Pata de lana (el arte del placer impuro)

Luna de miel en París

Queridos colegas, ella es Toya. Si ya se que es la hija del presidente —y propietario —del periódico. Si ya se que es apenas una tierna adolescente. Pero es Toya mi novia, gracias por los saludos y deseos de parabien. ¿Recuerdas cuando te presente a mis colegas de redacción?, yo tenía veintitrés y tu diecisiete, bueno casi dieciocho. Les sonreias a todos sin apartarte de mi. ¿Que me dijo tu padre? (que por cierto es amigo íntimo del mío) ¡Ah, ya lo recuerdo! Muy serio dijo : «Joven Vladimir quiero que le enseñe a mi hija el apasionante mundo del periodismo como debe ser, desde abajo». Como usted diga señor, así se hará. Bien, bien, mm...

Aparte de que nos dio todas las facilidades para tu instrucción : auto, presupuesto, etc... La cosa no llegaría a mayores.

Un buen día te me apareciste bien acompañada y me presentaste a tu novio oficial, uno de mis mejores amigos. Como dolió Toya.

¿Te acuerdas que una vez me contaste que tu sueño era pasar tu luna de miel en París? La ciudad luz, el río Sena, los campos Elíseos, la torre Eiffel. ¿Recuerdas? No, no creo que lo recuerdes, es más, ni yo quiero acordarme.

Nuestra prematura y única luna de miel la tuvimos escondidos al pie de un enorme y centenario pino, alejados de los senderos donde paseaban ancianos y enamorados. Aquel atardecer en el bosquecillo del Montículo fuiste mía por única vez y supe que alguien más ya había bebido de tu gruta rosada. Por única vez fui conciente de mis actos pues me acordé de don Herman Justiniano «Pata e' lana» y desde ese inolvidable suceso intuí mi soledad frente a la vida.

Atrás del acogedor mirador boscoso se encuentra el barrio Sopocachi. En una de esas casas viven mis padres.

Que inmaduros fuimos. ¿No Toya?, y eso todavía duele.