Equivocarse es humano (Alejandra)

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Aunque anoche me hinchase de llorar y Almudena de poner verde a Darío y de llamar a Raúl para gritar a través de su teléfono para ver si de alguna forma le escuchaba cantarle las cuarenta, me he prometido que no iba a caer tan hondo como con Hugo.

Sé que me está doliendo más de lo que realmente me dolería en circunstancias normales, pero no lo es porque acabo de salir de una ruptura, en la que estaba viendo que me estaba enamorando de otra persona y alejando de quién pensé amar toda mi vida. Todo esto me pasa por enamoradiza, siempre me lo han dicho. Soy una enamorada del amor y me tapo los ojos para que dure lo máximo posible, pero esta vez no puedo dejarme pisotear.

Hace una semana se suponía que estaba en mi salón, hablando con Almudena y Raúl sobre qué hacer para hacerme sentir bien, preocupado por mí... Los cojones, preocupado por mí. Preocupado por si decidía pasar de ti y ya no podías follarme, porque eso soy para ti, un trofeo.

—No entiendo tanta dedicación para solo querer follar conmigo —Niego con la cabeza con el café de la tarde en la terraza con Almudena. Acabamos de volver de ver algunas casas en el pueblo, aunque ahora mismo no sé si quiero quedarme.

—Ale, te lo dije anoche. Si solo quiere follar, no se toma esas molestias, ni te pide que salgáis juntos —Almudena tampoco se lo explicaba, ni tenía respuesta para mí—. Raúl me ha dicho que Darío quiere hablar contigo.

—Sí, le hago la cama y le subo un café —Me río irónicamente.

—Dice que es algo importante y que no quiere hacerlo sin tu aprobación —Almudena me mira con el teléfono en la mano.

—Dile que si no necesitaba aprobación para follarse a Carlota mientras me tonteaba, no creo que lo necesite para nada más.

Almudena teclea lo que le he dicho y lee durante un rato. Me levanto y me doy una vuelta por el jardín, dando por hecho que está hablando con Raúl y, espero, criticando a Darío. Lo tengo decidido, mañana mismo empezamos a buscar casa y nos iremos al pueblo. La idea en principio no me agrada, porque cuando Hugo vuelva, lo último que quiero es encontrármelo y ya serían dos personas que evitar.

Entro en casa y abro el ordenador. Busco qué puedo encontrar en internet, que sé que no es mucho y apunto lo poco que veo. Le hago una señal a Almudena de que me voy y sin más cojo la moto, para bajar al pueblo. Me dirijo directamente a casa de Adela. Ella lleva aquí más año que posiblemente la mitad del pueblo, tiene que saberlo todo. Toco a su puerta y oigo los mismos pasos que el mismo día que llegue. Me da una punzada en el pecho, es un recuerdo tierno pero doloroso a la vez.

—¡Bonita! ¿Qué haces aquí? Pasa, pasa —Me dice con una sonrisa en la cara. Acudir a ella siempre es reconfortante. ¿Es así como se siente tener una abuela? Nunca tuve una.

—Hola, Adela —Sonrío y dejo el bolso encima de la mesa de la cocina, donde me dirige ella y se pone a hacer café.

—¿Qué te pasa? —Me mira con los ojos entrecerrados—. Te veo con mal de amores, reina.

—Bueno, eso seguro... —Resoplo—. Los problemas van de tres en tres y ya los tengo todo.

—¿Qué te pasó? Cuéntame —Sirve dos tazas de café y me pone un cuenco con terrones de azúcar delante. Se sienta delante de mí y me mira atenta.

—Adela los hombres no valen para nada —Me desahogo mientras meneo el café—. He decidido abandonar a Hugo porque ya ni sabía cuándo vendría, cada vez se atrasaba más y luego conocí un chico, que resultó estar engañándome.

—Los artistas son los amores más verdaderos que puede haber —Me sorprende con su reflexión, ¿cómo sabes que es artista?—. Ahí donde ves a Marc, que no tiene nada interesante, hace años, cuando la enfermedad se lo permitía, pintaba unos cuadros que te dejaban sin aliento. Es el amor más puro que jamás recibí y aquí donde me ves, he tenido muchos otros amores antes de Marc.

Catfish [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora