7. La Fiesta

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El timbre de la puerta empezó a sonar ininterrumpidamente. Byulyi empezó a correr para contestar cuanto antes. Su amiga tenía la maldita costumbre de llamar así, como si pretendiera hacer partícipe de su llegada a toda la comunidad.

—¿Bajas o qué? —dijo Hyejin cuando descolgó el telefonillo.

—Sí, ya voy. Me calzo y bajo.
Se precipitó hasta su habitación y escogió los primeros zapatos que salieron del armario. Un abrigo ligero, no hacía frío; un último vistazo en el espejo y ya estaba lista. Había dispuesto de varias horas en su casa para prepararse, pero, como siempre, lo había dejado todo para el último momento. Los nervios del día anterior la habían debilitado tanto que cuando cerró la puerta de su casa no pudo evitar quedarse traspuesta en el sofá. Fue Hyejin quien finalmente la despertó con una llamada de teléfono para recordarle lo de la fiesta de cumpleaños.

—Dime que vas a venir.

—No sé, Hye… Estoy agotada. ¿Te importa si lo dejamos para otro momento?

—Eres un muermo, ¿lo sabías? Luego no vengas quejándote de que tu vida es una mierda. Desde que lo dejaste con Irene no hay quien te saque de casa.
Hyejin tenía razón. Y también sabía qué decir para hacerle sentir culpable. Le habría ido bien haciendo carrera en la mafia o en cualquier actividad delictiva. Su amiga era una perfecta chantajista.
Byulyi exhaló hondamente.

—Está bien, te acompaño. Pero esta me la debes.

—Claro, te lo pagaré en carne —bromeó Hyejin—. Te recojo en tu casa. La fiesta es por tu barrio.

—Vale, pesada.

—Yo también te quiero. —Y le colgó el teléfono.
Así que ahora Byulyi iba dando los últimos retoques a su maquillaje en el ascensor. Un poco de base, colorete y máscara de ojos, nada desproporcionado. Pero se encontraba guapa. O, al menos, todo lo guapa que le permitían las pocas prendas que habitaban su armario. A menudo se recordaba a sí misma que debía ir de compras, pero le podía la pereza y terminaba posponiéndolo. Como resultado, acababa usando la misma ropa una y otra vez, casi toda de color negro, por lo que Hyejin no aplaudiría su atuendo cuando la viera.
Su amiga la estaba esperando enfrente de su portal, junto a la zona de carga y descarga de un conocido teatro. Byulyi cruzó la estrecha calle y fue a su encuentro esquivando los coches que pasaban. Le dio dos besos en ambas mejillas.

—Hola. ¿Qué tal tu viaje?

—Surrealista. Ahora te lo cuento. ¿Nos vamos? Tú guías.

—Sí, espera, se está comprando un helado.
Hyejin señaló con su dedo índice el local al lado de su casa, una heladería que solía visitar casi a diario durante los meses de calor.

—¿Quién? —le preguntó extrañada. Miró hacia el interior del establecimiento, pero los vinilos del escaparate le impidieron ver nada.

—Una loca a la que acabo de conocer. Está como una cabra, pero es divertidísima. Dice que es de otro planeta. Mira, ahí está.
Byulyi sintió que su corazón se desbocaba. Esa descripción le resultaba tristemente familiar y cuando vio a Yong saliendo de la heladería con un inmenso yogur helado, sonriéndole y saludándolas con entusiasmo, creyó que podría desmayarse.

—Dios, Dios, Dios…

—¿A que es guapa?
Byulyi se giró hacia su amiga, aterrorizada:

—¿De dónde la has sacado? ¿Cómo…?

—Tranquila, Byul. ¿Estás bien? Te noto nerviosa.
Pálida, volvió a mirar a Yong que ya estaba cruzando la calzada para dirigirse a su encuentro.

—¿De dónde la has sacado? —repitió.

—¿Qué más da eso?

—Es más importante de lo que crees, Hyejin. Responde, por favor.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora