluso su hermano nos descubrió, «tu con Agatha», me dijo pero no se entrometio para nada, me quería como a un hermano. Pero Tina, ese era otro asunto porque también ella nos descubrió, Agatha se puso nerviosa y me dio a entender que nos delataria con su padre. Y parece que así sucedió pues una tarde atrás de la cocina don James en persona nos descubrió, «¿que haces Roger?», preguntó, Agatha se fue asustada y yo tranquilo le respondi que tomaba el fresco, no dijo nada y entró a la casa.

Entre menonitas está prohibido el enlace matrimonial con personas que no sean de su creencia o de su raza. Los adolescentes pueden enamorar a partir de los dieciséis años y casarse a los veinte. Cuando se viola esta norma el infractor es aislado o expulsado, en caso de que la joven quedara embarazada se la envía a su país de origen porque ellos no abortan.

Algunos días después ella llegó al campo en su bogui (carrito tirado a caballos) trayendo la merienda de la tarde : leche y galletas. Ahí apartados me dijo que tenemos problemas, que su padre la mandaría a otra colonia algún tiempo. Fue una despedida breve, ella no lloraba por fuera pero sé que al igual que yo lo hacía por dentro. No nos volvimos a ver en seis meses. Supongo que su padre la mandó a otra colonia para que consiga un marido.

Cuando la volví a ver apenas nos saludamos de lejos, ella no se acercaba ni yo me atrevía, como ya hablaban español y conocían a los vecinos más los pormenores de su estancia vi la oportunidad de largarme, pues no me hacía ningún bien seguir así, mi romance fue bello y limpio pero no prosperó por razones obvias. Otro trabajador llegó y me fui.

Dos años después supe que se casó con otro menonita y tiene dos hijos.

Una vez tuve un romance prohibido, lo recuerdo bien...





Pata de lana (el arte del placer impuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora