Los gemelos Kim || Vkook/Kooktae

mentem

Cuando la oscuridad la consumió por completo podría decirse que no quedo absolutamente nada de ella, ni siquiera el recuerdo o el vestigio de lo que fue.

Su alma no se había entregado por completo a esa maldad que la rondaba, sin embargo, estaba tan cerca de tal fatídico destino que no quedaba mucho que ella o cualquiera pudiera hacer.

Quisiera poder decir que las cosas mejoraron para ella, que tuvo suerte antes de verse completamente perdida, pero desafortunadamente ese no fue el caso.

Las prendas negras que marcaban el luto vestían a cada una de las personas que en su vida habían significado algo. Su familia, sus amigos, lloraban esa perdida que no habían podido imaginar, mientras el cielo los acompañaba en su dolor en un tormentoso día, dónde las rosas blancas se empapaban de las lágrimas que el cielo derramaba.

Ella, que había sido importante en la vida de muchas personas ya no tenía palabras por decir, besos por dar ni abrazos por recibir. El lindo álbum de recuerdos sería sellado, siendo aquel día en el que sus pulmones colapsaron, el último de ellos.

—¡Jennie! ¡Ayúdame! —los gritos tan llenos de dolor, de sufrimiento, tan desgarradores que eran insoportables. Esos gritos oxidados y guturales provenientes de sus dos únicos hermanos, pidiendo ayuda, pidiendo ser auxiliados por una chica castaña que no tenía ni idea de que hacer.

—Jennie... —escuchó un susurro tras de ella, el de una voz que conocía tan bien.

Dando la vuelta y topandose a un pelinegro que la había acompañado casi toda su vida. Su mejor amigo.

Quiso abrazarlo, quiso dejarse absorber por esos brazos llenos de familiaridad que tanto amaba y que la hacían sentir segura, pero tan pronto como dió un paso al frente una fuerza invisible, desconocida, lo alejó con fuerza, haciendo que de esa boca donde solían salir palabras reconfortantes, brotará un grito lleno de terror.

La muchacha intento hacer algo, ganándose que aquel ser invisible le arrojara al piso impidiéndole moverse, aprisionandola, asfixiandola, matandola.

Incluso así ella hubiera preferido su muerte antes que seguir escuchando esos gritos ensordecedores provenientes de ninguna parte pero tan similares a los de sus hermanos. Parecía el infierno, su infierno, lleno del sufrimiento de aquellos a los que amaba.

Entiendan por un momento esa desesperación que ella sentía, entiendan como para ella todo perdía sentido con cada segundo que seguía escuchando como gritos pidiendo su ayuda se hacían tan agudos y desgarradores que no le permitían respirar.

¿Puedes sentir su desconsuelo? ¿Puedes entender el porque jalaba sus hebras castañas sin control alguno? ¿Puedes no juzgarla si sus uñas habían dejado un rastro de sangre en su piel por aquel intento desesperado de aferrarse a algo? ¿Puedes ver como sus lágrimas saladas habían dejado aquel rastro en sus mejillas por lo incontenible de su llanto?

Porque la chica, que bien podría parecer una niña en esos momentos debido a su fragilidad, estaba completamente rota por dentro, se estaba desangrando su interior y la estaba consumiendo, ella quería ayuda, la necesitaba, pero no podía gritar, no podía hablar, no podía ni moverse.

El hombre de cabello azabache que había adoptado el nombre de JongSuk, acariciaba el cabello castaño de la chica que estaba acostada moviéndose de un lado a otro, sudando y tan pero tan pálida, era cuidadoso al enredar sus dedos en el cabello de la mujer. Que hipócrita, siendo cuidadoso para no lastimarla pero hiriendola internamente con esa visión errónea de la realidad que le estaba suplantado, entregándola como una verdad irreal.

Mientras las luces se prendían y apagaban descontroladamente, las puertas se azotaban con brusquedad y la casa vacacional de los Kim crujía debido al temblor que se ocasionaba dentro de esta, aquel conocido coloquialmente como «el diablo» reía estruendosamente sin ser escuchado por nadie en la lejanía, pero causando que a miles de kilómetros de distancia un peliazul enredado al cuerpo de un inmortal y un castaño abrazado con fuerza a un mortal, sintieran escalofríos por el mal que se avecinaba.

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