Un comienzo desde cero

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- Sora, trae algunas naranjas, servirán para hacer zumo para el almuerzo. - Decía una joven de cabello corto y oscuro, semblante cansado y algo triste.

- Voy. - El joven de cabello castaño respondía sin tardar, tomó la canasta que estaba cercana al huerto y la llenó con bastante fruta, llevándola tras ello a la cocina donde le esperaba la muchacha que estaba terminando de preparar el almuerzo.

- Gracias, déjalas por allí. -

- Si, pero ... - Sora paró antes de continuar. Ya llevaba un tiempo viviendo junto a la joven, quien siempre fue amable y risueña, pero que últimamente no paraba de tener preocupaciones debido a unos extraños sueños que no la dejaban descansar. Según comentarios de la misma, estos eran pesadillas que se habían arraigado en su mente debido a sus propias preocupaciones, pero que por el momento poco o nada podía hacerse. Varias veces le ofreció que durmieran juntos para que de esta forma le ayudara a alejar aquellos sueños, pero la chica se negó, diciendo que ya lo había intentado incluso con personas más allegadas, y que sería solo por una temporada nada más. Aunque era verdad, esos sucesos volvían a repetirse cada cierto tiempo, cosa que a Sora no le agradó descubrir, y de alguna forma quería ayudarla. Era por ello que en cuanto tuvo oportunidad buscó a alguien que le sirviera de apoyo, por lo que siempre encontraba una excusa para que esa persona estuviera cerca.

- Chicos, os traigo algo de miel, espero que os guste. - La voz de un hombre joven sonaba a través de la puerta que daba al huerto, la cual por lo general permanecía abierta ya que proporcionaba una agradable brisa.

- Buenas tardes Leo. ¿De nuevo por aquí? - Suspiraba, el tenerlo más que una alegría para ella era un poco molesto cosa que dejaba entrever. - ¿Acaso no tienes tareas pendientes?, deberías dejar las visitas para tus ratos libres. -

- Oh vamos, acaso un hombre no puede visitar la chica de la que está... - Antes de terminar aquella frase, un cucharón en su cabeza lo interrumpió, haciendo que éste se resintiera y acariciara el lugar donde fue golpeado.

- Deja las bromas a un lado, y ahora si no hay nada más que quieras puedes marcharte. - Estaba molesta, no sabía las veces que aquella persona se había acercado a ella, y lo había rechazado tomando las cosas que decía y hacía como payasadas propias de un bufón. Quizás las palabras de aquel joven tuvieran más verdad en ellas de lo que pareciera, sin embargo, la joven prefería no tomarlas de esa forma. Es más, ella deseaba profundamente que se alejara.

- Tan ruda como siempre, está bien me marcharé. - Antes de hacerlo le dio una pequeña bolsa a Sora que contenía no se sabía que, pero que por alguna razón parecía calmar los sueños de la chica. Era por ello que cada vez que esta comenzaba con sus crisis, Leo, sin que esta lo supiera le pedía a Sora que lo colocara cercano pero no visible a su cama.

Esa noche como era de esperar, el sueño de la joven fue mucho más tranquilo.

Al día siguiente, una carta llegaba de parte de la persona que en aquel lugar gobernaba. En ella se citaba a la joven llamada Arelis para que compareciera ante ella, en ese momento su cara lo decía todo. Estaba preocupada, nunca diría el por qué, pero sabía que aquello no le traería nada bueno, suponía que se debía a cambios en su forma de vivir, cambios que para bien o para mal tendría que respetar debido al pacto entre ambas.

Al llegar al lugar, Arelis tan solo pensaba en el reencuentro con Sora. Aunque este no recordara aquello, es más no recordara nada, de no ser por él, ella abría perecido en uno de los numerosos mundos que el chico había visitado. Era por ello que cuando el joven de cabellos castaños y ojos azules se presentó en el lugar, no dudó en ayudarlo. No se sabía cómo, ni por qué, pero había llegado a un mundo muy alejado de todos, al cual no se llega normalmente, sino que cuando estás totalmente perdido terminas en el. Sin embargo, el caso de Sora era especial, normalmente las personas que llegaban a este mundo, serían sometidas a un pacto con la reina, pero por alguna razón no fue igual, es más, él tendría que pagar un precio.

Tanto su cuerpo como su corazón, fueron atraídos por el poder que ese mismo lugar poseía, pero a cambio de llegar, algo sería dado en su lugar. Muchos perdían algo no demasiado valioso, otros perdían lo que creían era mayor al viaje, pero lo que en realidad daban era algo igual en cuestión de valor. Algo equiparable a traspasar aquel umbral y estar a salvo de su tristes destinos. No todos serían conscientes, pero si muchos sabían lo que eso significaba. Era por ello, que el precio a pagar para Sora no sería barato, sino todo lo contrario, perdería lo más valioso para él. Sus recuerdos.

Al principio por decisión de la reina ya que era la persona unida a la voluntad del lugar, y la emisaria del mismo, esos recuerdos serían destruidos. Arelis al escuchar aquello, no pudo resistirlo y pido clemencia a su majestad, pidiendo que le diera otra opción, aceptando cualquier cosa que se le impusiera incluso si eso le costara su vida o sus propias memorias a cambio. Era mucho lo que debía al joven, y por ello sería capaz de llevar a cabo el mandado de aquella persona sin dudar.

Al final tras varios días de replantear y oraciones, se llegó a una solución. Los recuerdos permanecerían intactos, pero no en su recipiente original. Nadie podría decirle al joven donde se encontraban, pero estarían cerca. Arelis portaría estos, y su precio sería cumplir dos condiciones. La primera, jamás decir una palabra, o sea guardar silencio, y la segunda, sería coartada de su libertad, cada paso que diera estaría orquestado por su majestad.

- Es hora de hacer que ese joven se mueva. - No se refería al joven en si sino más bien a su destino. Él no pertenecía al lugar, y nunca debería haberlo hecho. Arelis solo asintió y esperó a que la reina llevara a cabo sus objetivos.

El llamarla ante ella, no era solo para ver su linda cara, sino otra cuestión que era mucho más importante, "el despertar de sus recuerdos".


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